Kirchner vs. el duhaldismo: ¿un default político? .

 


Jorge Raventos analiza el giro registrado en la evolución de la situación política argentina.
La reaparición con vida de Pablo Belluscio le evitó al poder político los dolores de un nuevo cacerolazo, que ya estaba en marcha. Las cadenas de correos electrónicos que impulsaron el primero (el del viernes 31 de octubre) ya se habían puesto en movimiento cuando el maltrecho joven apareció a la madrugada en la zona norte del Gran Buenos Aires. Belluscio no fue liberado solamente porque su familia pagó un cuantioso rescate: otras familias también se sometieron a la exigencia de los secuestradores sin conseguir que los rehenes dejaran su cautiverio. La reacción ciudadana trocó el hecho policial en una cuestión política de primer orden, forzó a los poderes públicos a ponerse las pilas (como no había ocurrido en las cinco semanas anteriores en que Belluscio estuvo raptado) y generó finalmente en los delincuentes la amenaza de la persecución.

Al tiempo que urgía a las autoridades a atender prioritariamente la cuestión de la seguridad y les recordaba que las cifras de las encuestas de opinión están sujetas a revisión permanente, el cacerolazo del 31 de octubre aceleró en el seno de la coalición gobernante los tiempos de un conflicto que, aunque previsible, se mantenía convenientemente asordinado.

Las acusaciones reiteradas del Presidente y de su ministro de Seguridad y Justicia, Gustavo Béliz, a la provincia de Buenos Aires (léase, en primer lugar, al aparato del conurbano que responde a Eduardo Duhalde; en segundo lugar, al ministro de seguridad bonaerense, Juan José Alvarez y, finalmente, al propio gobernador Felipe Solá), imputándola de connivencia política con el delito, desataron un vendaval de cuestionamientos en el distrito más numeroso del país.

Para el aparato duhaldista, esa ofensiva del gobierno central no responde solamente a un recurso oportuno destinado a desviar la crítica de la opinión pública, sino que iría más allá. “Kirchner lo está madrugando a Duhalde –analizó un dirigente del riñón bonaerense-; sabe que Duhalde prefiere por el momento mantener el segundo plano y que está obligado a evitar conflictos graves porque, al fin de cuentas, este Presidente es un invento de él y un desastre prematuro no le resultaría gratuito. Kirchner aprovecha esa circunstancia para lanzar una ofensiva sobre el aparato que lo aceptó como candidato y lo llevó al gobierno. Ingenuamente, Solá cree que manteniéndose ambiguo puede montarse sobre esa ofensiva y crecer a expensas del duhaldismo. Pero lo que ni Kirchner ni Solá entienden es que el peronismo bonaerense es una estructura orgánica que va a responder, inclusive pese a los reparos que pueda oponer Duhalde (que, por otra parte, hoy no son tantos)”.

Hasta el momento, en efecto, aunque Eduardo Duhalde se encerró en el mutismo público, no dejó de hablar en privado tanto con el Presidente como con el gobernador bonaerense. Y habilitó, además, primeras espadas de su estructura a responder con rudeza. Por el momento, los ataques van enderezados contra Gustavo Béliz. A él le replicaron no sólo los intendentes de Lanas y de Tres de Febrero, Manuel Quindimil y Hugo Curto, sino también un ministro bonaerense de Kirchner, el titular de Interior, Aníbal Fernández. “Preserven a Kirchner”, fue la instrucción que recibieron.

Pero la Casa Rosada no se mantuvo pasiva en este choque. A los ataques contra Béliz respondió con una vigorosa presión (acompañada de las habituales operaciones de la prensa amiga) para conseguir el desplazamiento de Juan José Alvarez del gabinete de Felipe Solá. El gobernador se quejó en el primer piso de la Casa Rosada: “Bajen los decibeles. Yo no puedo aparecer cediendo ante una presión del gobierno nacional”. Al periodismo se lo dijo así: “Alvarez se puede ir porque él quiere o porque quiero yo”. Todo parece insinuar que la situación del ministro de Seguridad de la Provincia está sobre el tapete.

En rigor, sólo lleva en su puesto un mes y medio y su performance no muestra ningún desastre: acaba de presentar un plan operativo para el conurbano, tuvo la fortuna de que el caso Belluscio se resolviera con la liberación del joven y está encarando la reestructuración policial apoyándose tanto en la búsqueda de limpieza como en la eficacia.

Que la ofensiva contra Alvarez tiene más que ver con una pelea política entre el aparato nacional y el duhaldismo que con la preocupación por la seguridad que aflige a los ciudadanos queda revelado por la prisa en esmerilarlo: el gobierno de Kirchner no tuvo una actitud de la misma naturaleza con el antecesor de Alvarez, el frepasista Juan Pablo Cafiero pese a que la prolongada gestión de éste recibió un cuestionamiento generalizado.

Así esté disimulada por el moderado silencio actual de Eduardo Duhalde, la pelea entre el gobierno nacional y el duhaldismo bonaerense, al que le debe dos de cada tres votos que recibió en abril de este año, es una apuesta fuerte de Néstor Kirchner. A través de esa pelea el conjunto del peronismo –ampliamente mayoritario en el Congreso- lee el designio presidencial de declarar un default político ante el justicialismo (“Si así les paga a los que lo apuntalaron y llevaron al triunfo…” ), de insistir en la “transversalidad” y en la búsqueda de apoyos principales al margen del peronismo y hasta de volcar el respaldo que, al menos hasta ahora, recibe de la opinión pública contra “el movimiento”.

Esos tironeos entre Kirchner y el peronismo pueden traducirse, en algunas semanas, a partir de la integración de los legisladores recién electos, en dificultades para aprobar leyes y para gobernar.

El respaldo de la opinión pública, entre tanto, no debería ser considerado un bien adquirido sin término ni condiciones. El cacerolazo del 31 de octubre fue un primer llamado de atención en ese sentido. Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando De la Rúa tuvieron alto respaldo en las encuestas de opinión en los primeros meses. Algunos lo mantuvieron, otros lo perdieron. Fernando De la Rúa fue víctima de los cacerolazos. Pero ninguno se produjo en los primeros seis meses de su gestión.
Jorge Raventos , 11/11/2003

 

 

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