Después de Bagdad.

 



La reconstrucción de Irak es un verdadero "caso testigo".
A partir de ahora, hay que colocar la mirada en lo que sucede en Medio Oriente y también en Corea del Norte y Colombia.
El abrupto colapso de régimen de Saddam Hussein adelanta el calendario político mundial. La puesta en marcha de la reconstrucción de Irak constituirá muy probablemente el "caso testigo" de una nueva experiencia que, con las características propias que presenta cada circunstancia particular, habrá de reproducirse en los próximos años: la comunidad internacional se hace cargo de la tarea de resolver una situación de absoluto vacio estatal.

La victoria alcanzada por la coalición encabezada por Estados Unidos marcará la impronta de este inédito experimento histórico. Pero el liderazgo norteamericano no es necesariamente contradictorio con la asunción de un rol protagónico por parte de las instituciones internacionales. La Casa Blanca dejó en claro que las Naciones Unidas cumplirán un lugar central en la implementación de la ayuda humanitaria a la población civil. Los países del "Grupo de los Siete", incluídos Francia y Alemania, con el explícito aval de Rusia, acordaron ya que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial asumirán también una responsabilidad primordial en la reconstrucción de las instituciones económicas iraquíes.

En cambio, Estados Unidos no parece dispuesto a ceder a nadie su papel preponderante en la transición política, que prevée desarrollar en tres etapas sucesivas. La primera fase es, frente a la emergencia, una administración norteamericana. La segunda etapa es la constitución de un gobierno provisorio, en el que estarán representados las distintas comunidades étnicas y religiosas, los diferentes grupos políticos de la oposición y, muy probablemente, algunas personalidades vinculadas al antiguo régimen. La culminación de este proceso, posiblemente prolongado en el tiempo, será la elección democrática de un nuevo gobierno.

A partir de ahora, cabe prever una brusca aceleración de los acontecimientos políticos, tanto dentro como fuera de Irak. La repercusión más directa, como era enteramente previsible, es en el tablero de Medio Oriente, que constituye históricamente la región más conflictiva del planeta. En lo inmediato, el régimen sirio, que internamente es aún más vulnerable que el iraquí, tendrá que redefinir rápidamente su alineamiento. Algo similar, aunque en escala mayor, sucede con Irán. Al mismo tiempo, cambian sensiblemente las condiciones para la discusión de la cuestión palestina.

Pero las consecuencias de lo que acaba de ocurrir en Irak trascienden de lejos el marco regional de Medio Oriente. En primer lugar, es conveniente colocar la mirada en la amenaza que plantea Corea del Norte. Esta nueva situación impondrá una drástica modificación en el status militar que caracteriza a Japón desde la finalización de la segunda guerra mundial. Porque Washington pretende ahora que los japoneses presten una contribución sustancial en la articulación del sistema de defensa en el Lejano Oriente.

El otro lugar del mundo que conviene a empezar a observar con creciente atención es Colombia. Resulta obvio que el éxito militar norteamericano en Irak y la política de firme alineamiento con Estados Unidos sustentada por el gobierno de Alvaro Uribe hacen mucho más próxima de lo que pudiera suponerse la implementación de una iniciativa orientada a la resolución del conflicto colombiano. Brasil y la Argentina tienen que prepararse para afrontar ese desafío.
Jorge Castro , 15/04/2003

 

 

Inicio Arriba