El factor K .

 


Jorge Raventos realiza un análisis del nuevo escenario político argentino.
Néstor Kirchner inaugura su mandato con rasgos de estilo no por sorprendentes imprevisibles. Cualquiera que haya escuchado o leído con atención el discurso que despachó el jueves 15 debería saber qué atenerse, pues si algo se le quiere cuestionar tempranamente al nuevo presidente no ha de ser su inconsecuencia con una trayectoria. “Estoy convencido de que todo lo que dije allí”, reincidió después de asimilar la crítica de la mayoría de los sectores moderados del país.

Kirchner ha desarrollado un relato propio para explicar su acceso a la Casa Rosada. “Yo tuve que hacer una arquitectura política - describe- donde logré acuerdos con el peronismo bonaerense, con Duhalde, con gobernadores, con gente del Frepaso y de la UCR”.

Esa narración tiende a descalificar la idea de que su poder es satélite del duhaldismo bonaerense, cuyo aporte limita al rol de uno más de los materiales de una construcción que él mismo diseñó y erigió. Podrá dudarse de su apego a la realidad, pero no de su voluntarismo. El flamante mandatario parece guiarse -aunque él lo ignore- por el clásico lema de Goethe: “Lo que ha sido dado, conquístalo para poseerlo”.

Coherente con aquel relato, ha formado un gabinete en el que el duhaldismo cobró una factura parcial: cuatro ministros del gobierno interino cruzan el Jordán de la nueva política: el (anticipadamente acordado con Duhalde) de Economía, Roberto Lavagna; el de Salud, Ginés González García; Aníbal Fernández (que ahora revistará en Interior) y José Pampuro, el médico y colaborador de cabecera de Duhalde, a quien le han encomendado operar el sector de la Defensa.

El resto de los ministros con que Kirchner inicia su gestión proviene de otros semilleros. Uno, el patagónico: el presidente entrante ha colocado a gente de su confianza personal (su hermana, su mejor amigo, su ex vicegobernador) a cargo de carteras estratégicas. Alicia Kirchner mandará en Desarrollo Social y controlará los subsidios a Jefas y Jefes de Familia. Julio De Vido estará a cargo de las obras y los servicios públicos. Sergio Acevedo, pese a ser candidato a gobernar Santa Cruz a partir de diciembre fue nominado como jefe de la SIDE y administrador, por lo tanto, de sus recursos reservados.

La tercera incubadora de ministros del nuevo gobierno es lo que en términos amplios podría denominarse progresismo o galaxia Frepaso. De allí provienen, con sus más y sus menos, el canciller Rafael Bielsa, su seguro subsecretario de Integración, el ex dirigente comunista Eduardo Sigal, el titular de Justicia Gustavo Béliz, el de Trabajo, Carlos Tomada y su subsecretario Aldo San Pedro, el ministro de Educación Daniel Filmus.

En conjunto, el gabinete de Kirchner exhala un penetrante perfume setentista, que confirma la consecuencia ideológica del nuevo mandatario. El ha reiterado que no piensa abandonar esa ideología “en la puerta de entrada de la Casa de Gobierno”.

Otro denominador común de ese gabinete es su carácter abajeño (como los arribeños, del Norte del país, llamaban en el siglo XIX a los del sur, fundamentalmente, a los bonaerenses). Si la vista no engaña, el ministro de origen más septentrional es el rosarino Bielsa, único nacido más arriba del Arroyo del Medio. E n la nómina prevalecen los metropolitanos (Capital y Gran Buenos Aires), inclusive hay alguno que en principio figura como patagónico que es, en rigor, capitalino.

Esa suerte de desequilibrio en la integración regional del equipo refleja no sólo el origen mayoritario del 22 por ciento de votos que Kirchner cosechó el 27 de abril, sino también la reticencia de algunos gobernadores norteños que hicieron su aporte pero prefirieron mantenerse al margen del gobierno nacional, como ocurrió con el formoseño Insfran y el jujeño Fellner, que en los cálculos previos figuraban como candidatos a la cartera política.

Hay, sin embargo, una motivación ideológico-estratégica tras el peso metropolitano del gabinete de Kirchner: la consolidación de la alianza con la coalición frepasista que lidera en la Capital Federal Aníbal Ibarra, quien va en agosto por la reelección y debe afrontar el desafío de dos vigorosas corrientes centristas-modernizadoras: las que encabezan Mauricio Macri y Ricardo López Murphy.

Kirchner dedicó tres espacios de su gabinete a facilitar la alianza con Ibarra, quitando de la comepetencia de agosto a dos candidatos -Bielsa y Beliz- que hubieran restado votos al Jefe de gobierno porteño, y llevando como ministro de Educación a Daniel Filmus, que ya había sido designado compañero de fórmula de Ibarra. De este modo, el binomio puede completarse con alguna figura que sume votos a la centro-izquierda porteña.

Kirchner visualiza la elección de la Capital como un peligro para la consolidación del progresismo setentista que aspira a encarnar y sabe que en esta ocasión no contará en su ayuda con el reflejo pavloviano antimenemista que suele dar réditos en el electorado de la ciudad de Buenos Aires.

Tal como esta es, para Kirchner, una batalla ideológico-estratégica, si se confirmara la información publicada el sábado 24 por La Nación en el sentido de que el nuevo presidente habría ya decidido una virtual decapitación masiva de las Fuerzas Armadas (con el pase a retiro de 52 generales, almirantes y brigadieres), habría que juzgarla con el mismo rasero. No hay razones de carácter institucional que justifiquen una sangría de esa naturaleza -la mayor purga militar en tiempos de la democracia recuperada-; “hoy las Fuerzas Armadas no tienen un rol político y hay plena subordinación al poder civil”, puntualizó un experto en el tema, Rosendo Fraga. El especialista consideró que la medida sería, entonces, “ilógica”. Tal vez habría que corregir este último juicio: quizás no sea disfuncional en la lógica de Kirchner. Hay que tomar en cuenta el factor K. Hay que releer el discurso del 14 de abril para no ser sorpendido por los acontecimientos.
Jorge Raventos , 26/05/2003

 

 

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