Lula sabe de que se trata .

 


Artículo publicado en el diario "Clarín" el pasado sábado 16 de agosto.
A siete meses de haber asumido el gobierno el presidente Luis Ignacio Lula Da Silva acaba de afrontar exitosamente un primer desafío crucial, en que estaba en juego nada menos que su poder político. La decisión de la Cámara de Diputados de aprobar el controvertido proyecto de reforma previsional, enviado hacía solo 97 días por el Poder Ejecutivo, constituye una inequívoca respuesta a la incógnita, fuertemente extendida afuera y adentro de Brasil, sobre si Lula podría o no sostener en el tiempo la continuidad de su programa económico, en medio de una embestida generalizada originada en un amplio frente de resistencia política, empresaria y sindical.

En efecto: la política de Lula afronta hoy la fuerte oposición de un arco de fuerzas que van desde el ala izquierda del Partido de los Trabajadores, movimientos sociales de extraordinaria capacidad de movilización, como los Sin Tierra y los Sin Techo, y el poderoso sindicalismo estatal, que cuestionan la supuesta traición al ideario del PT, hasta importantes sectores del empresariado paulista, que incluyen al propio vicepresidente José Alencar, quienes reclaman la adopción de una estrategia industrialista contrapuesta a la ortodoxia monetaria implantada por el Ministro de Economía, Antonio Palocci, y el titular del Banco Central, Henrique Meirelles, ex presidente internacional del Fleet Boston.

Lo cierto es que el programa económico de Lula en esta primera etapa de su gobierno puede sintetizarse en un solo objetivo: restablecer la confianza nacional e internacional para evitar el default de la voluminosa deuda pública brasileña de U$S 300.000 millones, que asciende ahora al 56% del producto bruto interno. En otros términos, el objetivo principal consiste en impedir que ocurra en Brasil lo que sucedió en la Argentina en diciembre del 2001.

En este terreno, los resultados obtenidos en estos siete meses han sido verdaderamente notables. La tasa riesgo país bajó de más de 2000 puntos básicos a menos de 900 puntos. Al mismo tiempo, hay un retroceso de la inflación por tercer mes consecutivo y un incremento excepcional de las exportaciones, impulsadas básicamente por el sector agroalimentario. La contrapartida es el mantenimiento de una tasa de interés extraordinariamente elevada, que encarece el crédito y afecta severamente la actividad productiva. El resultado es que la economía brasileña sigue virtualmente estancada. La producción industrial ha disminuído. El índice de desempleo trepó significativamente y alcanza ahora al 13% de la población económicamente activa, según medición realizada en las seis ciudades principales.

En esas condiciones adversas, aumenta la oposición política y sindical a las reformas estructurales básicas planteadas por el gobierno, cuya ejecución constituye a juicio de Lula precisamente el único camino viable para que Brasil pueda volver a crecer en forma sostenida y, en esa medida, enfrente y de respuesta efectiva a su gigantesco desafío social.

Lo cierto es que Lula y el Partido de los Trabajadores protagonizan una formidable adecuación política a las nuevas circunstancias históricas. No es la primera vez que lo hacen. Ocho años atrás, después de una fuerte discusión interna, el PT abandonó explícitamente la opción por el socialismo. Asumió entonces la condición de ala reformista social dentro del proyecto industrial brasileño, iniciado en la década del 30 por Getulio Vargas, sostenido en los años 50 por Juscelino Kubischek y llevado a su culminación, y también a sus límites, por el régimen militar que gobernó entre 1964 y 1985.

Ahora, obligados a enfrentar desde el gobierno el dato estructural de la globalización, Lula y el PT dan una nueva vuelta de tuerca en materia de actualización programática. Asumen, más en los hechos que en su discurso político, el agotamiento de aquel modelo de desarrollo autárquico, que tan señalado éxito deparara a Brasil durante medio siglo. En consecuencia, ensayan una vigorosa apertura internacional, cuya máxima expresión está simbolizada en el acuerdo sobre la puesta en marcha del ALCA en 18 meses (1/1/2005), establecido en la entrevista mantenida el 20 de junio pasado en Washington entre Lula y el presidente norteamericano George W. Bush.

Esto explica por qué el fundador y líder histórico de un partido de izquierda, como el PT, y el jefe de la expresión política del ala derecha conservadora del Partido Republicano, actualmente instalado en la Casa Blanca, llegaron a forjar en menos de seis meses un nivel de entendimiento político muy superior al que en los ocho años anteriores habían logrado alcanzar sus respectivos antecesores, Fernando Henrique Cardoso y Bill Clinton, dos personalidades ideológicamente mucho más afines entre sí que Lula y Bush.

Lula, un nordestino que en su infancia emigró al cinturón industrial de San Pablo, sabe perfectamente de qué se trata. En la prolongada travesía del desierto que precedió políticamente a su acceso al poder, tuvo sobradas ocasiones de comprobar que las transformaciones sociales no se hacen para satisfacer el apetito ideológico de los medios intelectuales, sino para resolver los problemas concretos de la vida de los sectores populares.

Esa larga experiencia política le permitió tener rápidamente en claro, por ejemplo, que los más de 7.000 millones de dólares anuales de déficit del sistema previsional brasileño conforman una cifra que triplica el monto de los recursos asignados al programa "Hambre Cero", que constituye la prioridad absoluta del gobierno brasileño en materia de política social.

Con una contundente definición formulada de entrada acerca de cuál sería su prioridad estratégica, centrada en la resolución del flagelo del hambre y la marginalidad social que afectan a decenas de millones de sus compatriotas, Lula convirtió en bizantina la discusión acerca de si su gobierno habría de girar hacia el "realismo económico". Deng Xiao Ping fundó en 1978 el giro ideológico del Partido Comunista Chino al volcarse al capitalismo en el axioma de que "no importa que el gato sea blanco o negro sino que sepa cazar ratones". Lula y el PT identificaron muy rápidamente qué ratones pretenden cazar y no les importó demasiado el color del gato necesario para conseguirlo. En esa medida, determinaron también, sin preconceptos ideológicos de ninguna naturaleza, cuáles eran las alianzas, tanto internas como externas, necesarias para consolidar un sistema de poder adecuado para la ejecución de la estrategia escogida.
Jorge Castro , 20/08/2003

 

 

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