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Final del primer tiempo . |
Jorge Raventos describe un punto de inflexión en la evolución del proceso político argentino. |
Con la renuncia de Julio Salvador Nazareno a su asiento en la Corte Suprema de Justicia el gobierno de Néstor Kirchner remató el primer mes de gestión con lo que consideró un nuevo triunfo en su cruzada contra la década del 90 y en su esfuerzo por tomar control directo de instituciones centrales. El primer paso había sido la inédita purga de jerarquías militares con que inauguró su administración. El equipo del Presidente concluye este primer período con ventaja y el clima de los vestuarios durante el entretiempo luce optimista.
Pasos en falso como la destitución del Procurador del Tesoro, Carlos Sánchez Herrera
-descalificado por haber ejercido su profesión de abogado defendiendo al general Juan Bautista Sasiain- o la designación de la esposa del ministro Julio De Vido como titular de la SIGEN (organismo que debe auditar la gestión de su marido) fueron rápidamente absueltos por el arbitraje favorable de los grandes medios, sensibilizados por la buena marca del gobierno que hasta ahora detectan los estudios de opinión pública.
La visita a la Argentina del director general del Fondo Monetario Internacional lució asimismo como un tanto a favor del gobierno, si bien el trámite merece una mirada más a fondo.
Horst Köhler exhibió en Buenos Aires sus modales más diplomáticos y hasta soportó que los lenguaraces del oficialismo describieran sus conversaciones con el Presidente como un enérgico pase de facturas de Kirchner al FMI que él habría admitido con docilidad autocrítica. En los hechos, lo que quedó claro de las reuniones del banquero con el oficialismo es que no habrá un plan de corto plazo que permita emparchar una vez más los vencimientos próximos de duda argentina con los organismos multilaterales. Esos vencimientos suman 8.405 millones de dólares hasta diciembre (casi 6.000 de los cuales de aquí a septiembre). El Fondo está dispuesto a tratar con el gobierno un acuerdo a tres años, que requiere definiciones previas sobre varios temas sensibles: tarifas, compromiso de superávit fiscal, nuevo régimen de coparticipación federal y -last but not least- una negociación seria de la deuda pública defaulteada. La perspectiva sería interesante si no fuese porque el gobierno preferiría postergar la definición de esos temas hasta después de que finalicen los procesos electorales que mantendrán inquietas a las provincias hasta noviembre (es decir, bastante más allá de la línea en que se produce la mayoría de los vencimientos del 2003.
La presión por definiciones más rápidas no proviene sólo del Fondo, sino de los damnificados por la falta de resolución (por ejemplo: los concesionarios de servicios públicos). Y esas presiones se filtran en el seno del gabinete, produciendo ya algunos debates (aún asordinados) entre funcionarios.
El optimismo sembrado por los diplomáticos modos de Köhler es, como se ve, relativo. Como para confirmarlo, el secretario del Tesoro de Estados Unidos aclaró esta semana que la definición sobre un acuerdo del FMI con Argentina es todavía prematura.
Hay otros signos que motivan cierta preocupación del gobierno sobre el período próximo. La intención de Néstor Kirchner de hacerse de fuerzas propias en varias provincias compitiendo allí con los candidatos del peronismo ha provocado una reacción en el seno del Partido Justicialista. Esa estrategia ya ha tenido manifestación en Misiones, donde Ramón Puerta el candidato a gobernador consagrado en las elecciones internas del PJ es desafiado por el actual gobernador, quien se apresta a presentarse con el sello (Frente para la Victoria) con que Kirchner compitió en los comicios presidenciales.
En Santa Fé, Carlos Reutemann ha registrado los gestos de respaldo del Presidente al intendente de Rosario, el socialista Hermes Binner. En Río Negro no es secreto para nadie que Kirchner alienta a un candidato frepasista contra el duhaldista Carlos Soria, candidato oficial del peronismo. Y episodios análogos se verifican en otras provincias. Aunque los emisarios presidenciales negocian la presencia de hombres afines a la Casa Rosada en las listas propias del PJ, los dirigentes del interior no observan como contrapartida un compromiso firme del Presidente con los candidatos partidarios.
La primera reacción del peronismo fue la instalación de la Comisión de Acción Política (CAP) designada cuatro meses atrás en el congreso partidario realizado en Lanas. Aunque ese paso fue interpretado superficialmente como una movida contra el Consejo directivo que presidiera Carlos Menem, éste y los gobernadores que siguen aceptando su liderazgo no tuvieron inconveniente en convalidar el hecho. La CAP, por su parte, definió su apoyo a los candidatos del peronismo en todos los distritos. Quedó así transparentado el significado de la jugada: ponerle límites a los movimientos de Kirchner por fuera de las líneas del peronismo.
Curiosamente, el caso más sensible se ha producido en la ciudad de Buenos Aires, donde el peronismo no tiene candidato propio a la jefatura de gobierno, aunque la versión local del PJ ha decidido incorporarse al frente que respaldará la postulación de Mauricio Macri y contribuir con algunos candidatos legislativos en esa lista. Kirchner, en cambio, definió desde el primer día de su gestión el respaldo a la candidatura del frepasista Aníbal Ibarra. Esta actitud ya ha provocado chisporroteos. Las distintas versiones del peronismo del interior -sin excluir al duhaldismo bonaerense- contemplan esos movimientos del presidente como la intención de construir una fuerza política distinta, respaldada más bien en las corrientes del progresismo que en el movim iento justicialista. La Capital Federal sería el primer distrito importante en el que se podría probar ese experiemento.
La reacción del peronismo interior no es insignificante para el gobierno: las provincias ejercen nacionalmente su fuerza a través del Senado, un ámbito al que el oficialismo debe pedir regularmente la colaboración. Quizás la conciencia de esa vulnerabilidad sea la que llevó a Kirchner a desmentir a través de sus voceros que él haya definido su apoyo a Ibarra. Es un importante retroceso, así sea un retroceso verbal. Es probablemente la principal marcha atrás decidida por el gobierno de Kirchner en su primer mes, y fue obligado a ella por el peronismo.
Por eso, más allá de los fervores provocados por el desplazamiento de Nazareno al final del primer mes, en el gobierno se analiza con cierta aprensión el tiempo venidero. |
Jorge Raventos , 01/07/2003 |
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