Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
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El miércoles 25 de febrero Néstor Kirchner celebró su cumpleaños número 54: nació en el año1950, consagrado por el gobierno de entonces –presidencia del general Juan Domingo Perón- al Libertador, General José de San Martín. Aunque haya llegado al mundo bajo la constelación de esos dos militares míticos argentinos, el Presidente no parece un hombre particularmente impresionado por los uniformados. Su ministro de Defensa, José Pampero, sufre las consecuencias: no sólo es el miembro del gabinete de más pobre imagen pública (menos del 30 por ciento de opiniones favorables entre quienes reconocen su nombre, en un gobierno donde el promedio roza el 50 por ciento y con un matrimonio presidencial que supera los 65 puntos), sino que debe lidiar con los expedientes que abre la Casa Rosada y afectan a las Fuerzas Armadas. El más candente, por estos días, es el que se refiere a la transformación de la Escuela de Mecánica de la Armada en un Museo de la Memoria (o, si se quiere, en el Museo de Una Memoria) que, según la señora Hebe de Bonafini transformada en vocero informal del Presidente, será anunciada en un acto público el próximo 24 de marzo, aniversario del golpe de Estado que derribó al gobierno de María Estela Martínez de Perón.
Irónicamente, Kirchner atravesó la semana de su cumpleaños empapado de relaciones con militares: no sólo se entrevistó con el canciller del Comandante Fidel Castro, decano de los jefes de Estado de América con 45 años de ejercicio del poder, sino que visitó al presidente de Venezuela, coronel (RE) Hugo Chávez, y fue testigo de la represión de manifestaciones cívicas opositoras a Chávez, a cargo de efectivos de las fuerzas armadas de ese país. El Presidente, que asistía a una reunión del llamado Grupo de los Quince (constituido, como su nombre indica, por 19 países emergentes de mayor y menor relevancia) viajó a Caracas acompañado por la diputada Alicia Castro (que ostenta su amistad personal con Chávez), por su propio candidato a presidir la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados (el diputado, periodista y también amigo del presidente venezolano Miguel Bonasso) y dos intelectuales favoritos de la Casa Rosada, José Nun y José Pablo Feinmann.
Kirchner, que después de su última cita con George W. Bush, suspendió una visita oficial a Cuba, no desmintió esta vez al canciller de Castro quien anunció que la visita frustrada se concretaría en el curso de este año. El Palacio San Martín hizo saber que no hay una fecha prevista para ese viaje. El Presidente cultiva la ambigüedad: su silencio actual y otros gestos –la nominación de Bonasso, un notorio amigo del régimen cubano, para la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Baja- tienden a tranquilizar a la militancia sedicentemente progresista que cultiva sin asumir compromisos ostensibles que lo enfrenten abiertamente con Washington. Si bien en los círculos más íntimos del oficialismo crece la expectativa esperanzada en una derrota electoral de George W. Bush a finales de 2004 (estiman que un gobierno demócrata en Estados Unidos ampliaría su margen de maniobras), el oficialismo no ignora que hasta el momento pudo superar varias pruebas ante los organismos internacionales de crédito merced a la ayuda de la administración repúblicana, y prefiere manejarse con cautela.
La visita a Chávez fue una prueba en ese sentido: Kirchner turnó la cordialidad privada hacia el mandatario anfitrión con una prudente lejanía de todo lo que pudiera ser interpretado como un respaldo político a Chávez, quien gobierna montado sobre una crisis política que sólo parece en condiciones de dirimirse (y aun eso está por verse) mediante el plebiscito que demandan las fuerzas de la oposición.
Marzo se abre para Kirchner como un mes desafiante: el lunes 1, al abrir las sesiones ordinarias del Congreso, probablemente esboce el método con el que afrontará los desafíos. Ese día contará las costillas de quienes están dispuestos a vivarlo en la calle: allí estarán las fuerzas del duhaldismo, empeñadas en mostrar que Kirchner no sólo les debe la presidencia como aportantes principales al 22 por ciento de los votos que obtuvo en abril de 2003, sino que también necesita de su estructura para gobernar y mostrar respaldo callejero. Pero también se harán presentes las fuerzas propias del Presidente y sus aliados (el Frepaso, las huestes entrerrianas de Jorge Busti, las santafesinas que responden al gobernador Obeid, los piqueteros de Luis D’Elía y la Corriente Clasista y Combativa, etc.) que organizan meticulosamente una movilización espontánea para competir numéricamente con el duhaldismo.
El tema emblemático que afronta el Presidente sigue siendo el de la deuda: el 9 de marzo el país debe hacer frente a vencimientos por 3.000 millones de dólares y Kirchner ha prometido que sólo pagará con reservas si previamente el Fondo Monetario Internacional le asegura que aprobará la segunda revisión de los acuerdos. Las dudas sobre que esto ocurra no se sitúan en el terreno de la performance económica argentina, sino sobre su actitud (“buena fé” requieren el fondo y los países del G7) en la negociación con los acreedores. El gobierno ha declinado sus discursos desafiantes en las últimas semanas, pero mantiene públicamente la llamada propuesta de Dubai aunque los observadores perciben una discreta flexibilización en conversaciones reservadas. La ecuación a resolver por Kirchner reside en si aceptar o no una caída de imagen (que algunos especialistas estiman en 10 o 15 puntos) que sobrevendría en caso de flexibilizar su oferta. De un lado, voces como la del español José María Aznar le recomiendan que “Argentina se ayude a sí misma” y le advierten que no hay vida al margen de los flujos financieros y crediticios internacionales, un mundo que “sería un caos si no las deudas no se pagaran”; del otro, su intuición y sus amigos le recuerdan la Presidente que, con un origen electoral de 22 por ciento, la piedra de base de su edificación política se encuentra en su imagen pública, en la que cualquier descenso puede ser apenas el inicio de caídas mayores.
El martes 9 de marzo está cerca. El miércoles 10, en Brasilia, Kirchner aspira a constituir un bloque común con Brasil para encarar las negociaciones con el Fondo (está por verse si Brasil tiene las mismas intenciones o, al menos, la misma fórmula concreta de traducirlas). El jueves 11 el Presidente está convocado por otra efemérides: sus aliados más dilectos
–esta vez sin presencia duhaldista- se reunirán para celebrar la presidencia que más añoran, la de Héctor Cámpora, conmemorando el día en que ocurrieron las últimas elecciones proscriptitas de la historia argentina. En efecto, Cámpora llegó al gobierno porque el gobierno militar de Alejandro Agustín Lanusse le permitió ser candidato desconociendo su propia legalidad, pero mantuvo la prohibición sobre el jefe del justicialismo: Juan Domingo Perón. Esa injusticia quedó remediada seis meses después.
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Jorge Raventos , 01/03/2004 |
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