De milagros y melancolías .

 

Analisis de las reacciones registradas dentro del gobierno ante la existencia de una encuesta oficial que coloca a Carlos Menem como ganador en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 27 de abril.
En la última semana, Eduardo Duhalde y su corte recibieron los resultados de una encuesta nacional sumamente representativa (tanto por la minuciosidad de la muestra como por el cuantioso número de consultas realizadas). El estudio provocó un pequeño cataclismo en los despachos de la Casa Rosada ya que allí se verificaba que, al día de hoy, Carlos Saúl Menem se impone en la primera vuelta electoral, prevista para el 27 de abril) y el candidato continuista se encuentra (lejos) en la tercera colocación.

Menos por casualidad que por impulso de esas cifras, el gobierno empezò a tirar las redes de un “plan B”, ante la evidencia de que lo hecho hasta ahora (postergación y finalmente anulación de los comicios internos justicialistas, eliminación del PJ y división de las candidaturas de origen peronista, promoción de candidatos desde el poder, etc.) no es eficaz para alcanzar el objetivo buscado, esto es, evitar el triunfo del riojano.

Así, fue empujado precipitadamente a escena el señor Francisco De Narváez, un acaudalado heredero de origen colombiano, sedicente propietario de equipos técnicos y empeñado en mezclarse y ejercer influencia en los más altos niveles de decisión, quien, respaldado por una costosa operación mediática que lo describe torcidamente como empresario, salió a predicar las presuntas virtudes de postergar hasta octubre las elecciones generales de abril.

Disciplinadamente crédulo, De Narváez sostiene que Duhalde “cumplirá su promesa de dejar el gobierno en mayo”, razón por la cual habría que designar hasta diciembre un nuevo presidente transitorio. Como resumió un ocurrente, ese “plan B” sería la inversa del “plan A”: en éste, el presidente transitorio Duhalde elige un chirolita como candidato, en el B, un presidente chirolita le abre la puerta a la candidatura de Duhalde.

En cualquier caso, semejante ingeniería sería otra prueba de irresponsabilidad. Es evidente que Argentina no puede prolongar su precariedad institucional con otro mandatario que evada la legitimidad democrática. El modesto acuerdo alcanzado con el FMI sólo pudo firmarse contra el compromiso de las elecciones en abril, una promesa que el propio Duhalde, además de otros funcionarios, debió asumir ante altos interlocutores de las democracias avanzadas. Sin un gobierno representativo de la voluntad popular el aislamiento argentino se profundizará, y con él la crisis y la incertidumbre sobre el futuro que hoy paraliza cualquier iniciativa de inversión.

En paralelo con los afanes quedantistas (“quedémosnos hasta diciembre”) que también promueve el esposo de la ministro de Trabajo, Luis Barrionuevo, desde el poder se trabaja para proyectar al estrellato político al ministro de Economía, Roberto Lavagna. Se trata de otra melancólica muestra de la decepción que entre los propios duhaldistas provoca el candidato continuista santacruceño designado por el presidente. Algunos aspiran a reemplazarlo por el titular del Palacio de Hacienda, otros se contentan con ubicar a éste como ladero y custodio de Kirchner.

Un afamado columnista, vocero jerarquizado del partido CMM (Cualquiera Menos Menem), después de ensalzar infructuosamente en los últimos meses a otras grandes esperanzas blancas predestinadas a derrotar al riojano, emplea ahora sus plumas dominicales a favor del ministro económico a quien presagia (“acaso”) la presidencia de la Nación. Su empeño lo lleva a disimular en perplejidad el desencanto de encontrarse, aparentemente, coincidiendo con los gordos de la CGT : “El hecho más sorprendente de los tiempos recientes -anota- es que la estructura gremial ortodoxa lo prefiere a Lavagna como candidato presidencial. Es un hecho inédito que los sindicatos se abracen así a un ministro de Economía”. Ciertamente, si ese apoyo fuera algo más que un rodeo táctico para expresar su desagrado por el candidato continuista aún vigente, sería sorprendente: la dirigencia sindical estaría en tal caso sosteniendo al ejecutor de una política que ha provocado los actuales records de pobreza, indigencia, desempleo, caída del producto y desinversión.

A falta de milagros económicos, Lavagna produciría en tal caso un milagro político: haber sido colaborador de Alfonsín, de Chacho Alvarez y de Duhalde y terminar siendo el preferido de un sector del sindicalismo de origen peronista.
Jorge Raventos , 17/02/2003

 

 

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