Jorge Raventos actualiza el análisis de los ganadores y los perdedores en la economía argentina de hoy.
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Desde la devaluación de principios del 2002 los índices de pobreza de la Argentina se proyectaron hasta llegar a cerca del 60 por ciento de la población y, en paralelo, la mitad de esa cifra caía por debajo de la línea de indigencia (ingresos que no alcanzan a cubrir los gastos de una alimentación básica). Dato relevante: el porcentaje de indigentes supera al del desempleados, es decir: estar ocupado no es garantía de no ser indigente. Es que la devaluación licuó brutalmente los salarios y todos los ingresos fijos en pesos.
Esa ecuación clásica –devaluación igual a erosión salarial- no impidió que algunos dirigentes sindicales (el camionero Moyano es el caso típico) fuesen adalides, digamos intelectuales, de la devaluación ni que muchos de sus defensores o favorecidos alegaran argumentalmente el carácter socialmente progresista del recorte de valor del peso o identificaran la situación creada por la medida como el nacimiento de un nuevo “modelo productivo”.
El aumento del precio internacional de los commodities –notoriamente de la soja, impulsada por la creciente demanda de una China que crece vertiginosamente merced a sus reformas de mercado y su apertura- sumado al rebote de la economía desde el bajísimo piso al que había llegado tras más de tres años de recesión y a la sustitución de importaciones en algunas ramas productivas permitieron que el PBI creciera ocho puntos durante 2003 y pareciera justificarse así la idea de un “modelo productivo”. Con todo, este proceso se ha desplegado sin resolver una vulnerabilidad básica: la situación de default de Argentina, que le cierra el acceso al crédito internacional y bloquea la perspectiva de la inversión externa (la interna sigue siendo insuficiente). Para decirlo con las palabras del ministro de Economía de España, Rodrigo Rato, que esta semana se verá con Néstor Kirchner durante la visita de éste a Madrid: “El problema de la Argentina es que tiene que acceder pronto a los mercados de capitales. No se puede crecer autónomamente”.
El aspecto “productivo” del “modelo” encuentra en el aislamiento su límite, de allí la importancia que asume la negociación de la deuda defaulteada, sin la cual el enclaustramiento se profundizará. De hecho, sin resolver adecuadamente la cuestión de la deuda con los tenedores de bonos (cerca de 90.000 millones de dólares), la situación también se tornará complicada con los organismos internacionales de crédito, que han venido acordando con la argentina y otorgando el visto bueno a la revisión de esos acuerdos gracias a la presión del gobierno de Estados Unidos. Este, sin embargo, dispara señales claras en el sentido de que Argentina tiene que resolver su negociación con los acreedores privados. El viernes, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, John Snow, reiteró el mensaje: el acuerdo inicial de Argentina con el FMI –señaló- fue un buen acuerdo, “ahora es importante que los argentinos cumplan con esos compromisos, es decir que los argentinos y los acreedores mantendrán negociaciones abiertas y efectivas”. A su vez, el director del Departamento Cono Sur del Departamento de Estado, James Carragher, apuntó que “el desafío de Kirchner es cómo hacer para superar las presiones sociales y al mismo tiempo pagar la deuda. Ahora el presidente Kirchner está en posición de balancear exitosamente esos temas, algo que no hubiera podido hacer cuando asumió sus funciones”. En otras palabras, Washington dio tiempo al gobierno para que se instalara y adquiriese apoyo político, ahora espera que emplee ese respaldo de opinión pública en cumplir sus compromisos.
El discurso interno del gobierno choca, en principio, contra esas demandas. A su vez, sin cumplir con ellas (en principio, “negociaciones abiertas y efectivas” con los acreedores que permitan dar una solución al tema de la deuda) se entorna decisivamente la ventana de oportunidades para sostener el crecimiento. El gobierno debe decidir su camino.
Pero si el aspecto productivo del “nuevo modelo” puede exhibir, pese a esos límites y vulnerabilidades algunos logros (el incremento del PBI, fundamentalmente), el aspecto social es el que muestra sus principales falencias.
Los ideólogos del “modelo” han subrayado como objetivo principal la “equidad” en la distribución del ingreso. Pero la brecha no sólo no ha disminuido, sino que se ha ensanchado.
Por cierto, hay sectores que han incrementado su capacidad de consumo. “Las clases altas ya consumen más que antes de la devaluación”, registraba tres semanas atrás el diario Clarín. Creció la venta de artículos de lujo, desde vinos y licores de marca a aparatos electrónicos y equipamientos para Home Theaters. En el rubro autos de lujo, por comparación con el año anterior, en 2003 se colocaron un 47 por ciento más de Audi, un 34 por ciento más de BMW, un 21 por ciento más de Mercedes Benz. Las playas caras
– argentinas y uruguayas- volvieron a colmarse y en los hoteles de cinco estrellas de Punta del Este se agotaron las existencias de champagne francés de 600 pesos la botella.
En la pirámide argentina, el quintil superior (20 por ciento de la población) concentra el 52,6 por ciento de los ingresos, mientras los tres quintiles inferiores (60 por ciento de la población) obtienen el 26 por ciento. En estos tres quintiles se ubican pobres e indigentes.
Según un informe reciente de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), mientras en el conjunto de la región latinoamericana el poder adquisitivo de los salarios industriales cayó en 2003 un 4,8 por ciento, en la Argentina se derrumbó tres veces más: un 14,1 por ciento. Y ello pese a que ciertos consumos básicos (los servicios públicos, por caso) mantuvieron tafrifas congeladas, acumulando retrasos que más temprano que tarde deberán compensarse.
Para algunas miradas maniqueas, la resolución “abierta y efectiva” de las negociaciones por la deuda (y la reapertura del país a los flujos financieros internacionales) es contradictoria con el objetivo de la promoción social y el mejoramiento de los sectores más postergados. Los datos muestran que el encierro económico perjudica a los más pobres.
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Jorge Raventos , 26/01/2004 |
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