Las blancas y las negras .

 


Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
Durante los últimos diez días algo quedó definitivamente deteriorado en el artefacto de poder que Néstor Kirchner venía construyendo desde mayo. El conflicto desatado con su vicepresidente, Daniel Scioli, y la forma empleada por el santacruceño para repararlo pusieron de manifiesto sofocados desperfectos que el dispositivo presidencial acumulaba desde su puesta en marcha.

Paralelamente, la derrota de Aníbal Ibarra en la primera vuelta de las elecciones porteñas se convertía en un fuerte revés a la imagen de un respaldo sin fisuras de la opinión pública a los deseos presidenciales: Kirchner apostó fuerte por Ibarra en la Capital Federal y confrontó agresivamente con Mauricio Macri, a quien describió como encarnación del Mal y símbolo de los años noventa, y no consiguió evitar que 4 de cada 10 porteños ( particularmente los más jóvenes) convirtieran al empresario en el claro triunfador del primer round.

En su choque con Scioli, Kirchner quiso poner nuevamente en escena un número que le dio satisfacciones anteriormente: la imagen de un presidente que fulmina y castiga a quienes se le oponen o a aquellos a quienes atribuye vínculos conspirativos con lo que él define como el pasado. El vicepresidente siempre fue, en tal sentido, sospechoso de este último pecado por sus antecedentes menemistas e incurrió en el primero tanto por sus vinculaciones con sectores del empresariado como por sus declaraciones sobre la inconstitucionalidad de la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida.

Sumadas ambas situaciones, Kirchner evaluó en principio reclamar la renuncia de su vice y se inclinó al fin por destratarlo, lanzar contra él una ofensiva mediática y aniquilar a un grupo de funcionarios de las áreas de Turismo y Deportes sobre las que Scioli ejercía influencia. El Presidente había descubierto que la oposición, que hasta entonces, sin expresión política, se recluía sordamente en sectores afectados, empezaba a encarnarse nada menos que a través del vicepresidente.

Hacer retroceder a Scioli no parecía una tarea difícil: en la organización institucional argentina la figura presidencial es central y la del vicepresidente, por el contrario, es normalmente decorativa. Sin embargo, Scioli no estaba solo. Sus expresiones y actitudes reflejaban puntos de vista compartidos no sólo por una franja de la opinión pública y por sectores de la producción y del campo institucional, sino también por muchos senadores nacionales y por un segmento considerable del peronismo que incluye al duhaldismo bonaerense. Por ese motivo, la crisis con el vicepresidente tuvo un costo alto para Kirchner.

El más notable de esos costos fue la necesidad presidencial de buscar nuevamente cobijo bajo la manta del duhaldismo. De no haber sido por el favor de Duhalde, que volcó su influencia sobre el bloque justicialista de senadores, la anulación de las leyes de obediencia debida y de punto final corría riesgo de parálisis o frustración en la Cámara Alta. La senadora bonaerense Mabel Müller, del riñón duhaldista, había adelantado su postura contraria a la anulación pero terminó votándola "por verticalidad y disciplina frente al pedido de Duhalde", según facturó. El ex presidente, principal accionista del acceso de Kirchner a la Casa Rosada, protege a Scioli y también a su verdugo: las circunstancias lo han colocado en este momento al mando del tablero y juega ajedrez moviendo tanto las fichas blancas como las negras.

Kirchner dramatizó su agradecimiento acudiendo en San Vicente al plenario del peronismo bonaerense, donde Duhalde le cedió al escenario para que acompañara a sus candidatos. La condición fue que Scioli no estuviera presente y el caudillo de Lomas de Zamora la juzgó plausible: para él, el vicepresiedente es una pieza de reserva y por el momento ya había cumplido con creces su función de hostigamiento. El apoyo de Duhalde subraya un flanco de vulnerabilidad de Kirchner ensanchado por la propia estrategia de confrontación del presidente: más allá del vaporoso respaldo de la opinión pública, el bonaerense es su principal viga de apoyo cuando las papas queman, lo cual acentúa en perspectiva su Duhalde-dependencia. Este apoyo, por lo demás, no es gratuito: aunque esforzándose por contemplar benévolamente el "estilo Kirchner" y computando asimismo el dato de que un fracaso prematuro del presidente también lo afectaría a él -su inventor, de hecho-, Duhalde, como la mayor parte del peronismo, resiste la política militar de Kirchner y su intención de congregar una fuerza propia fuera del PJ centrada en el llamado "progresismo" y en la izquierda. De allí que las relaciones entre la Casa Rosada y Lomas de Zamora estén signadas por las aproximaciones esporádicas y la permanente desconfianza recíproca. No es un dato menor que uno de los piqueteros favoritos de Balcarce 50, Luis D'Elía, haya declarado esta semana su voluntad de "defender a los tiros" al gobierno de Kirchner de una presunta conspiración en la que incluyó en rol protagónico a Eduardo Duhalde. El Presidente también da señales de que está dispuesto a jugar con blancas y con negras simultáneamente.

La victoria electoral de Mauricio Macri en la Capital Federal desnudó otro flanco débil de Kirchner. Y no uno menor: el repaldo de opinión pública que las encuestas insisten en exhibir y del que el Presidente se envanece no se traslada a cualquiera de sus actos y preferencias. Ya estaba registrado que ese respaldo se transforme en censura cuando se trata de juzgar aspectos específicos de la gestión (economía o seguridad, por ejemplo). El domingo 24, no una encuesta sino una votación popular mostró que un segmento mayoritario de los porteños ignoraba o rechazaba el respaldo presidencial a Aníbal Ibarra. El actual Jefe de Gobierno, con el respaldo de Kirchner y de la señora Carrió, cayó frente a Macri y perdió 15 puntos en relación con su performance precedente. Por cierto, el vencido fue Ibarra, no Kirchner, pero la tendencia a confrontar y a polarizar del Presidente hizo que éste se convirtiera en accionista de la derrota.

Así como la exagerada reacción frente al módico desafío de Scioli concluyó en una temporaria y pírrica victoria y en una deuda a Duhalde, la aventura porteña de Kirchner se paga con su propio crédito ante la opinión pública, su principal y veleidoso sostén.
Jorge Raventos , 20/08/2003

 

 

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