El revés de la renovación .

 

Si la Alianza fue ajustadamente descripta como una coalición heterogénea (una bolsa de gatos), el sedicente espacio renovador que promueve el Presidente Duhalde, por el momento es una bolsa de gatos vacía .
La obstinación de Eduardo Duhalde en evitar un triunfo electoral de Carlos Menem en la interna del Partido Justicialista ha determinado en los últimos meses una seguidilla de marchas y contramarchas que no sólo invadieron el terreno institucional, sino que han generado una atmósfera de imprevisibilidad y arbitrariedad política, dañina para las perspectivas de resolución de la grave crisis que soporta el país.

El gobierno modificó reiteradamente la fecha de realización de los comicios generales, judicializó la interna partidaria, desoyó fallos de Tribunales y hasta promovió con la colaboración entusiasta del aparato radical la anulación ("por única vez": ¡la primera!) de la ley de reforma política que establecía internas abiertas y simultáneas controladas por la Justicia.

En cualquier caso, las maniobras han ido siendo desbaratadas por la propia realidad. Los deseos de llevar la elección general a fines del año 2003 debieron ser archivados por el mismo Presidente que, en un rapto de sinceridad, declaró que hacerlo equivaldría a "un papelón internacional". En efecto, para obtener, después de un año de frustraciones, un menguado acuerdo de corto plazo con los organismos internacionales de crédito, el propio Duhalde y algunos de sus ministros prometieron a jefes de gobierno y altos funcionarios de las democracias avanzadas que en mayo Argentina contaría con un presidente elegido por la ciudadanía. Incumplir esos compromisos sería, en rigor, mucho más que un "papelón".

En cuanto a la propia interna peronista, el duhaldismo perdió, entre diciembre de 2002 y enero de 2003 el manejo discrecional del congreso partidario. Importantes líderes provinciales (Reutemann, De la Sota, Puerta, Busti, entre otros) descalificaron las propuestas oficialistas de designar un candidato en el congreso o apelar al sistema de "neolemas" (la dispersión no acumulable del voto justicialista en varias candidaturas) y se pronunciaron por la conveniencia de la elección interna abierta o por un sistema de lemas "a la uruguaya". Descartado éste por objeciones políticas y jurídicas, parece evidente que el camino del comicio es el único que queda abierto. Ante esa evidencia, Duhalde debió afrontar la rebeldía de su propio frente interno, que comenzó a reclamarle que él mismo asumiera abiertamente el liderazgo y la candidatura presidencial del sector anti-menemista. Duhalde, un enfermizo lector de encuestas, resistió a pie firme esa presión: los números le repiten que Menem lo derrotaría. Así, el Presidente decidió atarse con cadenas a su promesa de no ser candidato.

La precipitada resolución de respaldo a la postulación del santacruceño Néstor Kirchner debe leerse como un intento desesperado de Duhalde por frenar las presiones por su propia candidatura. Como todo gesto desesperado, su éxito es improbable. Kirchner es ampliamente resistido por el duhaldismo puro y duro, que no ignora que los estudios demoscópicos que lo describen como un favorito de la opinión pública tienen más precio que verosimilitud. En cualquier caso, la opción Kirchner tiene para Duhalde otra virtud: ya que no le resulta posible evitar la interna partidaria, el presidente a esta altura se inclina -sin descartar otros instrumentos obstructivos- por vaciarla, estimulando a los postulantes anti-menemistas a presentarse por fuera del Partido Justicialista. Busca así que Menem, ya que parece inevitable que sea candidato del PJ, llegue a ese lugar sin competencia, es decir, sin el respaldo de los votos de una interna seguramente muy participativa. Trata, además, de que el voto peronista se divida en el comicio general, de modo de debilitar a Menem en la etapa previa al ballotage. Para esa segunda vuelta (y de ser posible, antes), Duhalde sueña con armar una coalición antimenemista con sus amigos del radicalismo bonaerense, con los sobrevivientes del Frepaso y hasta con el ARI de Elisa Carrió. Una suerte de Alianza con pata peronista, último recurso duhaldista de impedir el temido momento de tener que ponerle la banda presidencial a Carlos Menem.

Ahora bien, si la Alianza fue ajustadamente descripta como una coalición heterogénea (una bolsa de gatos), este sueño de Duhalde, por el momento es una bolsa de gatos vacía: el Presidente está muy lejos de materializar esa dudosa ingeniería, aunque Kirchner se ha declarado dispuesto a auxiliarlo.

Así, el sedicente espacio renovador que promueve el Presidente pinta más bien como un deseo restaurador. La renovación peronista de la segunda mitad de los años '80 luchó por designar candidatos en elecciones internas y por garantizar así la unidad y la fuerza del PJ. Lo consiguió: en 1988 el justicialismo eligió su fórmula presidencial en comicios internos, el sector vencedor (menemista) integró al cafierismo derrotado y el PJ inauguró con su victoria electoral de 1989 una década de gobierno. El espacio renovador impulsado por Duhalde se opone a la elección interna, promueve la división del PJ y trabaja para restaurar el aliancismo. Esos son los motivos por los cuales la estrategia presidencial cuenta con la resistencia que se observa en el seno del peronismo (y aun en las propias filas, en otros casos tan disciplinadas, del PJ bonaerense), y sólo puede contabilizar hasta el momento el apoyo de funcionarios oficiales o de gobernadores absolutamente dependientes de la ayuda del Tesoro nacional.
Jorge Raventos , 11/01/2002

 

 

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