La mirada del adiós .

 


Jorge Raventos analiza el último discurso del presidente Duhalde ante la Asamblea Legislativa
El sábado al mediodía, Eduardo Duhalde empezó a despedirse del gobierno. Lo hizo en el ámbito del que surgió su mandato temporario -el Congreso-, donde desgranó un discurso breve y melancólico de ambiciones doctrinarias.

El presidente no quiere concretar su dimisión antedatada sin mencionar el legado que considera haber construido en estos meses de poder: él lo llama "modelo productivo" y lo opone conceptualmente a otro (que él menciona como "neoliberal", aunque esto no constituya una originalidad de Duhalde) cuya encarnación es, para el próximo ex presidente, la década menemista.

El principal ideólogo del llamado "modelo productivo" fue, en su momento, el entonces ministro duhaldista de -obvio- Producción, Eduardo de Mendiguren. Que el teórico del nuevo modelo se haya hundido en el silencio después de dimitir no es un buen antecedente. Fue De Mendiguren el que primero enarboló el pabellón que esgrime Duhalde.

El "modelo productivo" residió (y reside), en síntesis, en destruir expeditivamente no sólo la paridad 1 a 1 con el dólar a través de una devaluación del peso, sino en liquidar drásticamente el régimen de convertibilidad sobre el que se apoyaban virtualmente todos los contratos de la economía y en establecer la pesificación asimétrica de los mismos. Más allá del desorden y la litigiosidad que semejante terremoto produjo, el resultado económico principal residió en una caída en picada de la capacidad adquisitiva de los salarios, impulsada por el alza de precios de los alimentos (principal rubro de las exportaciones, se guían por el valor del dólar y de los productos importados.

En virtud de este útimo fenómeno, lo que se produjo fue una caída de la inversión en tecnología y una consiguiente caída de la productividad y la competitividad. Como lo resumió en Página 12 Julio Nudler, citando un estudio de Juan Llach: "En 2002 la inversión sólo repuso el 60 por ciento de la amortización del capital físico, y este año repondría nomás de un 70 por ciento. Seguirá por tanto la desinversión neta, que significa destrucción de equipo de producción y de infraestructura. ¿Cómo competir con el mundo en estas condiciones? Con salarios por el piso". Tal es la característica del "modelo productivo" que blande Duhalde: desinversión, caída de la productividad y de la producción y, sobre todo, salarios diezmados.

Durante el 2002, ese cocktail produjo, en rigor una caída de la producción de casi el 12 por ciento (una caída de las exportaciones del mismo orden) y cifras empinadísimas de pobreza e indigencia, al punto que se podría aplicar a este "modelo" una frase que Duhalde en su discurso dedicó a la década del 90: "Todos los sectores, absolutamente todos, se sentían y eran, de hecho, víctimas del vendaval".

Hay, sin embargo, algunos sectores que se beneficiaron con la política duhaldista. Algunos sectores de la industria,por caso. Como señala Nudler, "el secreto es el derrumbe en el costo laboral, en términos del dólar y también de los precios internos. Eso permitió que ramos como el textil emergieran de la depresión. Son procesos intensivos en mano de obra, que sólo pueden prosperar en una economía abierta si pagan salarios ínfimos. Una recuperación en el ingreso real de los trabajadores los expulsaría del mercado".

El comentario tiene la virtud de iluminar dos rasgos asociados del modelo duhaldista -depresión de los ingresos del trabajo y propensión al cierre de la economía- y, en última instancia, su carácter inviable e insostenible en el tiempo. La Argentina no puede consumar el cierre económico ni mantener la situación laboral y social funcional al modelo sin generar niveles explosivos de decadencia y crisis.

Así, lo que Duhalde presentó en su discurso como un logro -la extensión del asistencialismo estatal- es apenas un rasgo de ese modelo, a la vez ineludible (como precaria válvula para liberar presión) e insustentable: el "modelo duhaldista genera cada vez más pobres y cada vez menos recursos.

La idea de que la Argentina pueda tener un lugar en el mundo con este modelo es, por otra parte, ilusoria. Nuestro país jamás podría competir en materia de bajos salarios en dólares con China u otros países emergentes, en los cuales esos bajos salarios representan un ascenso social por comparación con niveles de vida previos. En la Argentina, por el contrario, los actuales niveles (muy superiores al de esas naciones) son ya vividos como una caída insoportable. Es impensable que un gobierno peronista se plantee mantenerloso defienda un modelo que los produce inevitablemente.

La herencia que Duhalde invocó en su discurso es, pues, apenas el packaging rutilante de un presente griego. Un adorno de las ceremonias del adios.
Jorge Raventos , 03/03/2003

 

 

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