LA ESTRATEGIA DEL BOOMERANG

 

Resulta verdaderamente inédito el hecho de que, en un país que atraviesa una seria crisis de gobernabilidad, exista un gobierno que impulse la fractura de la fuerza política que constituye su propia base de sustentación.
La controvertida decisión de Eduardo Duhalde de ungir a Néstor Kichner como el candidato del oficialismo para las próximas elecciones tiene al menos un aspecto positivo. Descarta la postergación de los comicios, una opción que el gobierno barajaba como una espada de Damocles sobre el devenir institucional del país, aunque no contara para ello con el consenso de ninguno de los precandidatos peronistas ni el aval de la mayoría de los gobernadores ni, mucho menos, la comprensión del Fondo Monetario Internacional, que supeditó inequívocamente la firma del traído y llevado "acuerdo corto" a la previa confirmación del calendario electoral.

A la vez, la ratificación de la intención gubernamental de eliminar la instancia de las elecciones internas abiertas del Partido Justicialista, convocadas para legitimar democráticamente, a través del voto, la fórmula presidencial del peronismo, representa una explícita confesión de impotencia política. Revela que no existe dentro del gobierno ninguna esperanza seriamente fundada de que Kichner pueda confrontar exitosamente en esa contienda con Carlos Menem.

En términos prácticos, Duhalde promueve abiertamente una fractura del Partido Justicialista para posibilitar que su ahora candidato preferido, o dicho más exactamente su "peor es nada", pueda competir efectivamente, a suerte y verdad, en las elecciones del 27 de abril.

Obvio resulta que una alternativa semejante no cuenta con la simpatía de la mayoría de los gobernadores peronistas, que visualizan esta opción como un peligroso precedente en relación a las muchas veces conflictivas situaciones partidarias provinciales. Tampoco encuentra un eco demasiado entusiasta en una significativa franja del aparato partidario bonaerense, que más allá de sus compromisos con Duhalde consideran a Kichner mucho más cerca de encarnar una reiteración de la experiencia rupturista protagonizada en la década del 90 por "Chacho" Alvarez, cuando abandonó el Partido Justicialista para fundar el Frente Grande y luego el FREPASO, que de configurar una posibilidad real para el surgimiento de un liderazgo político renovado dentro del peronismo.

Pero las consecuencias de este panorama del peronismo excede de lejos su caótica dinámica interna. Repercute directamente en la situación general del país. Exige entonces una lectura política absolutamente despojada de toda mirada partidaria. Es ya harto sabido que la Argentina atraviesa una crisis política que es, ante todo y sobre todo, una profunda crisis de gobernabilidad. El orígen de esa crisis es el fenomenal fracaso del gobierno de la Alianza, que marginó al radicalismo como opción política y colocó anticipadamente como única alternativa de reemplazo al peronismo, una fuerza política que a su vez atravesaba, y todavía atraviesa, un notorio grado de horizontalización, situación que le impidió erigirse en una expresión política unificada capaz de ocupar efectivamente el vacío de poder dejado por la debacle de la administración de Fernando De la Rúa.

En este contexto, la resolución de la cuestión del liderazgo político del peronismo, que sólo puede dilucidarse en las urnas, constituye hoy el tema central de la gobernabilidad de la Argentina. Esta particularidad hará que seguramente en el futuro, en todos los trabajos académicos de investigación sobre la gobernabilidad de los países, vaya a ser motivo de atento análisis el hecho inédito de que, ante una circunstancia semejante, un gobierno impulse la fractura de la fuerza política que conforma su propia base de sustentación. Duhalde acaba de tirar un "boomerang". Falta saber en qué tiempo y con cuánta fuerza el objeto lanzado vuelve contra su tirador.

Pascual Albanese , 10/01/2002

 

 

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