Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política nacional a partir de la entrevista entre Néstor Kirchner y George W. Bush. |
Apenas descendió del Tango 01, de retorno de la reunión de Monterrey donde se entrevistó durante tres cuartos de hora con George W. Bush, Néstor Kirchner anunció que no concretaría su anunciada visita a Cuba, prevista en principio para el mes de febrero. El Presidente dijo, en verdad, que ese viaje nunca había estado en su agenda, aunque esa información contradecía los preparativos que la Cancillería, a través de la embajada argentina en La Habana, ya había puesto en marcha.
Inevitablemente, la declaración presidencial fue interpretada como un gesto atento hacia Washington, habida cuenta del dramatizado entredicho que una semana antes había trenzado al gobierno argentino con Roger Noriega, el subsecretario de Asuntos Latinoamericanos de Bush, quien había señalado la “decepción” de la Casa Blanca ante las concesiones de Buenos Aires con el régimen de Castro. El gobierno argentino había vapuleado verbalmente a Noriega, simulando creer que aquellas palabras eran un producto espontáneo y subjetivo de ese “funcionario de segunda” (Rafael Bielsa dixit). Pero Noriega no sólo fue respaldado por su jefe inmediato, el Secretario de Estado Colin Powell, sino que fue invitado por Bush a integrar la delegación norteamericana que se entrevistó con Kirchner. Un signo inequívoco de que sus comentarios eran sostenidos en el nivel más alto del gobierno de Estados Unidos.
Que, mediando esas demostraciones, el tema Cuba no haya sido tratado en el encuentro de los dos presidentes pareció un signo inequívoco de que el asunto ya había sido conversado y resuelto en otros niveles. La suspensión del viaje a La Habana lució como una confirmación de esas conjeturas, si bien la Casa Rosada se encargó más tarde de argumentar que no había relación alguna entre las charlas de Monterrey y el viaje anulado (o postergado para alguna otra, indeterminada, oportunidad).
A decir verdad, si esa hubiera sido una (o la única) concesión al talante del gobierno de Bush, se trataría de una inversión atinada de Kirchner. Esta semana se conoció una encuesta de la consultora IPSOS-Mora y Araujo según la cual dos de cada tres argentinos consideran que la Argentina debe mantener relaciones buenas con Estados Unidos por propia conveniencia. Y apenas un 4 por ciento se inclina por tener al régimen de Castro como aliado. Para un gobierno tan preocupado por la sensibilidad de la opinión pública como el de Kirchner, ese dato puede tener tanta influencia como los argumentos de Washington y si ambas tendencias coinciden, las decisiones se hacen más fáciles.
Por cierto, si el tema Cuba no integró la agenda de la charla Bush-Kirchner, hubo otros asuntos adelantados en las vituperadas declaraciones de Noriega que sí fueron explicitados: la inquietud norteamericana por el aparente apoyo del presidente argentino al líder de los cocaleros bolivianos, Ivo Morales, los chichoneos con el venezolano Chávez, el lanzamiento en fecha del acuerdo de libre comercio de las Américas (ALCA) y también “las habladurías” de que Argentina no honrará su deuda.
Varios testigos (argentinos) de las conversaciones coincidieron en señalar que fueron cordiales y representaron un espaldarazo para el presidente argentino. Las metáforas boxísticas, en fin, quedaron descartadas y el gobierno pareció enderezarse hacia una relación menos altisonante y más centrada con Washington, notificado por Bush de las expectativas centrales del gobierno de los Estados Unidos y de que “no interesa en qué costado del espectro democrático se ubique cada uno, siempre que sea dentro de la democracia”.
Habrá que ver si la cita de Monterrey ha tenido efectos iniciáticos para Kirchner o si sus movimientos posteriores –anulación de su encuentro con Fidel Castro incluida- responden sólo a repliegues tácticos o decisiones de oportunidad. Varias expresiones de la izquierda autóctona, con la que el gobierno mantiene vasos comunicantes, cuestionaron el anuncio referido a la suspensión del viaje a La Habana y criticaron a Kirchner por sostener un “doble discurso”. No faltan quienes especulan con que el escándalo desatado con la publicación de fotografías sobre un curso de comandos del Ejército desarrollado en 1986 (similar en su exigencia profesional al que realizan muchos otros ejércitos del mundo) tuvo como objetivo neutralizar las críticas de ese sector. Con un jefe de Estado Mayor devaluado por el propio gobierno, 25 oficiales desplazados desde el primer día de la gestión de Kirchner y un secretario general de la fuerza drásticamente removido 10 días atrás, el vapuleo al Ejército parece haberse convertido, en estos meses, en moneda de cambio para apaciguar los embates de la sedicente progresía nativa. En esos asuntos el Presidente mantiene amplia libertad de acción y la sigue usando.
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Jorge Raventos , 19/01/2004 |
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