Una voz amiga .

 


Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política a partir del viaje presidencial a España.
Durante su reciente visita al Reino de España, Néstor Kirchner tuvo la oportunidad de escuchar el consejo de amigos experimentados. José María Aznar, Presidente del gobierno español, es un líder joven y exitoso que ha llevado a su país, con prudencia y audacia, a un plano relevante de la política internacional, atornillando sus vínculos con Estados Unidos y asumiendo, al mismo tiempo responsabilidades que proyectan a España más allá del escenario europeo. A pocas semanas de dejar su cargo -probablemente a un hombre de su mismo partido, Mariano Rajoy- Aznar ha asumido, en sintonía con la conducción republicana de los Estados Unidos, la tarea de tutelar al gobierno argentino, trazando en castellano y cara a cara con Kirchner, el croquis “del mundo tal cual es”. Tanto Washington como Madrid contribuyeron la última semana a que el directorio del Fondo Monetario Internacional aprobara la primera revisión de los acuerdos firmados por la Casa Rosada. El trámite no fue sencillo, ya que el visto bueno se obtuvo con forceps, tras sortear la oposición de un amplio porcentaje de directores, entre los cuales los representantes de tres países miembros del grupo de las siete naciones más poderosas (Inglaterra, Italia y Japón), quejosos por lo que estiman una “negociación sin buena fe” por parte de Argentina en su relación con los tenedores de bonos de la deuda pública defaulteada.

Aznar le explicó a Kirchner que, si quiere seguir recibiendo colaboración, debe ayudar a sus amigos encarando conversaciones (“flexibles y discretas, no por los diarios”) con los acreedores, pues de lo contrario quienes esta vez aprobaron la primera revisión no estarán en condiciones de acompañarlo en la próxima (que ocurrirá en el mes de marzo). Aznar le recomendó a Kirchner utilizar su actual auge en las encuestas para encarar reformas indispensables que más tarde serán más difíciles de adoptar. El presidente argentino escuchó también qué papel se espera de Argentina en la región sudamericana, donde tiene responsabilidades: la preocupación por la inestable situación boliviana, por el papel que juegan el narcotráfico y la narcoguerrilla que derraman actividades en la zona andina desde su acosado santuario colombiano, la inquietud por el papel que estaría jugando la Venezuela de Hugo Chávez y la visión que prevalece en Europa acerca del régimen de Fidel Castro. Por cierto, Kirchner se empapó también en las expectativas y quejas de las empresas españolas que invierten en Argentina: seguridad jurídica, transparencia, actualización tarifaria, cumplimiento de compromisos adquiridos.

Hay que decirlo: el Presidente llegó esta vez a España con un talante menos áspero que el de su viaje anterior. Ahora, después de su reciente paso por Monterrey y de su encuentro con Bush y sus primeras espadas, Kirchner se encargó de dejar en claro que está a favor del mercado y del capitalismo. “No me juzguen por las palabras sino por los actos”, solicitó a sus interlocutores empresariales. Y confesó: “No puedo tomar medidas que me enfrenten a la opinión pública, que es mi principal poder”. Habría que interpretar ese par de frases: Kirchner está atado a un discurso que le ha dado indudables réditos en las encuestas y no quiere desprenderse de él, aunque ahora parece más dispuesto a tomar medidas contradictorias con esas proclamas.

Las reuniones con Bush y con Aznar han abierto para el gobierno de Kirchner una ventana de oportunidad: está a tiempo y en condiciones de reorientar su gobierno hacia una postura internacional más comprometida con los países que le han prestado apoyo y hacia reformas que quizás, sin embargo, provoquen la crítica de algunos de los aliados internos y externos atraídos por sus gestos de los primeros meses. El Presidente intentará atravesar esa ventana con cautela, y del éxito de esa operación dependerá, en buena medida, la marcha de su gobierno.

Ligado a su activismo de cara a la opinión pública, es probable que cada paso práctico en el sentido que le aconsejan los amigos del mundo sea acompañado por operaciones de gran impacto para el consumo interno, que ayuden a diluir la corrección del rumbo. Habría que prever un acrecentamiento de casos Pontaquarto, de investigaciones suizas, de escándalos judiciales o castrenses o de otros tipos de parafernalia mediática. Es comprensible; pese a no contar con una oposición vigorosa y pese, principalmente, a la inorganicidad del peronismo que es el gran ausente partidario en esta situación, el gobierno es conciente de su gran vulnerabilidad: depende del crédito que le otorga la opinión pública y precisa arrastrar ese apoyo en su eventual viraje hacia la reinserción internacional. Necesita aplicar artes de distinta índole para hacer lo que debe hacer y mantener el veredicto favorable de las encuestas.

La situación económica lo sigue favoreciendo: al boom de la soja pueden sumarse este año los precios en ascenso del maíz. Si las conversaciones madrileñas se concretan en hechos (lo que depende decisiones a adoptar en Buenos Aires), pueden llegar algunas inversiones externas de ese origen en el curso del año. La situación social, sin embargo, sigue siendo difícil: las violentas protestas sufridas por el gobierno santafesino de Jorge Obeid implican un recordatorio de la volatilidad del ánimo de los sectores más expuestos. Esta semana, por lo demás, el INDEC reveló cifras significativas referidas a las ventas en supermercados durante el año 2003: aunque esos comercios aumentaron su recaudación en un 22 por ciento, sus ventas -medidas en productos- fueron un 9 por ciento más bajas que las del año 2002. El dato ilustra al mismo tiempo sobre la caída del consumo de los sectores más extensos de la población y sobre la inflación real, tal como la sufre el bolsillo de quienes tienen que completar la canasta básica.
Jorge Raventos , 02/02/2004

 

 

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