El progresismo del tero .

 


Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
“…pero hacen como los teros
para esconder sus niditos:
en un lao ponen los gritos
y en otro tienen los güevos.”

José Hernández, Martín Fierro

Un coro de ideólogos y comunicadores que alientan la llamada transversalidad del gobierno de Néstor Kirchner ha festejado el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y ha bendecido el carácter progresista que le adjudican al Presidente en el trato con los acreedores. La situación en la que han quedado varios millones de trabajadores aportantes al sistema jubilatorio de capitalización como corolario de esas negociaciones sokmete a otras luces ese alegado progresismo.

Si bien se mira, al separar al FMI y a los organismos internacionales de crédito de la suerte de los restantes tenedores de deuda pública, el gobierno ha decidido en el primer caso reconocer y honrar la totalidad de las obligaciones contraídas por el Estado, mientras propone someter a las restantes a una quita equivalente al 75 por ciento de su nominación y desconocer los intereses devengados a partir del default. Sucede que la masa más numerosa de los afectados por ese monumental paguediós está constituida por asalariados argentinos que ahorran para su jubilación en las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones, un hecho que ilustra vertiginosamente el error de considerar deuda externa a lo que, en rigor, es deuda pública con tenedores que están tanto fuera como dentro del país.

Así, los trabajadores argentinos no sólo han sufrido el formidable recorte de sus sueldos de bolsillo ocasionado por la devaluación de principios de 2002, sino que soportan ahora un tajo enorme sobre sus salarios postergados convertidos en ahorro para la vejez.

El gobierno ha pretendido desviar las reacciones frente a esa irritante expropiación a los asalariados (más antipática por comparación con la condición de acreedores privilegiados concedida a organismos internacionales de crédito a los que, verbalmente, el Presidente asigna protagónica corresponsabilidad en la crisis de la deuda).

La maniobra de desvío consiste en culpar a las AFJP de mala administración de los fondos: ¿deberían haber previsto que el Estado, que ahora las acusa, decidiría no pagar sus deudas? En cualquier caso, una cosa es la relación de las administradoras con sus clientes (que ciertamente conservan la libertad de cuestionarlas y hasta de accionar judicialmente) y otra es la decisión política del gobierno de tratar los fondos de capitalización de los trabajadores en desigualdad negativa con relación a las acreencias del Fondo y los otros organismos multilaterales de crédito. El coro del sedicente progresismo opta en este punto no por el sonido sino por el silencio. No es el único caso.

El tema del ingreso de las familias, el de la inversión y el crecimiento son otras tantas melodías en que ese sector oscila entre el grito y el punto en boca. La furia argumental suele canalizarse en ese discurso hacia la década maldita, esto es, los años 90. Las comparaciones, sin embargo, no permiten sostener ni la rabia ni los argumentos. En la actualidad, registrando inclusive la reciente corrección salarial (que benefició en exclusividad a los trabajadores formales del sector privado; el presupuesto 2004 prevé, por otra parte, que los sueldos se mantendrán congelados para el sector estatal), el ingresos mensual nominal promedio de las familias alcanza a los 719,30 pesos contra 1.179, 30 (una caída del 40 por ciento en términos nominales que se transforma, inflación mediante, en un achicamiento de 56,6 por ciento en términos reales).

En cuanto al crecimiento, los propagandistas transversales del gobierno subrayan –y lo que dicen es cierto- que este año el PBI será alrededor de un 6 por ciento más alto que el del año 2002. Omiten en cambio, señalar, que esa performance nos colocará 15 por ciento por debajo del nivel de producción que la Argentina tenía al finalizar 1998.

Podría, es verdad, alegarse que este ritmo de crecimiento, si se sostiene, permitiría revertir el derrumbe productivo que se experimenta desde 1999, particularmente con la gestión aliancista y la devaluación de Duhalde. Sin embargo, para que el actual rebote reactivador se convirtiera en crecimiento consistente se requeriría que, simultáneamente, el país experimentase un fuerte proceso de reiversión. Pero el ministro de Economía Roberto Lavagna acaba de confesar que el nivel actual de inversión de la economía argentina se mantiene en 11 puntos porcentuales del producto bruto interno (contra más de 22 que se invertían en la década del 90). La inversión actual es análoga a la más baja que se registró en la crisis inflacionaria de los años 80. Esto implica que el actual rebote reactivador está devorando el stock de inversión de la década pasada sin regenerarlo, lo que le determina un límite objetivo (y más o menos cercano).

Una estrategia que apunte, en principio, a recuperar velozmente los niveles de 1998 y a superarlos, no puede conformarse con tasas de crecimiento como el 4 por ciento que el gobierno proyecta en su presupuesto para el 2004. A esos ritmos, los actuales niveles de pobreza e indigencia terminarán sedimentándose y las actuales tasas de desempleo –punto más, punto menos- se tornarán crónicas. ¿Una actitud que se quiere progresista consistirá en resignarse a paliar la miseria con el reparto de subsidios, en expropiar fondos de asalariados, en castigar fiscalmente a la producción competitiva? Más bien se trata, progresismo o no, de encarar con audacia las reformas fundamentales que permitan recuperar la confianza y el crédito, la inversión y el trabajo. Y de poner allí –no en planos subalternos- toda la fuerza y el discurso, soslayando la táctica del tero.
Jorge Raventos , 07/10/2003

 

 

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