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La importancia de un comino . |
En su habitual columna semanal, Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina. |
Comino: (…)Por metáfora cariñosa o despectiva,
persona de pequeño tamaño; dicho
más comúnmente de los
niños / fig. Cosa insignificante, de
poco o ningún valor.
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española
Después de experimentar la derrota de su pollo, Aníbal Ibarra, en la primera vuelta electoral porteña y mientras hacía campaña con todo su gabinete en Misiones para dar aire al candidato con el que en esa provincia quiere enfrentar al justicialista Ramón Puerta, Néstor Kirschner afirmó con temeridad que le “importa un comino correr esos riesgos” (sufrir reveses electorales en distintos escenarios). El Presidente no considera, en rigor, que el asunto sea insignificante, sino, más bien, que la apuesta vale la pena porque –dijo- ”estamos a un paso de implantar nuestro proyecto político”.
Casi al mismo tiempo que él aludía a “su proyecto” en Posadas, el Secretario de Estado adjunto para Asuntos Hemisféricos de los Estados Unidos, Roger Noriega, comentaba en Washington ante corresponsales de diarios argentinos que el plan de acción de la Casa Rosada goza de un generalizado desconocimiento.
En efecto, dedicado casi 100 días a abrir múltiples frentes de dura confrontación (desde la Justicia a los militares, pasando por empresas privatizadas, hombres de negocios de otras naciones, candidatos peronistas y no peronistas, el presidente del Uruguay, su propio vicepresidente, etc.) Kirchner no ha dedicado demasiado tiempo a explicar en qué consiste ese proyecto que demanda todos sus esfuerzos y que estaría “a un paso” de implantar. Hay que deducirlo de su estilo y posicionamiento, de las amistades que prefiere cultivar y los enemigos que crea, así como de la práctica en la que prefiere sostener su propaganda: subsidios y promesas de obras públicas.
Pese a esa discreción enunciativa, el Presidente parece, a juzgar por su conducta, dispuesto a afrontar cualquier riesgo y a jugar a todo o nada. Resultan ilustrativos, en este sentido, los conceptos y tonos en los que expresaba el sábado, en La Nación, su apoyo a Kirchner un académico de izquierda, José Nun, que ha pasado de ser principal mentor de Elisa Carrió a, como lo describe aquel matutino, “dar carnadura ideológica a la praxis del Presidente”. Para Nun, mientras en estos 100 días Kirchner ha generado “enemigos a muerte” los intereses que él “está dispuesto a favorecer no ven a corto plazo todavía demasiadas ventajas”. La visión presidencial de un conflicto dramático y hasta letal se refleja en las palabras de Nun, que en pocas líneas reitera una y otra vez conceptos de evocaciones tanáticas: “Rápidamente el monto de odio que usted genera es mucho más alto que el entusiasmo; unos están dispuestos a dar la vida por liquidarlo y otros no están dispuestos a dejar la vida para apoyarlo”. Pintadas de esa manera, las diferencias de opinión y las divergencias políticas que se dan en el país parecen formar parte de una lucha a matar o morir y en ese contexto se pueden explicar expresiones como las del jefe piquetero Luis D’Elía sobre su voluntad de defender a tiros al Presidente.
El lenguaje no es inocente, las palabras no son gratuitas. A principios de la década del ’60, los jóvenes que acompañaban a Alfredo Palacios en su intención de llegar a la senaduría por la Capital Federal, gritaban festivamente en las manifestaciones la palabra “paredón”, en trivial homenaje a los fusilamientos que decidía Fidel Castro por esos tiempos en la isla de Cuba. Pocos años más tarde muchos de esos jóvenes (y otros que siguieron el mismo camino) optaban por la lucha armada y contribuían a desatar fuerzas que cubrirían de sangre e intolerancia la política argentina.
Es imposible que quien define al adversario como un “enemigo a muerte” esté dispuesto a buscar consensos, llegar a acuerdos o, siquiera, a juzgar los puntos de vista del otro como meros disensos: se inclinará por considerarlos piezas de un complot destinado a “liquidarlo” y, con esa concepción, preferirá tirar primero. Así, la política se desliza hacia el terreno de la guerra. Y si una de las partes de esa guerra se recubre con ropajes eticistas, tiende a sentirse en absoluta superioridad moral frente a sus oponentes, a negarlos de manera absoluta y, en fin, a justificar cualquier acción para aniquilarlos.
El estilo confrontativo que se ha impuesto en el país en los últimos meses tiende a caer en esos extremos. Un hombre moderado, como el senador mendocino Raúl Baglini, expresó su temor frente a los modos despóticos cuando esta semana él y su bloque fueron acusados de conspirar contra el juzgamiento político de Moliné O’Connor por el simple motivo de reclamar legítimamente que la Comisión respectiva del Senado, liderada por la esposa del Presidente de la Nación, cumpliera con el reglamento y considerara un pedido de excusación del mendocino.
¿Puede decirse, entonces, que al Presidente “le importa un comino” el riesgo de una derrota de Ibarra en la Capital Federal en la segunda vuelta, dentro de dos semanas? Difícilmente. Quien supone que está jugando el todo por el todo no le quita significación a esa lucha. Kirchner hará todo lo que esté en sus manos para que Mauricio Macri no venza en el ballotage.
No es improbable que los nervios que cundieron en el gobierno nacional en los últimos días (y que estuvieron a punto de provocar la renuncia de un ministro) estuviesen determinados en gran medida por el resbalón porteño y por los primeros muestreos sobre la segunda vuelta, en los que Macri aparece ganando por el hocico, cuando hasta una semana atrás ningún encuestador le asignaba posibilidades en el ballotage.
Para Kirchner, que venía apuntalando su magro 22 por ciento con los índices de aprobación de la opinión pública y se jugaba a construir una base territorial propia sobre el electorado que dio carta de nacimiento a la Alianza, la posibilidad de caer vencido por un contrincante que demoniza como menemista aunque no lo sea y haga enormes esfuerzos de convivencia con el gobierno nacional, es algo que importa mucho más que un comino. En vísperas de ese nuevo desafío (y del epílogo de una decisiva y enrevesada negociación con el FMI) puede preverse que el santacruceño va a jugar todas las cartas y a movilizar todas las fuerzas con que pueda contar para evitar esa caída, que él identifica, con razón o sin ella, como el eclipse de su proyecto y, como está visto, hasta con su prematura muerte política.
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Jorge Raventos , 01/09/2003 |
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