La opción obligada.

 


Jorge Raventos plantea la disyuntiva política que habrá de dirimirse en las urnas el 18 de mayo.
Por primera vez se va a emplear en la Argentina el método electoral del ballotage, una innovación que introdujo treinta años atrás el gobierno militar encabezado por el general Alejandro Agustín Lanusse con la finalidad (frustrada) de impedir el triunfo del peronismo. Lanusse y su ministro de Interior, Arturo Mor Roig, especularon con la idea de que el justicialismo -cuyo líder y fundador, Juan Perón, se encontraba exiliado en España y proscripto- no alcanzaría la mayoría de los votos en una segunda vuelta, enfrentado a la totalidad del electorado no peronista o, lisa y llanamente, antiperonista. El método no llegó, sin embargo, a ponerse en práctica pues en marzo de 1973, aunque la candidatura justicialista de Héctor Cámpora arañó pero no alcanzó alcanzó el 50 por ciento de los sufragios que requería la ley de entonces, el radicalismo de Ricardo Balbín, que debía ser su contrincante, tiró la toalla y renunció a la confrontación. Cámpora, que no era el verdadero dueño de los votos que lo consagraron presidente, no tardó en renunciar y llamar a nuevos comicios, esta vez con Perón como candidato. El ballotage fue innecesario, pues el viejo general obtuvo más del 60 por ciento de los votos.

No deja de constituir una ironía que un mecanismo electoral previsto para evitar el triunfo del peronismo termine siendo inaugurado con una opción que enfrenta a dos candidatos surgidos ambos de las filas justicialistas. Tal ha sido el curioso resultado de un doble proceso: de un lado, las manipulaciones que suspendieron, primero, y eliminaron, finalmente, las primarias internas del PJ. Así, el peronismo no pudo seleccionar un candidato en el plano interno y tres postulantes de esa corriente se presentaron al conjunto del electorado el el comicio general.

El otro lado de este proceso fue la explosión de la Unión Cívica Radical, la tradicional segunda pata del sistema bipartidista. De ese estallido quedó un tronco minimizado, una suerte de bonsái, representado por el magro caudal acreditado por Leopoldo Moreau, y dos ramas vigorosas: la que encarna Ricardo López Murphy y la que se expresó tras la figura de Elisa Carrió, que hizo una elección mucho mejor que la que le auguraban las encuestas y quedó cuarta, con centésimas por encima de Adolfo Rodríguez Saa.

Si en cierto sentido puede afirmarse que López Murphy ganó (por afuera) la cuota principal de la herencia de la UCR y que Carlos Ménem triunfó en la interna superabierta del PJ en que se convirtió, de hecho, la elección general, también puede decirse que la segunda vuelta ha perdido su sentido original, ya que los votantes no peronistas (incluidos los antiperonistas) no tienen ninguna representación propia en ella y se ven obligados a optar entre dos hombres del justicialismo. Esta tortuosa situación se refleja en las diversas actitudes que los candidatos de las fuerzas excluidas del ballotage han adoptado. Ricardo López Murphy, con astucia, zafó rápidamente de la alternativa y dejó en libertad de acción a su electorado con un argumento elegante: "El resultado que conseguimos -dijo- demuestra que nuestros votantes son inteligentes y obrarán con la misma inteligencia en el ballotage". La doctora Carrió, por su parte, también habló con velocidad, pero quizás precipitadamente, al reclamar un voto a Néstor Kirchner, a quien definió, sin embargo, como una "opción poco ética" que debía ser votada "con reserva moral".

Después de haber solicitado apenas unos días antes un "voto de convicción" a sus simpatizantes, no parece consistente proponer de inmediato, sin condición alguna, un "voto poco ético". Ni siquiera apoyándose, como hizo Carrió, en el argumento de que "Kirchner durará poco".

Obviamente Carrió no ignora que los votos que le permitieron al gobernador de Santa Cruz alcanzar el segundo puesto el 27 de abril fueron aportados abrumadoramente por el aparato partidario de Eduardo Duhalde y por la presión moral que ejerce sobre los sectores más vulnerables la posibilidad de perder -en caso de no cumplir con sus punteros- los subsidios que ese aparato administra. Sin embargo, el antimenemismo de la jefa del ARI prevaleció sobre esos argumentos, escorando el rol de árbitro ético que le dio buen rédito electoral un domingo atrás.

Alberto Rodríguez Saa, también él enfrentado a la opción obligada del ballotage, recibió a Carlos Menem en San Luis y decidió someter la actitud de su línea política a un plenario, que ha postergado el pronunciamiento hasta las vísperas del nuevo comicio. Más allá de las actitudes de la dirigencia de las corrientes que quedaron marginadas de la segunda vuelta, interesa analizar la naturaleza de la opción a la que se verá sometida la ciudadanía el 18 de mayo.

Deudor de los votos que lo promovieron a la chance del ballotage, Néstor Kirchner aparece, a primera vista como una figura extremadamente dependiente de Eduardo Duhalde y su maquinaria bonaerense. La decisión de mantener en sus cargos a varios ministros del actual gobierno, comenzando por Roberto Lavagna, al tiempo que testimonia esa dependencia subraya la naturaleza continuista de la candidatura del santacruceño. En rigor, se trata de un continuismo por partida doble: habida cuenta de que el formidable aparato oficialista apenas le alcanzó para obtener el segundo puesto, Kirchner necesita ampliar su sistema de alianzas más allá del duhaldismo y de los náufragos del FREPASO que ya constituyen parte de su entorno íntimo. Así, cobra concreción su promesa reciente de "realizar el programa de la Alianza". Como se sabe, ese programa tenía un único punto: abatir a Carlos Menem y las realizaciones de la década del 90. En rigor, el camino emprendido por Kirchner tiende a reconstruir la Alianza, ahora con el aporte inestimable de la burocracia duhaldista.

Pero la Alianza pudo prolongar dos años su desgobierno porque heredaba la situación generada por la década de transformaciones encabezada por Menem: una economía que comenzaba a reactivarse después de las crisis financieras internacionales disparadas desde 1998 y de la devaluación brasilera de inicios del 99, un Banco Central con 35.000 millones de dólares de reservas, estabilidad monetaria, cuentas al día con los acreedores, un riesgo-país de 600 puntos, una estructura industrial tecnológicamente actualizada, crédito en funcionamiento.

La Argentina que dejará Eduardo Duhalde a su sucesor dista mucho de la de 1999: ha incrementado su endeudamiento y carece de crédito internacional pues declaró el default y no paga ni negocia con los acreedores, su moneda está devaluada y ha provocado una catástrofe social de envergadura inigualada, con índices record de desempleo, pobreza (60 por ciento) e indigencia (27 por ciento); el riesgo país ronda los 6.000 puntos, el crédito ha desaparecido, la inversión también; las reservas del Banco Central cayeron a 10.000 millones, el sistema bancario está destartalado, la seguridad jurídica herida de muerte por la quiebra de los contratos que determinó la destrucción de la convertibilidad y por las irrupciones sobre el derecho de propiedad; la seguridad pública brilla por su ausencia y el aislamiento internacional del país es clamoroso.

Una candidatura continuista de las políticas actuales y basada en la nostalgia de la Alianza, asentada en una suma de fuerzas más heterogéneas aún que las que sostuvieron (y asfixiaron) a Fernando De la Rúa, con un candidato presidencial sin votos propios y en las condiciones económicas y sociales que dejará en herencia el gobierno de Duhalde no promete gobernabilidad, precisamente.

Del otro lado, la candidatura de Carlos Menem se propone como una encarnación del cambio de la situación actual y de una renovación apoyada en las líneas de desarrollo ya practicadas en la década del 90: protagonismo regional e internacional basado en el fortalecimiento del MERCOSUR, la alianza con Estados Unidos y la nueva Europa unida, la apertura enérgica del comercio al Asia-Pacífico, la restauración de la seguridad jurídica y la confianza, el fortalecimiento de la inversión interna y externa, la vigorización del mercado interno, la estabilidad monetaria basada en una moneda fuerte, el compromiso intenso con una política destinada a erradicar el hambre y la pobreza, las reformas de segunda generación destinadas a achicar y fortalecer el Estado a través de la regionalización, la descentralización y el impulso al federalismo; la acción enérgica contra el delito, particularmente en sus manifestaciones más peligrosas centradas en el narcotráfico y sus redes.

La opción del 18 de mayo no es sólo una alternativa obligada, sino una opción de hierro. De su elucidación depende la gobernabilidad y el destino de la Argentina que viene.
Jorge Raventos , 07/04/2003

 

 

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