Las olas y el viento.

 


"Hay en la actividad humana una marea que, si se aprovecha su flujo, conduce a la fortuna; si se lo desaprovecha, el viaje de la vida queda embarrancado por bajíos y miserias."
William Shakespeare, Julio César.
Dentro de dos domingos, la sociedad argentina, con su voto, asumirá su soberanía sobre el proceso político. De la decisión que dicten las urnas dependerá que el timón y las velas del país se dispongan a aprovechar los vientos y las mareas, o que el navío quede embarrancado.

Los útimos años, los últimos meses fueron de estancamiento, dispersión y depresión social. Las cifras son implacables: caen la producción y el comercio (tanto el interno como el exterior); dimiten los gobernantes, incapaces de domar la crisis y enderezar las oportunidades que esta abre; crecen la pobreza, la indigencia y el desempleo; el país se aparta de las corrientes centrales del mundo globalizado; las cuestiones de fondo son barridas bajo la alfombra, pateadas hacia el futuro, para que las resuelva el próximo gobierno. La gobernabilidad misma está amarrada a la ocasión electoral: depende de que los comicios tienen fecha fija, de la perspectiva de que se desarrollen con transparencia y, en definitiva, de que las urnas dictaminen con la mayor claridad un ganador. El próximo presidente necesita la mayor cuota del poder legítimo que emerge del voto popular para que el viaje de la reconstrucción se inicie veloz, expeditivamente.

La ciudadanía hace rato ya que inició un proceso de revisión de algunas conductas: las fuerzas centrífugas que se desataron desde algunos sectores al compás de la sorda explosión de la Alianza y del eclipse de las ilusiones que esa coalición había despertado se han ido transformando en una reflexión más sensata sobre las necesidades del país. Las cacerolas iracundas volvieron a las hornallas, a cocinar en silencio introspectivo los ingredientes de la crisis: no se trata de atomizar el poder, sino de reconstruirlo para garantizar orden y gobernabilidad. Los golpes de la crisis han inducido a amplios segmentos de la sociedad argentina a descubrir desde la experiencia propia lo que cuentistas políticos como Samuel Huntington ya habían escrito: hay naciones en los que el problema prioritario no reside tanto en controlar como en establecer un sistema legítimo y eficaz de autoridad y poder.

Siempre con la crisis como motor de sus reflexiones, los argentinos están revisando la censura hipócrita al interés propio como argumento de sus opciones políticas. En su reciente libro El retorno de la antigüedad, el politólogo estadounidense Robert Kaplan, evocando a Maquiavelo señala, en la misma dirección: "La necesidad primaria y el interés propio impulsan la política, y esto puede ser bueno en sí mismo, ya que los intereses propios en competencia ponen los cimientos del término medio, mientras que los argumentos morales rígidos conducen a la guerra y al conflicto civil, rara vez las mejores opciones". Un voto que toma en cuenta el interés propio del votante (mayor o menor bienestar, mayor o menor acceso al crédito, al empleo, a la defensa del patrimonio, a la vivienda, mejores opciones para emerger de la pobreza, para estudiar, para vincularse a la modernidad) resulta así más socialmente benéfico que uno que se inspire en rigideces ideológicas o morales, que abonan formas de la intolerancia, la confrontación y la dispersión de la comunidad.

El realismo ("la única verdad es la realidad") es otro factor que contribuye a reconocer los vientos y la mareas, las tendencias centrales de la época que el país debe asimilar en beneficio propio. Sólo puede fortalecer su posición en el seno de esas tendencias y no al margen de ellas o navegando contra la corriente. El diseño mundial que comienza a establecerse a partir de la victoria aliada en Irak requiere de la Argentina, si aspira a no quedar encallada en la irrelevancia y a hacer oir la voz de su interés nacional, el mayor de los realismos.

¿Cuál es el sentido desafiar la realidad con construcciones arbitrarias? Véase por ejemplo el mal paso insinuado por el gobierno de transición cuando adelantó su voluntad de cambiar el voto sobre la defensa de los derechos humanos en Cuba en Naciones Unidas. Hace años que Argentina vota en la ONU un reclamo al gobierno de Fidel Castro por la situación de los derechos humanos civiles de la población de la Isla.

El gobierno de Eduardo Duhalde, quizás aturdido por la lectura enrevesada de encuestas de opinión y pensando en términos de corto plazo, venía anticipando una modificación de esa postura, pensando menos en la sociedad cubana que en subrayar una diferencia con el gobierno de Estados Unidos, en una actitud que suponía retornar al desalineamiento automático que rigió hasta 1990, esos tiempos en que Argentina era el cuarto país de las Naciones Unidas en el ranking de los que votaban enfrentados a Washington. La realidad es la realidad, sin embargo, y el gobierno de Castro -que recorre su año número 45 en el poder- se encargó de destacar su propia naturaleza en los últimos días, encarcelando a varias decenas de opositores y fusilando a tres de ellos por el delito de querer abandonar Cuba.

Mal parado, pagando la penitencia por falta de realismo y de exceso de oportunismo encuestológico, el gobierno se apresta ahora a corregir su pecado anunciado. En el medio, agregó un motivo para más para desubicar a la Argentina, no más disimulable por el hecho de haberlo provocado un gobierno que se prepara para decir adiós. Esos gestos son los que "embarrancan en bajíos y miserias".
Jorge Raventos , 15/04/2003

 

 

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