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A un año de la caída de Fernando De la Rúa . |
La dilucidación del conflicto por el liderazgo político del peronismo es la condición indispensable para la necesaria reconstrucción del poder político en la Argentina. |
Sin conciencia histórica no hay cultura política. El primer aniversario de la caída del gobierno de Fernando De la Rúa encuentra a la Argentina en la afanosa búsqueda de una vía de superación para la gigantesca debacle política que desencadenó una profunda crisis de gobernabilidad, que es la causa fundamental del actual colapso económico y social.
Es sabido que la Argentina es el país de los grandes contrastes históricos. Entre 1880, fecha de iniciación del primer mandato constitucional del general Julio Argentino Roca, y la celebración de su Primer Centenario en 1910, protagonizó la mayor transformación de toda su historia. En apenas treinta años, una nación despoblada y semidesértica, con una enorme mayoría de analfabetos, se convirtió en uno de los primeros diez países del mundo, medido en términos de su producto bruto por habitante. Lo hizo en el marco de una fuerte inserción en el escenario internacional de la época, signado por el predominio de Gran Bretaña en la fase de la "primera globalización" del capitalismo, que transcurrió entre la segunda Revolución Industrial, alrededor de 1870, y la crisis financiera internacional de 1929.
Ese cambio fenomenal fue el resultado de un hecho político que permitió la resolución de una encrucijada histórica. El triunfo de Roca, respaldado por los gobernadores del interior mediterráneo, mancomunados para romper la hegemonía política y económica bonaerense, estuvo acompañado por la federalización de la ciudad de Buenos Aires y la nacionalización de la renta de la Aduana porteña, principal fuente de los ingresos públicos en aquella época.
Sin embargo, la primera década de esa formidable transformación comenzada en 1880 culminó con un cataclismo político de enormes dimensiones. Fue la crisis del 90, que provocó el alzamiento cívico-militar que en julio de 1890 constituyó la partida de nacimiento del radicalismo y determinó la renuncia anticipada del presidente Miguel Juárez Celman, sucesor y concuñado de Roca, y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini. La crisis política generó una tremenda crisis económica y una brutal recesión que colocaron al país en una cesación de pagos de una envergadura tal que repercutió fuertemente en la bolsa de Londres y llevó a la bancarrota nada menos que a la Baring Brothers, una de las entidades financieras más importantes del mundo.
El origen de aquella crisis fue la lucha desatada por el liderazgo dentro del Partido Autonomista Nacional (PAN), la fuerza política que había encarnado esa transformación exitosa. En 1886, Roca había nominado como sucesor a Juárez Celman, con la intención de retornar a la presidencia en 1892. Juárez Celman, en cambio, trató de emanciparse de su antecesor y alentar la candidatura de uno de sus ahijados políticos, el joven Ramón Cárcano. Debilitado el liderazgo de Roca, el PAN quedó partido en dos. En ese contexto, la oposición porteña, liderada por Bartolomé Mitre, encontró el espacio apropiado para tratar de tomarse la revancha del 80 y sublevarse contra Juárez Celman.
Sin embargo, el desenlace de la crisis benefició a Roca. Porque si bien el alzamiento fracasó, la suerte de Juárez Celman quedó echada. "La revolución ha sido vencida, pero el gobierno ha muerto", sentenció entonces un senador del oficialismo. Y la presidencia de Pellegrini permitió que Roca liderara la reconstrucción del PAN. Superada de ese modo la crisis de gobernabilidad, a partir de la reconstrucción del poder político, el país reanudó su marcha ascendente y veinte años después estaba entre los primeros del mundo.
Desde el punto de vista histórico, puede afirmarse que el abrupto final de De la Rúa y el estrepitoso fracaso del gobierno de la Alianza es un fenómeno inseparable del análisis de un hecho previo, que fue la incapacidad manifestada en 1999 por el peronismo para resolver la sucesión presidencial de Carlos Menem.
En efecto: a partir de 1989, el peronismo, con el liderazgo político de Menem, había iniciado otra vasta transformación estructural, orientada a lograr su inserción en el nuevo escenario internacional, caracterizado por el fin de la guerra fría, el liderazgo mundial de los Estados Unidos y la aceleración del ritmo de la globalización de la economía mundial. Más allá de aciertos y errores, la década del 90 fue la década de mayor crecimiento económico del país en los últimos setenta años.
La imposibilidad reflejada por el justicialismo para encontrar una respuesta apropiada que garantizase la continuidad de esa transformación creó las condiciones que posibilitaron la victoria electoral de una coalición que estaba inexorablemente condenada al fracaso. La desaparición de la Alianza tampoco encontró al peronismo como un actor político unificado. Su estado de horizontalización política lo inhibía para ocupar satisfactoriamente el vacío de poder. Las consecuencias inevitables fueron la efímera presidencia de Adolfo Rodríguez Sáa y la asunción del actual gobierno de transición encabezado por Eduardo Duhalde, el candidato peronista que había sido derrotado por De la Rúa en octubre del 99.
Pero, como dice Hegel, la historia progresa por el lado obscuro. El virtual agotamiento de esta etapa de transición, sumado al hecho de que la disolución de la Alianza erige al peronismo como la única opción de poder en la Argentina de hoy, pone en marcha un proceso político en el que lo único que está verdaderamente en juego no es otra cosa que la reconstrucción del liderazgo político en el peronismo, condición indispensable para resolver la crisis de legitimidad y retomar el camino de las transformaciones pendientes.
Una vez resuelta esa cuestión del liderazgo dentro del peronismo, al igual de lo que ocurrió con el PAN luego de la crisis del 90, la Argentina reconstruirá el poder político y estará así en condiciones adecuadas para, en función de una estrategia acertada de reinserción internacional, reiniciar una etapa de crecimiento económico acelerado, que permita que en el 2010, cuando se conmemore su Segundo Centenario como país independiente, pueda otra vez estar en la senda de su integración en el pelotón de vanguardia de las naciones.
Como sucedía en 1890, las nuevas bases estructurales creadas por las grandes transformaciones realizadas en los años anteriores están básicamente intactas y posibilitan una rápida recuperación, apenas se verifiquen las condiciones políticas apropiadas. El aparato productivo de la Argentina y su infraestructura de servicios, modernizados tecnológicamente por las cuantiosas inversiones realizadas en la década del 90, todavía no han sido destruídos. Disipada la actual crisis de confianza nacional e internacional, constituyen una formidable palanca para la reactivación económica del país. Más que ante una catástrofe sin remedio, estamos entonces ante una gran oportunidad histórica. Se trata de saber aprovecharla. |
Jorge Castro , 17/12/2002 |
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