Viaje inicial, quizás iniciático .

 


Jorge Raventos analiza la evolución de la situación política argentina.
Antes de iniciar su primer viaje a Europa, Néstor Kirchner dejó aprobado un aumento de sueldos y jubilaciones mínimas, no por módico menos significativo.

El incremento, que se irá produciendo por goteo de aquí a diciembre, obviamente no alcanza a la fuerza de trabajo no registrada y en muchos casos tampoco se materializará en los bolsillos de los trabajadores formales a los que se les blanquearán ingresos a no remunerativos que pasarán ahora a estar sujetos a los descuentos de la seguridad social. En rigor, el principal beneficiario del aumento será el fisco, y el segundo será el de los jubilados que perciben el monto más bajo.

Aunque es evidente que la medida adoptada no representa demasiado a la luz de la brutal depresión de los sueldos determinada por la devaluación de enero del 2001, lo que se destaca en el gesto oficial es la alegada pretensión de recuperar la economía poniendo como palanca dominante la -imaginada- expansión del mercado interno y los argumentos ofrecidos para justificar la medida: el superávit fiscal alcanzado y los avances en materia de productividad.

En rigor, el superávit se produce en las condiciones de no pago de la deuda pública, razón por la cual es razonable que los acreedores postergados consideren que Argentina sigue gastando a cuenta. En cuanto a los mentados avances en la productividad, si existen, no se deben a inversión o modernización de tecnología y procesos, sino precisamente al encogimiento salarial impulsado por la devaluación, la vía por la cual el llamado bloque productivo, que dijo encarnar Eduardo Duhalde y aspira a continuar el actual gobierno, quiso conquistar competitividad.

Es probable que durante su gira europea Kirchner escuche razonamientos parecidos a los que despliegan los representantes del Fondo Monetario Internacional ante sus interlocutores del ministerio de Economía: Argentina contará con ayuda del mundo una vez que exhiba un plan económico consistente con sus posibilidades de crecimiento y con la situación en que se encuentra. Lo que se espera es que no gaste a cuenta, que respete los contratos, que negocie con los acreedores y que sostenga un superávit fiscal relevante, no necesariamente el 4,5 por ciento del PBI al que se comprometió el Brasil de Lula Da Silva, pero sí de un 3 a un 3,5 por ciento.

El Fondo aspira, para cerrar el acuerdo que negocia Roberto Lavagna, a que el gobierno no obtenga sus recursos de impuestos distorsivos -como el que grava las transacciones bancarias o las retenciones que afectan al sector agrario- y se comprometa a eliminarlos. Quiere también que las provincias, a través de un acuerdo con la Nación, coincidan en un nuevo sistema fiscal federal que modifique las actuales reglas de coparticipación de impuestos; que se reestructure la banca pública, que se dé marcha atrás en la modificación de hecho a la ley de quiebras impuesta por la recién sancionada Ley de Protección a los Bienes Culturales. Y, obviamente, que se considere la situación de las empresas de servicios públicos cuyas tarifas se mantienen inmodificadas desde la devaluación que distorsionó las reglas de juego de la economía.

De estos temas y de otros oirá hablar Kirchner en Europa. Su primera escala, en Londres, lo pondrá en contacto (así sea breve y circunstancial) con Tony Blair, líder el nuevo laborismo que no tuvo complejo alguno en continuar el rumbo trazado antes de él por el conservadorismo de Margaret Thatcher y John Major, y que encabezó, flanqueando a George W. Bush, la guerra contra el régimen de Saddam Hussein. Si afina el oído, el presidente argentino percibirá el fuerte rumor de las reformas europeas, enderezadas a introducir más libertad y más mercado donde todavía existen las regulaciones que fueron funcionales tres décadas atrás y los nuevos lineamientos estratégicos del Viejo Continente, que -superada la crisis que suscitó el tema Irak- buscan la convergencia y cooperación con Estados Unidos en la construcción de un nuevo ordenamiento mundial, en el que la superioridad de la hiperpotencia norteamericana no requiere mayores argumentaciones.

No es imposible que el contacto directo con esas realidades suscite algún indispensable cambio de óptica en Kirchner: al fin de cuentas, un viaje análogo le permitió a Eduardo Duhalde constatar la existencia del proceso de globalización. En todo caso, ese cambio requeriría observar que los paradigmas de la década del setenta no responden a la estructura de una sociedad mundial que avanza hacia formas mayores de integración, tanto económicas como políticas y de seguridad.

La idea de que la Argentina pueda insertarse en el mundo sobre la base de la obsoleta estrategia de sustituir importaciones con salarios misérrimos y castigar a los sectores competitivos de mayor capacidad de acumulación es una puerta hacia ninguna parte.
Jorge Raventos , 17/07/2003

 

 

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