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El maquiavelismo de las cosas . |
Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina. |
Una ilusión del team patagónico que capitanea Néstor Kirchner se centra en sostener una rígida, monolítica y monopólica producción y administración de noticias oficiales. No todas ellas necesariamente deben surgir de la boca misma del caballo, es decir, de la oficina principal de Balcarce 50, pero el exigente desideratum presidencial, convertido en objetivo de comunicación del kirchnerismo, consiste en que nadie hable sin instrucción o consulta previa con el Presidente o su estrecho entorno.
Kirchner y los suyos sienten cada transgresión a esa quimera como una dura contrariedad política: "Es el Presidente el que maneja los tiempos y toma las decisiones", predican sus apóstoles, que hasta llegaron a tomar como una agresión personal la resolución del juez español Baltasar Garzón de poner inmediatamente al cobro los compromisos de extradición de argentinos asumidos por el oficialismo desde el vértice del gobierno.
El vicepresidente Daniel Scioli no forma parte del círculo íntimo presidencial y viene demostrando desde antes de asumir el cargo que aspira a conservar un margen de independencia para decidir tanto los matices de su discurso como sus tiempos y su relacionamiento con sectores sociales. Ya a principios de mayo, destacábamos en esta página: "A mediados de esta semana una fotografía publicada en varios medios ilustró lo que puede dibujarse como la futura pesadilla de Kirchner: en ella aparecían todos los intendentes y punteros duhaldistas del Gran Buenos Aires, acompañados de la esposa del presidente interino y de Daniel Scioli. Un recordatorio de dónde están los fierros y donde reporta ahora el copiloto de la fórmula oficialista". Después de eso, Scioli se vinculó, en Buenos Aires y en el exterior, con sectores del empresariado local y con inversores extranjeros, abundó en declaraciones públicas sobre la necesidad de mirar al futuro y cerrar heridas del pasado así como sobre la virtud de garantizar seguridad jurídica para alentar la inversión y el empleo. Hasta principios de la última semana, esas expansiones vicepresidenciales provocaban íntimos ataques de acidez en el núcleo duro del oficialismo, pero eran disimuladas en público con el argumento de que se trataba de una "lógica división funcional" entre Kirchner y Scioli. Sin embargo, el martes 12 ese maquillaje se fundió: el v icepresidente había declarado en Tucumán, ante un público de hombres de negocios, que las tarifas de los servicios públicos serán actualizadas en el curso de tres meses y que no es función constitucional del Congreso de la Nación anular leyes.
Scioli suele recordar a sus interlocutores que él preside uno de los tres poderes del país, el Legislativo. Que la cabeza de la rama parlamentaria del Estado expusiera sin velos aquella convicción (que es acompañada por la mayoría de los juristas) dejaba malparado el esfuerzo político empeñado por el oficialismo para obtener del Congreso una nulidad (así terminase siendo puramente simbólica) de las leyes de obediencia debida y punto final. En cuanto al vaticinio sobre los aumentos de tarifas, Scioli no dijo otra cosa que lo que todo el mundo imagina y que lo que él mismo había escuchado de boca de los ministros de las áreas involucradas en sus negociaciones con los senadores.
El pecado del vicepresidente era, en este caso, haber expropiado la declaración y la elección de su oportunidad al Presidente o a su ministro de Infaestructura, Julio De Vido. Scioli, en cambio, imaginó que sus palabras serían funcionales con la negociación que a esa hora sostenía Roberto Lavagna con el FMI.
El sistema de prensa oficial se dedicó a partir de la difusión de las declaraciones del vicepresidente a instrumentar sucesivas respuestas: puso en el aire a una funcionaria de Lealtad Comercial (Patricia Vaca Narvaja, a la sazón , hermana del ex líder montonero), al ministro De Vido (que desmintió los aumentos tarifarios), al jefe de gabinete (que admitió que las palabras de Scioli no reflejan el punto de vista del gobierno) y hasta elaboró un a frase del mismísimo Kirchner, quien incidentalmente se quejó de "políticos que admiten ser voceros de los lobbies empresariales".
También se impulsó desde el gobierno el protagonismo mediático de la dirigencia piquetero, que sigue recibiendo respaldo político y monetario del oficialismo. Resultan particularmente interesantes, en ese sentido, los embates contra Cioli y los vaticinios de Luis D'Elía: "Quizá Scioli-declaró el piquetero favorito de Balcarce 50- sea la cabeza de playa de las contradicciones que se van a operar en el partido justicialista dentro de poco. El conjunto del pueblo que avala la política del Presidente tiene que crecer en organización para responder estas embestidas que hasta yo no dudaría que provoquen una crisis institucional."
N o es improbable que los sectores más radicalizados o intrépidos de la coalición oficialista estén trabajando para "responder organizadamente" a una "crisis" que vaticinan estará motorizada por "contradicciones en el partido justicialista". Ese diagnóstico parece reflejar algunas cuestiones de física política que están a la vista. El doctor Kirchner accedió al gobierno con un 22 por ciento de votos, de los cuales las dos terceras partes eran producto del aparato peronista bonaerense. Este sector -en el que Duhalde opera como cabeza y moderador - no comparte la política del Presidente, tanto en la búsqueda de acumular fuerzas por izquierda y al margen del justicialismo, como en la sensible cuestión de la revisión de la violenta década del setenta.
Las tensiones entre duhaldismo y kirchnerismo -que los jefes de ambas fracciones tratan de contener y calmar- son las que supuran a través de las declaraciones de Scioli y la subsiguiente reacción oficial. Son también las que alimentan los cada vez menos sordos ruidos que emergen de la relación entre el ministro duhaldista Roberto Lavagna y su colega kirchnerista Julio De Vido.
Con el doble respaldo que le ofrecen su papel institucional como cabeza del Poder Legislativo y su condición de palanca del duhaldismo, Daniel Scioli parecede cedido a jugar un papel para encauzar al gobierno de Kirchner por sendas menos tortuosas que las re corridas en estas primeras semanas. De hecho, en un paisaje político donde el papel de la oposición luce vacante, y más allá de la intención de Scioli, la emergencia pública del vicepresidente puso a éste en el centro de muchas miradas y como canalizador potencial de muchas ansiedades sectoriales, ciudadanas y partidaria que hasta el momento parecían sofocadas por la atmósfera mediático-política que ha venido rodeando y caracterizando la estrategia de confrontación adoptada por el santacruceño.
Quienes imaginan conspiraciones, pueden, como D'Elía, ver en Scioli "la punta de lanza de un embate contra Kirchener". Pero la realidad exhibe, más que conspiraciones, decisiones políticas, algunas torpezas, algunos disparates, algunos rencores, muchas buenas intenciones. El maquiavelismo está en las cosas.
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Jorge Raventos , 20/08/2003 |
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