La política de los guerreros .

 

El pensamiento de Robert Kaplan y la New America Foundation
El libro más reciente de Robert D. Kaplan -El retorno de la antigüedad. La política de los guerreros, Ediciones B, Barcelona, 2002- atrae la atención no sólo sobre su autor, sino sobre una línea de pensamiento influyente en los círculos estratégicos de Estados Unidos. Kaplan ha sido consultor de las Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos y es frecuentemente invitado a discutir asuntos mundiales con generales y almirantes de su país.

Periodista e investigador, Kaplan ha viajado por los confines más conflictivos del planeta y ha reportado sobre ellos en libros como Fantasmas balcánicos o La anarquía que viene; también ha registrado las nuevas realidades y tensiones de los Estados Unidos en Viaje al futuro del Imperio. Por debajo de la superficie aparentemente descriptiva de esos textos puede detectarse un tejido conceptual que, en su último libro, se vuelve explícita y protagónica.

En El retorno de la antigüedad Kaplan exhibe su óptica interpretativa, que él define como “realismo constructivo”, y llama en su ayuda a pensadores clásicos del poder y la guerra (Tucídides, Sun-Zi, Tito Livio, Maquiavelo, Hobbes, Burke) y a Padres Fundadores de los Estados Unidos como Hamilton o Madison. Su punto de partida: “…el mundo no es moderno ni posmoderno, sino simplemente una continuación del antiguo; un mundo que, a pesar de sus tecnologías, los mejores pensadores chinos, griegos y romanos habrían podido comprender”. Su advertencia: vale la pena ser escéptico ante las teorías optimistas sobre el futuro de la política global desarrolladas desde la caída del Muro de Berlín, tras de las cuales “está el supuesto implícito de que las elites prósperas y razonables son lo bastante dominantes como para conducir el mundo hacia más democracia, más derechos humanos y más

Antes que una administración del progreso armónico, “la política será el arte, más que la ciencia, de la gestión de la crisis permanente”. En esa gestión, “los políticos experimentados…no se guían por la compasión, sino por la necesidad y el interés propio”. La virtud del político es lo contrario de la rectitud: “Si un acto es justificable por sus probables consecuencias, por muy sórdidos que sean algunos de los motivos internos que lo impulsan, sigue existiendo integridad inherente al proceso de toma de decisiones (…) el arte de gobernar exige una moralidad de consecuencia; un estadista debe ser capaz de pensar en lo impensable”. Por el contrario, “los argumentos morales rígidos conducen a la guerra y al conflicto civil, rara vez a las mejores opciones (…Definiéndose como realista, Kaplan toma distancia del determinismo fatalista: “Las guerras rara vez se han ganado mediante el fatalismo y las victorias en el campo de batalla contra fuerzas muy superiores han cambiado generalmente el curso de la historia”, alega Kaplan y levanta el ejemplo de Churchill frente a la superioridad material de Hitler (“un hombre meramente racional no habrá desafiado a Hitler como lo hizo Churchill”) y el espíritu expuesto por Ronad Reagan en su discurso inaugural como Presidente de Estados Unidos: “Yo no creo en un Destino que caerá sobre nosotros hagamos lo que hagamos. Creo en un Destino que caerá sobre nosotros si no hacemos nada”.

Sin embargo, su apartamiento del fatalismo, de “lo inevitable” no induce a Kaplan a una actitud desviadamente voluntarista. Aquí reivindica el concepto maquiavélico de previsión inquieta: “La detección temprana es una condición sine qua non de la prevención de crisis y (…dado que hay circunstancias que no se pueden prever…) la política ha de ser el arte de organizar inteligentemente aquella información que sí se puede prever, con el fin de establecer un marco de referencia, aunque impreciso, de los acontecimientos futuros”. Lo más previsible es lo que cambia lentamente o no cambia en absoluto: clima, recursos básicos, ritmo de urbanización, variables demográficas, etc.

Publicado después de los ataques terroristas a Nueva York y Washington, el libro de Kaplan explora, con apoyo en los pensadores clásicos, las perspectivas de la nueva guerra global. “Los grupos que se nieguen a jugar según las reglas de Estados Unidos cometerán atrocidades constantemente. La reacción desproporcionada exigirá un precio terrible a medida que la tecnología lleve a estados Unidos más cerca, por ejemplo, de Oriente Próximo de lo que ha estado nunca de Europa. Todos los pasos diplomáticos serán también militares, a medida que la separación artificial entre las estructuras civiles y los mandos militares, que ha sido una característica de las democracias contemporáneas, siga desvaneciéndose.” Ante el desafío de los nuevos guerreros que “no lucharán según los conceptos occidentales de justicia, nos atacarán por sorpresa, asimétricamente en nuestros puntos más vulnerables".

El pensamiento de Kaplan no es un destello solitario. El autor forma parte de un think tank muy productivo, la New America Foundation (NAF), en la que revistan varios investigadores e intelectuales norteamericanos que difunden sus trabajos más allá del ámbito académico, en círculos profesionales y en medios informativos de amplia difusión. Entre ellos se cuentan su Presidente, Ted Halstead, y su investigador jefe, a cargo de estudios estratégicos, Michael Lind. Es interesante transcribir algunos fragmentos de trabajos publicados por la NAF, en los que se reflejan rasgos centrales de sus líneas de pensamiento.

¿Son los Estados Unidos el Nuevo Imperio Romano?

A mediados de junio de 2002, Michael Lind escribió para The Globalist (un medio en el que habitualmente colabora) un comentario sobre el discurso de George Bush en West Point en cual el mandatario de Estados Unidos proclamó su doctrina sobre la guerra preventiva.

"En el pasado - escribe Lind- los paralelos entre la Roma Imperial y la América Imperial eran fundamentalmente trazados por la izquierda por el aislacionismo de derecha. Ellos pensaban que la política de poder de EEUU corrompía al mundo, a la república americana o a ambos. Lo nuevo desde los ataques terroristas del 11 de septiembre es la asunción de que una política imperial de Estados Unidos es defendible y deseable por parte de muchas voces de la corriente central del pensamiento americano".

Lind asigna esta postura al discurso de Bush, aunque describe a Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa, como su verdadero gestor.

"Los imperialistas a la Wolfowitz quieren reducir a todas las otras potencias importantes al rol que mantuvieron Alemania Occidental y Japón durante la guerra fría. Como esos países, la Unión europea, Rusia, China y la India serán desalentadas si quieren armarse o rearmarse".

Lind sostiene que esa política es poco realista. "Si la brecha entre el poder americano y el de otros países principales fuese tan enorme como la que existe entre Estados Unidos y sus vecinos de am{erica del Norte y el Caribe, la Estrategia Imperial de Bush podríaa tener sentido. Pero Estados Unidos carece del poder económico, militar y -lo más importante- político para dominar el mundo como alternativa a liderarlo".

Reconociendo la impresionante participación de EEUU en el producto bruto mundial (20 por ciento), su absoluto predominio militar y las ventajas de su tecnología, Lind destaca, sin embargo, que la participación americana en la producción mundial es hoy menor que en 1945, cuando representaba el 50 por ciento; subraya, asimismo, que pese a los flujos migratorios, la población de Estados Unidos tiende a decaer del 4 al uno o dos por ciento de un total mundial que se proyecta hacia los 9 mil o 10 mil millones de personas. "El uno por ciento de la humanidad puede estar en condiciones de liderar al otro 99 por ciento -concluye Lind-, pero no puede regirlo".

El principal cuestionamiento del autor al imperialismo a la Wolfowitz se centra en "la peligrosa devaluación de la diplomacia como instrumento de la potencia americana (...) trata a la diplomacia como un obstáculo al poder de Estados Unidos, antes que como un componente crítico. Sin aliados en Europa, Medio Oriente, Asia (y en todos lados) que provean bases y derechos de sobrevuelo, los Estados Unidos serían una potencia regional norteamericana con, a lo sumo, capacidad para bombardear países desde el aire o el mar. Una América aislada estaría imposibilitada de lanzar grandes invasiones u ocupaciones militares sostenidas. Aún en zonas menesterosas como Afghanistán, la fuerza militar americana puede ser usada efectivamente sólo en esfuerzos conjuntos con aliados, algunos de los cuales, como Gran Bretaña, Francia y Rusia (el nuevo aliado de Estados Unidos) son todavía grandes poderes -aunque no superpoderes- por derecho propio".

Kaplan y el pensamiento de Huntington

Robert Kaplan reconoce el aporte de a su pensamiento de Samuel Phillips Huntington, a quien dedicó una importante nota-tributo, que publicó en el Atlantic Monthly, uno de los medios en los que suele colaborar. En ese artículo, Kaplan comienza recordando uno de los primeros libros de Huntington, The Soldier and the State, editado en 1957. Ese libro, escribe Kaplan, constituía “una advertencia: la sociedad .

Con The Soldier and the State -señala Kaplan- “Huntington no sólo puso en el mapa intelectual americano el tema de las relaciones entre civiles y militares”, sino que estableció algunas premisas importantes:

“El hecho de que el mundo esté modernizandose no significa que se esté occidentalizando. El impacto de la urbanización y las comunicaciones de masa, asociado a la pobreza y las diferencias étnicas no conduce a que la gente en todas partes piense como lo hacemos nosotros.

“Asia, pese a sus alzas y bajas, se está expandiendo militar y económicamente. El Islam estalla demográficamente. Occidente puede estar declinando en su influencia relativa.

“La conciencia cultural se está vigorizando, no debilitando, y pueblos y estados pueden asociarse en función de similitudes culturales antes que por identidades ideológicas, como en el pasado.

“ La creencia occidental en que la democracia parlamentaria y el libre mercado son aptos para todo el mundo puede inducir a Occidente a conflictos con civilizaciones (notoriamente: la islámica y la china) que piensan de otra manera.

“ En un mundo multipolar basado laxamente en civilizaciones antes que en ideologías, Estados Unidos debe refirmar su identidad occidental.”

Entre otros trabajos de Huntington sobre los que reflexiona, Kaplan subraya la importancia de Political Order in Changing Societies de 1968, donde el autor apunta cómo el desarrollo conduce a nuevos patronas de inestabilidad, inclusive a alzamientos y revoluciones. Las revoluciones francesa y mexicana no fueron precedidas por un aumento de la pobreza, sino por un desarrollo económico y social sostenido. Las grandes revoluciones han sucedido después de períodos de reforma, no períodos de estancamiento y represión”.

Otra mirada singular de Huntington destacada por Kaplan: “Los expertos modernizadores en sus conferencias internacionales suelen hacer discursos contra la corrupción. Huntington muestra que precisamente la modernización que ellos promueven causa corrupción en primer lugar. El siglo XVIII observó niveles sin precedentes de corrupción en Inglaterra, debidos a la irrpción de la Revolución Industrial; lo mismo puede decirse de los Estados Unidos del siglo XIX. Pero la corrupción en ese estadio del desarrollo puede ser útil, escribió Huntington, y no debe ser descartada con arrogancia. La corrupción es un medio a través del cual nuevos grupos se integran en el sistema. La venta de bancas parlamentarias, por ejemplo, es típica de las democracias emergentes y preferible a los ataques armados contra el parlamento.

“La diferenciación más importante entre países concierne menos a su forma de gobierno que a su grado de gobierno”, resume Kaplan. “Las diferencias entre democracias y dictaduras son menos importantes son menores que las que existen entre paìses cuyos sistemas políticos corporizan consenso, comunidad, legitimidad, organización, eficacia, estabilidad y aquellos países cuyos sistemas políticas son ineficientes en esas cualidades”.

Huntington sostiene -destaca Kaplan - “los estadounidenses creen en la unidad de lo bueno (…) asumen que todas las cosas buenas van juntas” (el progreso social, el crecimiento económico, la estabilidad política, etc. . Y eso no es necesariamente cierto.

Otro problema que tiene el pensamiento americano, rescata Kaplan de Huntington, reside en que “nuestra historia nos ha enseñado cómo limitar el gobierno, no como construirlo desde la base. Así como nuestra seguridad, largamente determinada por nuestra geografía, fue ampliamente un don, así nuestras instituciones y prácticas de gobierno fueran una herencia de la Inglaterra del siglo XVII. Nuestra Constitución habla sobre como controlar a la autoridad. Pero en Asia, África, América Latina y los ex países comunistas la dificultad consiste en establecer la autoridad”. Y, citando a Huntington: “El problema no es sólo tener elecciones, sino crear organizaciones”.

Desde la década del 50, escribe Kaplan, “Huntington ha advertido que la sociedad americana requiere servicios militares y de inteligencia que piensen en los términos más trágicos y pesimistas. Escribió que el liberalismo funciona sólo cuando la seguridad puede darse por garantizada...y en el futuro podríamos no poder contar con ese lujo.”

Y cita finalmente a Huntington: “Estados Unidos debe aprender a distinguir entre auténticos amigos que estarán con nostros (y nosotros con ellos) en las duras y en las maduras; aliados oportunistas con los que tenemos algunos pero no todos los intereses en común; socios-competidores estratégicos con los que tenemos un vínculo mezclado; antagonistas que son rivales pero con los cuales la negociación es posible; y enemigos acérrimos que tratarán de destruirnos a menos que nosotros los destruyamos antes”.
Jorge Raventos , 29/12/2002

 

 

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