Jorge Raventos analiza la evolución de la nueva situación política argentina. |
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos,
era la edad de la sabiduría, era la edad de la necedad, era
la época de la fe, era la época de la incredulidad, era la
estación de la Luz, era la estación de la Oscuridad,
era la primavera de la esperanza, era el invierno de la
desesperación, todo se desplegaba ante nuestros ojos, nada
se nos mostraba a la vista, íbamos todos en línea recta al Cielo,
todos íbamos directamente al otro lado;
en suma, ese período -para bien o para mal- sólo
admitía el grado superlativo de comparación".
CHARLES DICKENS. A tale of two cities
Las resonantes presencias del coronel Hugo Chávez y del comandante Fidel Castro compusieron la música de fondo de la primera semana de gobierno de Néstor Kirchner. Fue una circunstancia equívoca y paradojal para un gobierno que proclama, en otros aspectos, su amor por el futuro y su rechazo del pasado; también estuvo cargado de ironía el espectáculo de la extensa disertación que Castro -sin uniforme- desplegó en la Facultad de Derecho, ante un público y una prensa tan hipnotizados por su elocuencia que olvidaron su habitual preocupación por los derechos humanos, su desprecio a los liderazgos carismáticos y su proverbial sospecha de las jerarquías militares o los viejos políticos.
Constituiría un error, sin embargo, suponer que el vasto escenario facilitado a Castro y a Chávez representa un compromiso de índole política con sus modales de gobierno por parte del nuevo oficialismo. Más bien se trató del revival simbólico-nostálgico de ciertos valores ideológicos que el gobierno quiere actualizar en su gestión: restablecimiento de un papel central del Estado en la economía, toma de distancia en relación con Estados Unidos y las democracias capitalistas avanzadas, demonización del llamado neoliberalismo, título bajo el cual se engloban las reformas de la década del '90. En términos políticos concretos lo más importante para el gobierno del discurso de Castro fue el párrafo que éste dedicó a Carlos Menem (un homenaje, si bien se mira, a la jerarquía del ex presidente): "La globalización neoliberal ha recibido un colosal golpe. Ustedes no saben el servicio que le han prestado a América latina y al mundo al hundir en la fosa del Pacífico al símbolo de la globalización neoliberal".
Las reformas de los años 90, añoradas por muchos, son consideradas por otros la encarnación misma del Mal.
El gobierno de Kirchner y sus aliados de izquierda especulan con la gestación de un eje sudamericano de resistencia a Estados Unidos y al "modelo neoliberal", en el que Chávez y Castro representan un extremo pero que, a los ojos de la Casa Rosada, debe estar encabezado por Brasil: un "liderazgo natural" que el canciller de Kirchner, Rafael Bielsa, apenas se hizo cargo del Palacio San Martín se apresuró a conceder, para sorpresa de muchos.
El vicecanciller de Italia, Mario Baccini, de visita en Buenos Aires, advirtió, por ejemplo: "Espero que Argentina tenga su propia política exterior, que las relaciones en el Mercosur y en América Latina no condicionen a la Argentina en su relación con Europa y Estados Unidos".
El eje imaginado por Kirchner es, por el momento una expresión de deseos. Una fuerte expresión de deseos. Basta mirar el cuadro regional.
El gobierno socialista de Chile se apresta a firmar un acuerdo de libre comercio con Washington y el presidente uruguayo ha expuesto su vocación de hacer lo mismo. Por su parte, Lula Da Silva, cuestionado por "no romper con el modelo neoliberal" por la izquierda de su partido y por el industrialismo proteccionista de Brasil, encara en su país la reforma del sistema jubilatorio (que la Argentina afrontó en los años '90), advierte a propios y extraños que, más que sus propias ideas "lo que ha cambiado es la realidad" y adelanta su disposición a llegar a acuerdos con el gobierno de George W. Bush "aunque no sea el presidente que a mí me gustaría".
Mientras dibuja en la arena su diseño ideal de vinculación o desvinculación del paisaje mundial y de la globalización, Kirchner hace esfuerzos aguerridos por exhibir la fuerza que no surge de su capital electoral, se mueve mucho y velozmente, a riesgo de que lo consideren hiperkinético, asumiendo acciones que él considera vitales para consolidar poder. Así, viajó personalmente a Entre Ríos para adjudicar 8 millones de pesos que, si simplemente se hubieran girado durante el gobierno de Duhalde habrían evitado el interminable paráte del sistema educativo provincial. También se trasladó a Formosa, en misión parecida aunque, sobre todo, para respaldar la candidatura a gobernador del gobernador actual, Gildo Insfran.
Pero los objetivos que más acucian al flamante oficialismo parecen relacionados con modificar las cúpulas de instituciones y poderes. Finalmente concretó su operación de cirugía mayor sobre la conducción militar, aunque para muchos observadores esa costosa intervención haya consistido en curar lo que no estaba enfermo o arreglar lo que no estaba roto. En el caso del Ejército -donde se registraron las mayores heridas- el presidente dio un paso atrás: en lugar de 27 generales retiró a 20; pero dejó golpeado al titular de Defensa, que tempranamente le había recomendado moderación. Prefirió entregar el gesto de su retroceso a su hombre, el nuevo jefe de Estado Mayor del Ejército, general Roberto Bendini, antes que al ministro José Pampuro. El otro frente que el gobierno se muestra dispuesto a abrir es el de la Corte Suprema. El ministro de Justicia, Gustavo Béliz, que hasta el momento ha omitido el saludo protocolar a la autoridad del tercer poder, estimula públicamente a los legisladores a que enjuicien a ministros del Supremo Tribunal mientras lanza discretas misiones negociadoras tendientes a conseguir en ese mismo ámbito algunas renuncias. Kirchner, que en otras oportunidades se pronunció a favor de una Corte de cinco miembros, no espera las dimisiones para reducir el número de los magistrados, sino para reemplazarlos. Quiere tener, también allí y más temprano que tarde, personas de su confianza. "Kirchner desconfía de lo que no controla o no conoce", describía esta semana el diario La Nación.
En rigor, antes de afrontar la prueba del ácido de la serie de elecciones distritales que se desplegará entre agosto y octubre, el nuevo gobierno quiere atornillar situaciones que le den rasgos menos virtuales, más tangibles y operables, al diseño de su nuevo eje. No es poco lo que ha intentado en sólo una semana.
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Jorge Raventos , 02/06/2003 |
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