De tábanos y hormigas.

 


Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
El anuncio de que la diputada del ARI Graciela Ocaña será designada titular del PAMI constituye una sutil jugada político-mediática de Néstor Kirchner, consolidada, hay que decirlo, con la benevolencia hacia el gobierno que se ha tornado habitual en la gran prensa.

Al girar la noticia alrededor del nombre de la funcionaria elegida, quedaron eclipsados dos aspectos no irrelevantes que surgen de la decisión presidencial. El primero, la declinación de un compromiso: el de normalizar la obra social de los jubilados y pensionados que, teóricamente, debía ser la misión del primer interventor designado, el mendocino Juan González Gaviola, un político que, aseguran los mentideros, subsiste bajo el ala protectora de la primera dama. El segundo asunto que se benefició con la sombra producida por el nombre de Ocaña fue el fracaso de González Gaviola: ni normalizó el PAMI, ni mejoró los servicios ni consiguió introducir la imagen de transparencia que Kirchner pretendía. Por el contrario, ni siquiera la prudencia mediática consiguió ocultar el escandalete de la designación de un séquito de asesores (entre los cuales su propia esposa) que cobraban suculentos viáticos, equivalentes a 20 o 30 jubilaciones mínimas.

Así, el lanzamiento del nombre de Ocaña economizó a la imagen presidencial los magullones que derivarían, naturalmente, de los seis meses malgastados en el PAMI y de la falta de normalización de una entidad que no es una oficina pública, sino una organización social de los trabajadores pasivos; entidad que, para más, el gobierno de Eduardo Duhalde ya había normalizado con la participación y el voto a representantes propios por parte de los jubilados. Graciela Ocaña representa para Kirchner, más allá del rédito mediático (que no es insignificante para un gobierno que sigue apoyándose fundamentalmente en el crédito de la opinión pública) un nuevo avance político sobre la fuerza que encabeza Elisa Carrió. Lilita se ha ha ido transformando en una obsesión íntima del Presidente. Y esto, no porque la ex diputada chaqueña lidere una organización extensa o poderosa, sino porque Kirchner le reconoce la capacidad de influir sobre los mismos segmentos de opinión pública que él navega hasta ahora con éxito y sobre los cuales Carrió descarga periódicamente un discurso de escepticismo en torno a las prácticas republicanas e institucionales del oficialismo. Lilita evoca aquí y allá los antecedentes de "hegemonismo", acoso de la oposición y manipulación de la Justicia que atribuye a la gestión de Kirchner en Santa Cruz y alerta sobre la posibilidad de que eso se repita desde la Casa Rosada.

En virtud de esas dudas, Carrió decidió imponer a su partido una actitud de independencia frente al gobierno, dispuesta a atravesar el desierto y ejercer su libertad de opinión desde el llano y sin compromisos. Esa actitud de tábano le ha determinado ya algunos costos: tres semanas atrás, un periodista que forma parte del entorno presidencial insinuó, en un diario oficialista, que la diputada era vulnerable a denuncias análogas a las que ella misma suele producir; simultáneamente, el gobierno lanzó una ofensiva para diezmar el sistema de cuadros del ARI. Rafael Romá, hasta entonces fiel escudero de Carrió, fue convocado por el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra. Ahora le arrebatan a Graciela Ocaña, casi su mano derecha (fue Lilita quien la bautizó, simpáticamente, "hormiguita viajera"), y le entregan la administración de una caja anual que supera los 2.500 millones de pesos. Ocaña se ha hecho -en gran medida por yuxtaposición con Carrió- de una fama de cazacorruptos; como su ex jefa ha practicado la investigación y la denuncia en casos resonantes (no siempre con eficacia probatoria).

Ahora es colocada en una situación en la que no tiene demasiados títulos para presentar: tendrá que gestionar una obra social inmensa. Bien entendido que, en función de su historia, se le reclamará la máxima transparencia y limpieza de procedimientos; pero además se le exigirá que los jubilados reciban más y mejores servicios, atención digna. Y la participación protagónica que les corresponde en una entidad que les pertenece a ellos y a los trabajadores activos que contribuyen a sostenerla. Todo un desafío para la diputada Ocaña (que seguramente dejará la banca para asumir sus exigentes nuevas obligaciones).

¿Y cómo reaccionará Elisa Carrió ante esta nueva desobediencia en sus filas? ¿Aceptará resignadamente que la deserción de Ocaña (una deserción premiada con tan grande caja) contamine de tentaciones oficialistas al resto de sus seguidores? ¿Abrirá un abanico de tolerancia para permitir que sus desertores funcionen como puentes implícitos con el gobierno, algo así como lo que el radicalismo practicó durante el gobierno del general Alejandro Agustín Lanusse con su afiliado Arturo Mor Roig, convertido en ministro de Interior del gobierno militar? Quien se atenga a lo que Carrió viene diciendo en los últimos meses apostará, más bien, por un endurecimiento de su actitud crítica. Ella ha dicho que quiere ocupar el papel de oposición republicana e independiente. El papel del tábano. Habría, pues, un ARI de los tábanos y un ARI de las hormigas…viajeras o prácticas.
Jorge Raventos , 07/01/2004

 

 

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