Mediante la clara identificación de la lucha contra el hambre como la prioridad estratégica de su gobierno, Lula definió el rumbo de su gestión. |
Cuando Mao Tse Tung asumió el poder en China en 1949, luego de protagonizar su famosa "larga marcha" y de terminar con varias décadas de sangrienta guerra civil, proclamó como el primer objetivo del gobierno revolucionario garantizar "una tasa de arroz diario para cada chino". El cumplimiento de esa meta originaria le posibilitó al Partido Comunista Chino ganar para siempre la confianza de su pueblo y, en medio de inumerables marchas y contramarchas, gobernar durante más de cincuenta años al país más poblado del mundo hasta protagonizar, en el último cuarto de siglo, un giro ideológico que le permitió lograr el éxito económico más notable de toda la historia universal, que implica haber triplicado en ese lapso el nivel de vida de sus 1250 millones de habitantes.
Luis Ignacio Da Silva (Lula), el fundador y líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT), quien acaba de asumir la presidencia de la octava potencia industrial del mundo tras veintinco años de una paciente construcción política, definió como el objetivo central de su mandato constitucional de cinco años la eliminación definitiva del flagelo del hambre, que afecta a varias decenas de millones de sus compatriotas.
Lula, un nordestino que en su infancia emigró al cinturón industrial de San Pablo para escapar de ese flagelo, sabe muy bien de qué habla. En esa prolongada travesía del desierto que precedió políticamente a su ascenso al poder, tuvo sobradas ocasiones para comprender que las revoluciones sociales no se hacen para satisfacer el apetito ideológico de los intelectuales, sino para enfrentar y resolver los problemas concretos de la vida de los pueblos.
Con esta contundente definición de su prioridad estratégica, a la que están subordinadas las demás propuestas programáticas, Lula convirtió en bizantina la discusión acerca de si su gobierno habría de girar hacia el "realismo económico" o permanecería aferrado a las viejas recetas ideológicas del PT. Deng Siao Ping, el sucesor de Mao y autor de las reformas económicas chinas, afirmaba que "no importa que el gato sea blanco negro, sino que sepa cazar ratones". De entrada, Lula identificó nítidamente qué ratón pretende cazar y no le importará demasiado el color del gato adecuado para hacerlo.
La integración de su primer gabinete, con la participación de notorias figuras de su partido y de importantes personalidades vinculadas con el mundo de los negocios, señala la intención de articular un ambicioso programa de reparación social con una política económica que no implique la ruptura de los compromisos internacionales de Brasil, en primer lugar el pago de su voluminosa deuda externa, la que en los últimos doce meses de gobierno de su antecesor trepó desde el 54 % del producto bruto interno a más del 60 %.
Desde el punto de vista de la Argentina, el plan de "hambre cero" lanzado por Lula contiene tres puntos específicos dignos de tenerse en cuenta. El primero es la activa participación otorgada a las Fuerzas Armadas en su implementación, a pesar de que el flamante mandatario brasileño nació a la vida pública en la movilización política contra el régimen militar que gobernó su país entre 1964 y 1985. El segundo es el énfasis puesto en el incremento de la producción agroalimentaria, en un arco de alternativas que incluye desde el aliento a la actividad empresaria hasta la creación de huertas para autoconsumo familiar. El tercero es la opción por la entrega a los beneficiarios de vales de comida en lugar de dinero en efectivo, a diferencia de lo que ocurre con el Plan de Jefes y Jefas de Hogar.
Otro elemento nada desdeñable del plan "hambre cero" es que el aumento del consumo de alimentos en Brasil constituye también una enorme oportunidad para el incremento de las exportaciones agroalimentarias argentinas. Sobran entonces motivos para desearle el mayor de los éxitos.
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Jorge Castro , 06/01/2003 |
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