Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina. |
El gobierno de Néstor Kirchner concluyó esta semana otro capítulo de su ofensiva sobre la Corte Suprema de Justicia al obtener del Senado la destitución de Eduardo Moliné O'Connor. Sin embargo, el oficialismo no quedó satisfecho.
La primera dama, senadora y jefa del tribunal legislativo que enjuició a Moliné se mostró decepcionada y furioso entre sus íntimos porque el bloque justicialista de la Cámara Alta no actuó disciplinadamente y -para decirlo con las palabras del diario La Nación- "decidió desobedecer la orden del Poder Ejecutivo". Esa instrucción consistía en destituir a Moliné en base a cinco cargos esgrimidos en su contra y, además, inhabilitarlo para ejercer cargos oficiales en el futuro, pero -pese a la fuerte presión de Cristina de Kirchner y a la inusual presencia en el Senado del ministro de Interior Aníbal Fernández- el oficialismo no consiguió inhabilitar al ex miembro de la Corte y sólo consiguió, esforzadamente, que su destitución se apoyara en dos de los cargos imputados. Si el objetivo de abrirse espacio en el Tribunal Supremo había sido alcanzado, la desobediencia del peronismo senatorial subrayaba una ominosa vulnerabilidad al gobierno: los números que marcan el actual predominio legislativo del justicialismo, ampliados en los últimos comicios, no se traducen automáticamente -como sugirieron algunas lecturas optimistas- en que el Ejecutivo tenga allí el camino despejado para la aprobación de cualquier iniciativa. Es interesante observar las provincias de origen de los desobedientes: San Juan, Formosa, Buenos Aires, Salta, La Pampa, Santa Fé, La Rioja, Corrientes. Sólo un pensamiento reduccionista vería allí una "conspiración menemista" a favor de Moliné. Quizás sea más próxima a la realidad la idea de que los senadores le están enviando a la Casa Rosada un mensaje: no fueron elegidos para cumplir órdenes.
En este caso, el mensaje fue moderado: no llegó a obstruir el objetivo principal del gobierno (liquidar a Moliné), pero sí le impidió el aleccionador descuartizamiento ceremonial que se proponía. De paso, al descartar tres de las causas en la destitución de Moliné, el Senado le obstaculizó al gobierno su próxima meta, el juicio político a Adolfo Vásquez, a quien se le imputan precisamente esos asuntos ahora bloqueados.
Aquella vulnerabilidad quedó destacada precisamente en la semana en que se tensaron las relaciones entre Néstor Kirchner y su gran elector, Eduardo Duhalde, con la excusa de la política a seguir frente a la algarabía piquetero. También allí pareció salir victoriosa la Casa de Gobierno: desde Brasil, el expresidente culpó al periodismo de deformar sus críticas al gobierno ("aplica mano de seda" en cambio de poner en marcha la "actitud represiva"), Chiche Duhalde excluyó todo ánimo belicoso en sus propios comentarios ("ley y orden") y, además, dos antiguos duhaldistas, hombres del riñón de Lomas de Zamora (José Pampuro y Aníbal Fernández) parecieron cambiar de chaqueta para refirmar su pertenencia al equipo presidencial y criticaron a Duhalde y señora. Pampuro consideró "bochornosas" las críticas públicas de sus viejos referentes y aconsejó reservar los cuestionamientos para encuentros privados y discretos.
Ahora bien, ¿pueden considerarse victorias oficiales esas danzas y contradanzas? Arrebatarle a Duhalde dos hombres (en rigor, dos ministros interesados en seguir siéndolo) representa, si no una herida política grave para el ex presidente, sin duda sí un nuevo motivo de agravio para la cohorte duhaldista granbonaerense, que vive las tensiones entre Balcarce 50 y Lomas de Zamora no como una sutil partida de ajedrez, sino más bien como ciertos pasajes de la última película de Martín Scorsese, Gangs of New York. Si bien una de las fortalezas de ese aparato, como pudo comprobarlo ventajosamente Kirchner, se manifiestan principalmente en momentos electorales, no es menos cierto que conservan otros instrumentos de presión y acción política. Presionan, sin ir más lejos, sobre el propio Duhalde. Y este, aunque hoy sólo puede ostentar su vagoroso curul de coordinador del MERCOSUR, no carece de palancas institucionales: ejerce influencia sobre un amplio contingente de diputados, senadores, legisladores provinciales, funcionarios nacionales y bonaerenses, además de que su voz es escuchada en el peronismo y entre los gobernadores.
De ser necesaria una prueba, Felipe Solá puede dar testimonio de esa influencia. Esta semana debió resignarse a que sea el duhaldismo el que maneje ambas cámaras legislativas de la provincia de Buenos Aires y debió soportar el desaire de poderosos intendentes del conurbano. Una comunicación telefónica con Duhalde, a la sazón acompañando a Lula Da Silva en gira por el mundo árabe, alcanzó para que en 24 horas los desplantes se transformaran en mieles. Eso sí: Solá consiguió un cambio de trato, pero debe resignar a su propia fragilidad legislativa.
Hijos de la influencia del aparato duhaldista, tanto Kirchner como Solá están obligados a convivir incómodamente con el poder que los llevó al gobierno. Ninguno de los dos admite totalmente ese destino, pero de ambos es Kirchner quien, por actitud, por la investidura legal que ostenta (presidente, en un país presidencialista) y por el respaldo que pese a todo conserva en las encuestas, se muestra más impacienta por cumplir con el lema de Goethe: "Lo que te ha sido dado, conquístalo para poseerlo". Esa intención es un motor de conflicto, en una sociedad que no carece de motivos para tenerlos.
El tema de la seguridad -últimamente centrado en la Capital Federal y sus accesos, tanto por las acciones piqueteros como por el recrudecimiento de ciertos delitos- empuja una protesta cada vez más audible de los ciudadanos y de algunas instituciones. La Unión Industrial Argentina salió esta semana, si bien se mira, a hacerle coro al reclamo de ley y orden formulado por los Duhalde una semana antes. La mayoría de las encuestas indican que porcentajes que superan largamente el 50 por ciento de ciudadanos consultados piden lo mismo que la UIA y el ex presidente. Un estudio en particular, el del especialista Raúl Aragón citado por un matutino, apunta que la queja por la inacción del Estado frente a los cortes de rutas y accesos es mucho más abundante entre los sectores más humildes que entre los miembros de las clases media o alta.
Paralelamente, algunos datos inquietan: las encuestas del INDEC muestran que 6 de cada 10 ciudadanos se encuentra hoy bajo la línea de pobreza y la mitad de ellos, bajo la línea de indigencia. ¿Son los subsidios que reclaman los piqueteros y concede el Estado una solución consistente a ese drama?
Es probable que, junto a los reclamos de subsidios para paliar la emergencia, comiencen a manifestarse con intensidad creciente pujas salariales, particularmente en aquellos sectores relativamente beneficiados por el actual modelo de sustitución de importaciones. En el movimiento obrero empiezan a observarse signos de actividad: no sólo las cíclicas intenciones de unidad. Esta semana, acaso vinculado a la búsqueda de un mayor protagonismo sindical, se produjo el lanzamiento de un periódico de la CGT (tirada: 100.000 ejemplares), un hecho significativo: salvo el período en que fue propietaria del intervenido diario La Prensa y el período en que Raymundo Ongaro conducía una rama cegetista (la CGT de los Argentinos) la central obrera vivió sin prensa propia.
Salarios, piqueteros, "desobediencias" legislativas, reclamos de seguridad, tensiones entre Kirchner y Duhalde, entre Solá y el duhaldismo: Néstor Kirchner inaugura el 10 sus cuatro años propios de presidencia. Como dirían los chinos: prometen ser muy interesantes.
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Jorge Raventos , 09/12/2003 |
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