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Estados Unidos y la Opción Imperial . |
El cruce de opiniones entre Washington y el eje configurado por Alemania y Francia acerca de la inminente intervención militar en Irak constituye un acontecimiento mayor de la política mundial. Estados Unidos está al borde de realizar el ejercicio definitivo de su opción imperial. |
La agudización de la diferencia de criterios entre Estados Unidos, por un lado, y el eje político configurado por Alemania y Francia, por el otro, acerca de la inminente intervención militar en Irak constituye un acontecimiento mayor de la política mundial.
Es una ley de la historia el hecho de que toda nueva tendencia de fondo, destinada a modificar profundamente la realidad, desata una fuerte contratendencia, que busca detenerla o morigerarla. La misión del pensamiento estratégico consiste en determinar, cada vez que se presenta esa dicotomía, cuál de las dos opciones en juego constituye la tendencia principal, vale decir la línea fundamental que en el mediano y largo plazo habrá de signar el curso de los acontecimientos, y cuál conforma en cambio la contratendencia, o sea la fuerza de resistencia a ese fenómeno predominante. Equivocarse en esa identificación de lo principal y lo secundario puede llevar a cometer errores estratégicos de envergadura.
En este sentido, puede afirmarse que la oposición manifestada por los gobiernos de Alemania y Francia a la inminente intervención militar en Irak no anticipa ni por asomo la reaparición de un escenario internacional de multipolaridad.. Representa, sí, la clara y nítida expresión de una contratendencia, que intenta oponerse a una tendencia estructural en ascenso de la nueva sociedad mundial, signada actualmente por la amplia superioridad militar, tecnológica y económica de los Estados Unidos.
Lo cierto es que, más allá de la validez que puedan tener las objeciones y prevenciones vertidas por Berlin y Paris, Estados Unidos avanzará en la creación de una nueva coalición internacional dispuesta a impulsar, por todos los medios que sean necesarios, la remoción del régimen de Saddam Hussein. A su lado, estará como siempre Gran Bretaña y un puñado de países aliados, entre ellos algunos europeos, como la Italia de Silvio Berlusconi y la España de José María Aznar, otros del mundo árabe y Australia. El resto de la comunidad internacional acompañará con el silencio o con la queja diplomática. Ningun país, ya no por supuesto Alemania ni Francia sino tampoco Rusia o China, cruzará esa raya de las protestas formales más o menos airadas. En consecuencia, y de acuerdo con los designios políticos de la Casa Blanca, antes de fin de año habrá un nuevo gobierno en Bagdad.
Hay empero algo notoriamente nuevo en este panorama. La primera aplicación práctica de la política de "intervención preventiva" definida por el presidente George W. Bush, en su estrategia contra el terrorismo transnacional, supone un desafío mucho más importante que una previsible y rápida victoria militar. Es el cumplimiento de la asignatura pendiente, heredada de su padre, que hizo que la acción estadounidense en la guerra del Golfo de 1991 quedara a mitad de camino: la construcción de un nuevo orden político en Irak, capaz de reemplazar a Hussein y garantizar la gobernabilidad del país.
De allí que la tarea más delicada que tiene por delante la administración republicana no sea la que corresponde al Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, sino la misión que tiene entre manos el Secretario de Estado, Colin Powell, quien fuera precisamente el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas norteamericanas durante la guerra del Golfo. Se trata, nada más ni nada menos, de promover una solución política concertada que incorpore en un nuevo gobierno a los representantes de la amplia mayoría musulmana chíita (hoy excluída del poder por un régimen asentado en la minoría sunnita), a las expresiones de la polifacética y atomizada oposición a Hussein, a la población kurda, que desde hace décadas reclama un estatuto de autonomía, y seguramente incluirá también a elementos de las actuales Fuerzas Armadas iraquíes.
Lo que acaeció hace un año en Afganistan luego de la intervención militar estadounidense, con la constitución de un amplio gobierno de coalición que integró a un laberíntico mosaico de etnias, comunidades religiosas y grupos polìticos, que sucedió al régimen de los talibanes, es apenas un ensayo de lo que Washington se verá obligado a hacer en Irak. Con un agravante: la ocupación militar de Irak involucrará más directamente que nunca a los Estados Unidos en el conflicto de Medio Oriente. Es altamente probable entonces que esa presencia no termine allí, sino que implique el punto de partida para una reformulación geopolítica tan importante como la que supuso para esa región la liquidación del imperio otomano después de la primera guerra mundial.
Dicho de otra manera: en las actuales condiciones internacionales, la intervención militar norteamericana en Irak puede significar para los Estados Unidos la aceleración de una tendencia estructural de la época, fuertemente potenciada por los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001, que lo lleva al ejercicio definitivo de su "opción imperial". Es muy posible que detrás de la reacción de Alemania y Francia esté la comprensión lúcida de esta nueva situación. Lo que no está es la capacidad para impedirla.
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Jorge Castro , 27/01/2003 |
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