La diáspora de la Alianza .

 


Aunque los propios encuestadores se confiesan perplejos ante los vaticinios que ellos publican sobre las elecciones del 27 de abril, algunos de sus datos les parecen más confiables que otros.
Por ejemplo: aseguran que no hay duda sobre que la intención de voto por Elisa Carrió se ha amesetado, y que, en cambio, la de Ricardo López Murphy muestra una persistente tendencia alcista.

Si ese pronóstico se confirmara, habría una respuesta para la pregunta que intriga a los politólogos: ¿qué se ha hecho del voto aliancista que le dió el triunfo a Fernando De la Rúa en 1999? Parece evidente que ese caudal se evaporó en parte, como consecuencia del desastre político sufrido por el gobierno de esa coalición y también resulta claro que su partido-eje, la Unión Cívica Radical, afrontará la encrucijada del cuarto oscuro el domingo 27 sumido en la mayor crisis de su historia, en la que convergen la hecatombe aliancista y el costo de la apenas disimulada sociedad con el duhaldismo bonaerense. Es obvio que no será la candidatura de Leopoldo Moreau la que atraerá la corriente central del anterior voto a la Alianza.

Así, si se toman las encuestas como referencia aproximativa, la mayor parte de lo que resta de aquel voto se distribuye hoy entre dos prófugos de la UCR, Carrió y López Murphy. Es obvio que la diputada chaqueña es la que busca atraer a la línea progresista de la ex Alianza, y lo acentúa con un mensaje rotundo, marcadamente moralizante, anti-poder y, últimamente, fuertemente opuesto a la política de los Estados Unidos y, más específicamente, al gobierno republicano de George W. Bush. La doctora Carrió intentó equilibrar las cargas de ese discurso eligiendo un compañero de fórmula procedente del centro-derecha, el diputado mendocino Gustavo Gutiérrez, miembro conspicuo del Partido Demócrata de su provincia. No está claro si esa decisión la ha ayudado o si, en cambio, ha introducido ruido de incoherencia en el posicionamiento del ARI. El estancamiento que los encuestadores creen haber descubierto tal vez tenga algo que ver con esa incoherencia.

Ricardo López Murphy, por su parte, parece estar cosechando en la franja conservadora del ex aliancismo, la que se sentía mejor representada por De la Rúa que por Graciela Fernández Meijide; abre así una diagonal para heredar eventualmente después del comicio el costado derecho de la diáspora radical. A ese capital básico López Murphy procura engrosarlo con el aporte de algunos partidos provinciales de raíz conservadora, que en algunas provincias -Mendoza, por caso- le incorporan un caudal interesante. El economista despierta asimismo simpatías en un electorado urbano de centro derecha que, sin embargo, vacila entre él y Carlos Menem. Sin duda la prolija figura de López Murphy ejerce cierto magnetismo sobre esos sectores, pero sobre ellos también ejerce su peso el sentido práctico: ¿valdrá la pena perder el voto en la candidatura testimonial del ex ministro de De la Rúa, arriesgándose a beneficiar así a candidaturas anti-sistema, o será preferible acumular fuerza para que la candidatura realista de Menem se imponga con una clara ventaja que favorezca la gobernabilidad a partir del 25 demayo?

Esta vacilación espiritual quedó en evidencia en un inteligente ejercicio demoscópico realizado días atrás en una reunión de varios centenares de personas promovida por una empresa automotriz. Al llegar, la concurrencia era invitada a participar en un simulacro de votación, con cuarto oscuro, boletas electorales y urna. Horas más tarde, se invitaba a esa misma concurrencia a votar públicamente a mano alzada. Al revelarse los resultados de ambas votaciones se comprobó que en el ejercicio a mano alzada había ganado López Murphy, pero en el escrutinio del voto secreto había triunfado Menem. El dato puede avalar la teoría de que existe un voto oculto por el riojano que sólo se expresa een la soledad del voto secreto. Puede interpretarse, también, que un amplio sector de la clase media competitiva mantiene todavía abierto un paréntesis de indecisión o ambigüedad entre el voto al economista y el voto al ex presidente. Es posible que esa indecisión se prolongue hasta las vísperas mismas del comicio. En cualquier caso, la campaña ya desarrollada por López Murphy, más allá de que ese voto termine definiéndose por Menem, le asegura un papel en la constelación política que viene.

Esa constelación, para ser tal y no la refirmación de un big bang que acentúe la centrifugación del poder y las dificultades de gobernabilidad, requerirá un eje vigoroso, capaz de articular sectores, realidades provinciales y sociales y vínculos con el mundo y de afrontar desafíos como el empobrecimiento generalizado, el incremento del delito y la pérdida de confianza interna y externa. No es improbable que la diáspora de la Alianza encuentre su órbita en ese sistema si la sociedad es capaz de erigir ese eje.

Jorge Raventos , 07/04/2003

 

 

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