El INDEC, la indigencia y el dolar .

 

Más allá de discusiones bizantinas, las cifras difundidas por el INDEC en materia de desempleo, pobreza e indigencia permiten trazar un cuadro acerca de la magnitud del deterioro social de la Argentina.
Más allá de discusiones bizantinas, las cifras difundidas por el INDEC en materia de desempleo, pobreza e indigencia permiten trazar un cuadro acerca de la magnitud del deterioro social de la Argentina.

La bizantina discusión suscitada alrededor de las cifras difundidas por el INDEC sobre la evolución de la tasa de desempleo entre abril y octubre pasados carece de toda importancia. Más allá del debate sobre la forma de computar en ese cálculo a los beneficiarios del plan de jefes y jefas de hogar, desde el punto de vista económico hay una interpretación inequívoca: la desocupación ha vuelto a batir su record histórico. Afecta hoy al 23,7 % de la población económicamente activa, contra el 21,5 % de mayo. Lo único que cabría rescatar es que aumentó a un ritmo un poco más lento que en la medición anterior: dos puntos porcentuales en los últimos seis meses, mientras que en mayo registraba un incremento de más de tres puntos sobre la medición efectuada en octubre de 2002.

Pero existe otra dimensión de las cifras oficiales que sí merecen una atención especial. Porque los planes sociales, por definición, no pueden tener jamás por objetivo reducir el desempleo, pero sí amortiguar sus efectos en materia de pobreza y de indigencia. Sin embargo, en estos meses han vuelto a crecer los porcentajes de hogares y de personas que se encuentran en esa situación. En la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, la pobreza, que supone ingresos mensuales inferiores a los $ 717, aumentó del 47,9 % de la población en mayo al 54,3 % en octubre. En el orden nacional, aunque todavía no fueron procesados la totalidad de los datos recogidos, las estimaciones del INDEC señalan un incremento del 49,3% al 60% de la población. En materia de indigencia, que representa la existencia de problemas de nutrición e implica ingresos mensuales inferiores a $ 324, en la Capital Federal y el conurbano bonaerense esa cifa trepó en octubre al 24,7 % y a nivel nacional seguramente romperá la barrera del 25 %, contra un 22,7 % de mayo.

En definitiva, los esfuerzos gubernamentales no han sido infructuosos pero sí notoriamente insuficientes para paliar las brutales consecuencias de una caída del producto bruto interno que en estos doce meses orilla el 12%, que es por supuesto la más alta del mundo en este año, la más elevada de toda la historia económica argentina y, al menos desde que existen las estadísticas, casi no tiene antecedentes en ningún otro país en tiempos de paz.

La magnitud de este gigantesco deterioro social salta a la vista cuando se repara que en el último año el porcentaje de la población situado por debajo de la línea de pobreza aumentó del 37 % al 60%, mientras que en materia de indigencia las cifras se duplicaron desde octubre del 2001 hasta la fecha. Si se toman en cuenta últimos tres años, a partir de la asunción del gobierno de la Alianza, la pobreza más que se duplicó, ya que aumentó del 27% a fines del 99 ( había llegado al 47 % en julio de 1989 ) al 60 % de la población, en tanto que la indigencia más que se triplicó, habiendo crecido del 7,5 % a más del 25 %.

Por segunda vez consecutiva, la primera fue en mayo último, la información del INDEC dan cuenta de un hecho inédito: las cifras de indigencia, más del 25 %, están por encima de la tasa de desempleo del 23,5 %. Esto implica que existe una cantidad considerable de personas empleadas que viven en condición de indigencia, algo que jamás había ocurrido con anterioridad y que demuestra, con una elocuencia contundente, el formidable impacto social provocado por la devaluación monetaria.

No tendría que haber motivo de sorpresa. Hay sobrada experiencia, tanto nacional como internacional, de que en un país exportador de alimentos como la Argentina, la devaluación monetaria golpea directamente sobre los precios de los alimentos de primera necesidad, que aumentan mucho más rápidamente que el conjunto de los precios. El informe del INDEC consigna que, con o sin "veranito económico", en los últimos seis meses la canasta básica de alimentos se encareció en un 32,9 %, de 307 pesos a 408 pesos. En el transcurso de este año, ese incremento de la canasta básica de alimentos resultó superior al 75 %. En el caso del plan para jefes y jefas de hogar, en términos de precios alimenticios, la asignación de 150 pesos establecida en enero equivale entonces en diciembre a menos de 40 pesos.

Alcanza un solo ejemplo, que podría multiplicarse por miles, para graficar el significado de esta situación en los sectores asalariados. En diciembre de 1988, con retenciones a las exportaciones agroalimentarias del 40%, el valor de la canasta básica de alimentos equivalía al 65 % del ingreso de convenio de un trabajador rural. En diciembre de 1999, sin retenciones a esas exportaciones, el costo de esa misma canasta alimenticia había bajado al 42 % de ese salario de convenio. Hoy, nuevamente con retenciones a las exportaciones agropecuarias, la canasta básica de alimentos demanda más del 75 % del ingreso de ese trabajador. En este sentido, el aumento salarial de 100 pesos para el sector privado, que por supuesto sólo fue efectivo para los trabajadores registrados en el sector formal de la economía, ha resultado también, tal como sucedió con los planes sociales en relación a los niveles de pobreza y de indigencia, una compensación absolutamente insuficiente.

En la Argentina, dólar caro es sinónimo de comida cara y dólar barato equivale a comida barata. Así ocurrió antes, durante y después de la década del 90. De allí que la política del dólar "recontralto", defendida a capa y espada por el Ministro de Economía Roberto Lavagna como un instrumento para alentar la reactivación productiva, sea absolutamente incompatible con cualquier alternativa seria de mejoramiento de la situación social, ni en el corto ni en el mediano plazo. Como ya sucediera en 1989, estabilidad económica y moneda fuerte constituyen hoy la más urgente de las reivindicaciones sociales en la Argentina de hoy. El peronismo tendrá que hacerse cargo de este desafío.
Jorge Castro , 29/12/2002

 

 

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