Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política nacional en estos primeros días del nuevo año, en función de los últimos acontecimientos vinculados con las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos. |
Aun los ministros, amigos y favorecedores de Néstor Kirchner se estremecen de inquietud ante algunas declaraciones fibrilantes del primer mandatario, como la metáfora boxística que ensayó la última semana ante beneficiarios de planes sociales en La Matanza, rodeado por los ecos del intermezzo entre su gobierno y el de Estados Unidos. “Ganamos por nocaut”, aventuró Kirchner y pronunció un discurso pleno de párrafos bravos. Hasta sus lenguaraces de la prensa progre-oficialista buscaron velozmente bajar el tono de los dichos presidenciales y explicaron que lo del nocaut era apenas un retruécano chistoso. Los encuestadores del gobierno registraron enseguida que las expresiones desafiantes del Presidente y el entredicho con el Departamento de Estado preocupaban a opinión pública de las grandes ciudades (empezando por la de la ciudad de Buenos Aires), esas clases medias que constituyen la niña de los ojos del gobierno, s u base de operaciones. Las investigaciones urgentes de las encuestadoras revelaron que para esos sectores la frase del nocaut evocaba ominosa, innecesariamente –como acertó un diario- el lenguaje atrevido de Leopoldo Fortunato Galtieri en vísperas de la derrota en Malvinas.
Roberto Lavagna, que por esas horas fatigaba los teléfonos argumentando ante el Departamento del Tesoro la necesidad de un nuevo espaldarazo de Estados Unidos ante el FMI, la decisión gubernamental de dramatizar las diferencias políticas con Washington constituyó un obstáculo extra. Su amargura de esas horas quedó reflejada en la foto que publicaron los diarios del viernes, donde aparece junto a Kirchner conversando con una delegación de legisladores norteamericanos.
El talante presidencial invadía en esos momentos, más allá de reparos íntimos, a casi todo el gabinete. El subsecretario de Asuntos Interamericanos de Bush, Roger Noriega, vicecanciller de Estados Unidos para las relaciones con América Latina, fue destratado como “funcionario de segunda” por el canciller de Kirchner, Rafael Bielsa, y un coro formado por ministros, líderes piqueteros y hasta algunos voceros de la UCR y del partido de Elisa Carrió coincidió en considerar “impertinentes”, “ofensivos” o “imperialistas” los puntos de vista que el funcionario de Bush emitió en una reunión del Consejo para las Américas, un foro especializado que funciona en Estados Unidos. Noriega había expresado allí la “decepción” por ciertos rasgos de la política de Kirchner, particularmente sus aparentes compromisos con el dirigente cocalero boliviano Evo Morales y sus evidentes gestos amistosos hacia el chavismo venezolano y hacia el gobierno de Fidel Castro. Noriega aclaró que, surgido de una elección en la Argentina, Kirchner podía practicar las políticas que quisiera así como Washington se reservaba el derecho de dar sus propios juicios y expresar sus propias opiniones.
Por cierto, contra lo que pretendió interpretar el gobierno de Kirchner, Noriega no estaba exponiendo un rosario de subjetividades: hacía pública una opinión oficial del gobierno de Bush, y en apenas 24 horas el propio Colin Powell, secretario de Estado (y en el ranking de Bielsa, “un funcionario de primera”) se encargó de dejarlo claro. La Casa Rosada no podría alegar sorpresa: ya tenía desde varias semanas antes señales de la inquietud americana
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Durante la visita del ministro de Defensa de Kirchner, el doctor Pampuro, al Pentágono, su colega estadounidense, Donald Rumsfeld, le puntualizó las inquietudes de Washington ante un comportamiento externo que no coincidía con la idea que allí tienen sobre lo que es un aliado. “¿Quiere Argentina conservar la condición de aliado extra-OTAN que le concedió Estados Unidos?”, interrogó Rumsfeld. La respuesta de Pampuro fue afirmativa. La perplejidad de los americanos se asienta en que escuchan algunas posturas en privado que no coinciden luego con actitudes y declaraciones públicas. En el Hemisferio Norte designan ese fenómeno como “doble discurso”.
En verdad, la pregunta básica que debería formularse –más allá de las retóricas bravas- es si al interés nacional argentino le conviene o no mantener una relación asociativa con la principal potencia del planeta y el país eje del proceso de integración mundial. La respuesta que se dé a ese interrogante es inescindible de sus consecuencias.
Para el ministro de Economía, Roberto Lavagna, por ejemplo, la intervención de Estados Unidos fue “fundamental” para conseguir el nuevo acuerdo con el FMI. Ya lo había sido para la aprobación del primer acuerdo alcanzado por este gobierno: sin la presión norteamericana difícilmente se hubieran superado las objeciones del staff técnico del Fondo o las de los gobiernos de Japón y de varios socios europeos que reciben la presión constante de los tenedores de bonos argentinos afectados por el default y damnificados por la oferta que Lavagna presentó en Dubai (un recorte del 75 por ciento de sus acreencias).
El Presidente Kirchner, por su parte, “cada vez que habló negó lo que habían admitido más temprano tanto Lavagna como otros funcionarios de primera línea –consignó La Nación- :que el gobierno haya tenido alguna incidencia en la aprobación del acuerdo”.
También señaló La Nación que “el Presidente habló con el jefe del FMI (Horst Kohler) en un tono cordial, despejado de la rudeza que expresó en público las últimas semanas cada vez que se refirió a la política del organismo multilateral”. En principio alivia saber que el Presidente no repite en privado sus ex abruptos públicos.
Más allá de que Argentina había satisfecho ahora las metas cuantitativas comprometidas en el primer acuerdo, las presiones de la realidad subsisten. Parece evidente que Estados Unidos ha decidido abrir un nuevo crédito político a Argentina, pero también que ese crédito tiene fecha fija: la próxima revisión de los acuerdos con el Fondo. Para entonces, se espera que el gobierno de Kirchner haya cumplido no sólo los aspectos cuantitativos, sino también los “cualitativos” de sus compromisos con el FMI y con la administración Bush. La secretaria de Seguridad de Estados Unidos, Condoleezza Rice, señaló el viernes 9, que se espera que Kirchner adopte las “decisiones difíciles” que esos compromisos implican.
Eso va a requerir una paulatina aproximación –cualquiera sea la dirección elegida- entre el discurso público y el discurso privado.
Si bien se mira, la doble valoración también afecta a los aliados “progresistas” del gobierno, que lucieron indignados porque Roger Noriega habló del “giro a la izquierda” del gobierno de Kirchner. Así, los mismos que estimulan al Presidente a dar plenamente ese giro se dedicaron a negar que el gobierno estuviera orientándose en ese sentido, como si lo consideraran (justamente ellos) un acto pecaminoso. Del mismo modo, pretendieron que hablar en Cuba con las víctimas del autoritarismo castrista (algo a lo que el canciller Bielsa se comprometió y no pudo cumplir por orden presidencial) hubiera sido “intervenir en los asuntos internos” de la isla, aunque aplaudieron los abrazos de Kirchner con Ivo Morales en La Paz o el apoyo explícito al líder de la izquierda uruguaya, Tabaré Vásquez, en Montevideo.
El doble discurso garantiza la derrota por nocaut del sentido común y de la franqueza y conspira contra la asociatividad internacional, virtudes indispensables del buen gobierno. |
Jorge Raventos , 12/01/2004 |
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