Jorge Raventos analiza la evolución de la situación del peronismo a partir del cumplimiento del actual calendario electoral. |
Cuando concluya en noviembre el extendido calendario electoral el peronismo aparecerá como la fuerza abrumadoramente dominante en el país: la mayoría de los gobernadores de provincias, de los diputados y senadores serán hombres de extracción justicialista. Casi todos los analistas coinciden en ese pronóstico. Sin embargo, es en ese contexto que el presidente Néstor Kirchner se ha quejado ante sus íntimos de tener “sólo el 10 por ciento del poder que necesito”.
Aunque suene paradójico, el diagnóstico del Presidente es de una sinceridad irreprochable y revela la distancia que separa a la Casa Rosada del Partido Justicialista: Kirchner no considera la fuerza del peronismo como una fuerza propia. Es esa la razón por la cual él se empeña en construir un poder “transversal”, basado en pilares territoriales que sólo excepcionalmente proceden del PJ y en las que pululan corrientes que pertenecieron a la Alianza, al Frepaso, al ARI o a la izquierda.
Cuando Eduardo Duhalde le aconseja públicamente al Presidente que se recueste sobre los poblados bloques parlamentarios que el peronismo acrecentará con los comicios en curso en cambio de pensar en un escueto bloque kirchnerista, el bonaerense predica en el desierto: Kirchner no quiere depender del PJ, quiere independizarse de él.
Es comprensible la aflicción de los líderes justicialistas, entonces. La táctica por momentos ambigua y en otros casos hostil de la Casa Rosada hacia los candidatos a gobernador del peronismo ha producido ya derrotas del PJ en Tierra del Fuego, Catamarca y Río Negro. En este último caso, el 31 de agosto, Carlos Soria – candidato oficial del justicialismo y hombre del semillero duhaldista- perdió los comicios por menos de 3 puntos mientras otro candidato de origen peronista y de filiación kirchnerista se ubicaba en cuarto lugar dispersando un 10 por ciento de los votos que facilitaron la victoria del candidato radical. Ahora todos los ojos del peronismo miran a Santa Fé, donde el Presidente no ocultó un juego a dos puntas, entre Jorge Obeid, postulante por el principal sub-lema justicialista, y el actual candidato socialista de Rosario, Hermes Binner: una nueva derrota del PJ vinculada a la búsqueda kirchnerista de liderar su propia opción transversal sin dudas acelerará las reacciones internas en el peronismo.
Ubicado en el centro de un dispositivo que incluye su voluntad de liderar el justicialismo y su condición de inventor de la candidatura de Kirchner, Eduardo Duhalde hace esfuerzos por evitar una ruptura entre esos dos polos y por disciplinar a Kirchner. Desde el peronismo bonaerense se emiten señales ambivalentes, de elogio al “viento fresco del Sur” que representaría el Presidente y de devaluación de su influencia. Últimamente se oyen más bien expresiones de este último orden. “Podemos ganar sin Kirchner”, declaró Felipe Solá, después de desafiar la interpretación oficial kirchnerista sobre la elección en la ciudad de Buenos Aires: “El ballotage porteño no es el choque entre dos modelos de país”. Hilda Chiche Duhalde había sido aún más explícita cuando cuestionó a los “traidores y travestis” que se abren de la disciplina partidaria a la hora de las elecciones.
Como el personaje de Quevedo, “que primero hace el enfermo y después el hospital”, Eduardo Duhalde se ve empujado a entablillar las quebraduras que él mismo contribuyó a producir en el peronismo, cuando eludió las elecciones internas que debían darle al PJ un candidato único y legítimo. Al fin de cuentas, fue él quien alentó que el justicialismo presentara tres candidaturas presidenciales en paralelo.
Surgido de ese proceso, sobre un caudal de votos del 22 por ciento de los cuales las dos terceras partes fueron aportadas por el aparato duhaldista, Kirchner se esfuerza por reemplazar con activismo, confrontación y respaldo de la siempre vaporosa opinión pública la fuerza que le negó el comicio. Duhalde, accionista principal de esa empresa, observa con inquietud cómo su criatura intenta olvidar sus compromisos.
Como primus inter pares de los jefes territoriales peronistas, erguido sobre la poderosa estructura partidaria bonaerense, Duhalde aspira ahora a moderar el estilo de Kirchner y a protegerlo de sus propias desviaciones. El Presidente ya experimentó esa dependencia (sin la ayuda de Duhalde la anulación de las leyes de amnistía no hubiera triunfado en el Senado), pero gambetea el abrazo del oso.
Duhalde no puede hacer otra cosa que reaccionar frente al transversalismode Kirchnerporque eso es lo que le reclaman sus propias bases y sus pares de muchas provincias ante iniciativas de la Casa Rosada que promueven conflictos y ocasionan derrotas. Más allá de la voluntad de ambos, la física de la política presagia un choque irónico. Duhalde, el divisor, debe vestirse de unificador del peronismo para reparar su propio invento. Sin unidad, el justicialismo se encontrará en la curiosa situación de ser la fuerza ampliamente mayoritaria y ver menguada su influencia efectiva en el gobierno.
No sólo Kirchner se encontraría con la falta de poder que hoy confiesa. Lo mismo le ocurriría al peronismo, un gigante anestesiado.
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Jorge Raventos , 08/09/2003 |
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