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Las contradicciones del - Modelo Productivo - |
Otra extraña paradoja de la situación argentina : un gobierno que se plantea como objetivo prioritario de su programa económico evitar a toda costa una posible revalorización de la moneda nacional. |
En casi todos los países, el fortalecimiento de la moneda nacional es interpretado como una manifestación de confianza y celebrado un éxito. En cambio, la pérdida de valor de la moneda local es considerada al menos como un mal presagio económico. En este sentido, la reciente baja experimentada en la cotización del dólar ha puesto de relieve una circunstancia internacionalmente inédita. Porque el actual gobierno de transición acaba de establecer una auténtica y singular excepción a esa regla generalizada. Estamos ante el único gobierno del mundo que no sólo impulsó de entrada una formidable devaluación monetaria, que por su gigantesca magnitud registra muy pocos antecedentes históricos a escala mundial, sino que, un año después, parece haber fijado como una meta central de su programa económico el mantenimiento del denominado dólar "superalto", o sea que se ha planteado como un objetivo político prioritario evitar a toda costa la revalorización de la moneda argentina.
Lo cierto es que este aparente disparate guarda una lógica profunda con la naturaleza intrínseca del llamado "modelo productivo" puesto en marcha con la devaluación. En la Argentina, en términos de poder adquisitivo, el dólar "superalto" es sinónimo de salarios "superbajos". Con un incremento anual del índice general del costo de vida del 41 %, acompañado en el mismo lapso por un aumento del 79 % en los precios de la canasta básica de alimentos y del 118 % en el índice de precios mayoristas, los niveles salariales se encuentran actualmente entre los más bajos de toda la historia argentina. Y esa drástica reducción del nivel de ingresos de los trabajadores, que implica además una tremenda reducción del mercado interno de consumo, fue precisamente la principal "ventaja competitiva" efectiva que la devaluación monetaria introdujo para alentar la reactivación del aparato industrial.
Al respecto, conviene tener en cuenta que, a pesar del formidable incentivo cambiario y de la notoria mejora en los precios internacionales de los productos agropecuarios, durante el año pasado las exportaciones argentinas no sólamente que no crecieron, sino que se redujeron en un 3 %. Esto significa que no estamos, ni por asomo, frente al caso de una de las tan proclamadas "devaluaciones competitivas".
Sin embargo, a pesar de no haber un aumento en las exportaciones, la balanza comercial argentina registró en los últimos doce meses un superávit de 16.000 millones de dólares, que es el más elevado de toda la historia. Lo que sucede es que ese fenomenal superávit comercial obedece a una contracción del 55 % en las importaciones, que es el resultado del efecto acumulativo de la devaluación y de la parálisis productiva reflejada en una brutal caída del 12 % del producto bruto interno.
De allí que los presuntos beneficios de este "modelo productivo" no puedan contabilizarse hasta ahora en la elevación de las exportaciones, alegada pero no concretada, sino a lo sumo en una incipiente y altamente precaria sustitución de importaciones. No obstante, dicha sustitución de importaciones tiene un efecto muy limitado. Según un informe elaborado por la consultora Ecolatina, cuya objetividad en esta materia está fuera de discusión por el hecho de haber sido fundada hace algunos años por Roberto Lavagna, la devaluación favoreció únicamente a nueve sectores industriales y perjudicó a todos los demás.
Lo cierto es que si se suma la significación económica del sector agropecuario ( favorecido sensiblemente en sus precios pero castigado con la implantación de retenciones a las exportaciones), más la del turismo ( beneficiario neto de esta paridad cambiaria ), más la de esos nueve sectores de la industria consignados en ese informe de la consultora fundada por Lavagna, estamos frente a un conjunto de actividades económicas que en total representan aproximadamente el 25 % del producto bruto interno de la Argentina. Los sectores que configuran el 75 % restante continúan sumergidos en una profunda recesión. Baste señalar que en el último año la industria automotriz cayó un 36,8 %, la industria del cemento un 31,4 % y así sucesivamente. Durante el año 2002, la industria argentina operó con el 58 % de su capacidad instalada. Esa cifra constituye el mínimo histórico desde que empezó a medirse ese índice, que fue en 1992.
Esto explica por qué este mentado "veranito económico", que el gobierno insiste en caracterizar como un principio de recuperación productiva, implica la aparición de islas de reactivación situadas en medio de un océano de recesión económica, empobrecimiento colectivo y aumento incesante de la marginalidad social, abundantemente exhibidos en los indicadores sociales. Con un agravante: no hay ninguna posibilidad, ni en el corto ni en el mediano plazo, de un "efecto derrame" desde los sectores beneficiarios de esta situación al resto del sistema productivo. Porque el mismo dólar "superalto", que es la condición de posibilidad para la existencia de esas islas, es el hecho estructural que determina la existencia de ese inmenso océano.
De allí que la obsesión del gobierno por el mantenimiento del dólar "superalto", amenazado por el ingreso de dólares provocado por la reducción de importaciones ocasionada por la recesión, no responda exclusivamente a su imperiosa necesidad de mantener el actual nivel de ingresos públicos, extremadamente dependiente de las retenciones a las exportaciones y que, por lo tanto, se ve deteriorado por una revalorización de la moneda. Obedece también, y fundamentalmente, a la inexorable lógica intrínseca de este particular "modelo productivo", que lleva a que haya algunos ganadores relativos y una enorme mayoría de perdedores. |
Pascual Albanese , 23/01/2003 |
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