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La encarnación política de estas tres categorías básicas del pensamiento de Perón explica por qué el peronismo fue capaz de adecuarse constantemente a los sucesivos cambios en las circunstancias históricas y protagonizar así las dos grandes transformaciones de la Argentina moderna : primero la gigantesca revolución social realizada por Perón y Eva Perón entre 1945 y 1955 y, luego, la recuperación de la gobernabilidad del país y de la inserción internacional de la Argentina, logradas con el liderazgo de Carlos Menem en la década del 90, en una transformación estructural todavía inconclusa, ya que quedó aproximadamente a mitad de camino, y que ahora es necesario retomar, con la nueva impronta que impone el escenario del siglo XXI. Luis Calviño y Victor Lapegna explican en profundidad las características de esa continuidad histórica.
Como decía John William Cooke, "el peronismo es raíz y no programa". Perón tuvo siempre la lucidez de adaptarse a las exigencias de la evolución histórica. Sus primeros años de gobierno transcurrieron dentro de un escenario internacional todavía dislocado por el epílogo de la segunda guerra mundial, en una etapa signada básicamente por la reconstrucción de las economías nacionales desvastadas por la contienda bélica. En ese período, la nacionalización de los servicios públicos culminó el necesario desacople entre la Argentina y el imperio británico en decadencia. El Primer Plan Quinquenal estuvo inequívocamente orientado al fortalecimiento del mercado interno, puesto en línea con una formidable redistribución del ingreso en beneficio de los trabajadores.
A principios de la década del 50, cuando la economía mundial comenzó una fuerte recuperación y empezó a avanzar rápidamente en sus niveles de integración, Perón consideró agotada la primera etapa de su gobierno y ensayó un nítido giro estratégico hacia la apertura económica internacional de la Argentina. Fue la época del Segundo Plan Quinquenal, de las tratativas con Brasil y Chile para conformar el ABC ( origen histórico del MEROSUR ) y de un mayor acercamiento con Estados Unidos, que se reflejó en la posición frente a la guerra de Corea, en la visita a Buenos Aires de Milton Einsenhower, en la búsqueda de las inversiones norteamericanas y en la negociación de los contratos petroleros con la Standard Oil de California.
El Congreso Nacional de la Productividad, celebrado en abril de 1955, meses antes de su derrocamiento, significó la coronación de ese viraje político. De esa época data la lapidaria crítica de Perón a " los nacionalistas de opereta, que han causado más daño al país con su estupidez que los cipayos con su perfidia ". Cabría afirmar que las raíces del "giro copernicano" practicado por Menem en 1989 pueden rastrearse en la política desplegada en aquellos años por Perón.
En este sentido, el recorrido histórico del peronismo reconoce un asombroso paralelismo con la experiencia del Partido Comunista Chino, una fuerza política que, sin perder su identidad y sus raíces populares, protagonizó sucesivamente dos extraordinarias transformaciones en el país más poblado del planeta: la revolución social liderada por Mao Tse Tung a partir de 1949 y, más tarde, la modernización económica y la reinserción internacional del país iniciada en 1979 por Deng Siao Ping, quien respondía a sus críticos "ortodoxos", que le reprochaban agriamente el vuelco hacia la economía de mercado, con una frase que Menem citó varias veces y que Perón hubiera hecho suya con mucho gusto: "no importa que el gato sea blanco o negro, sino que sepa cazar ratones ".
Menem, es el primer líder legítimo del peronismo surgido después de la desaparición de Perón. Adquirió ese carácter incuestionable en las elecciones internas del justicialismo celebradas en julio de 1988. Desde la condición de "candidato imposible " que le endilgaran sus adversarios, similar a la otorgada a Perón en su contienda con la Unión Democrática en febrero del 46, Menem triunfó contra la casi totalidad del aparato partidario, encabezado por el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Desde entonces, Menem pasó a constituirse en el principal actor político de la inserción de la Argentina en el nuevo escenario internacional aparecido tras el fin de la guerra fría y la desintegración de la Unión Soviética. Así como Perón tuvo que insertar al peronismo en la realidad del mundo bipolar surgido tras los acuerdos de Yalta, Menem encaró la adecuación del peronismo a los formidables cambios provocados por el advenimiento de la nueva era de la globalización, que genera las bases materiales para la aparición, por primera vez en la historia del hombre, de una verdadera sociedad mundial, aquello que Perón definiera como la fase del universalismo.
En este punto de inflexión, y en una extraordinaria y sugestiva paradoja de la historia, la visión de Perón se reencuentra nuevamente con el pensamiento de Alberdi, que conforma la matriz intelectual de ese "liberalismo criollo" del que nos habla Chaves. En su libro " El crimen de la guerra ", Alberdi afirmaba que " El espacio desaparece bajo el poder milagroso del vapor y la electricidad. El bienestar de los pueblos se hace solidario por obra de ese agente internacional que se llama el comercio, que anuda, encadena y traba los intereses unos con otros mejor que lo que haría la mejor diplomacia del mundo. Las naciones se encuentran acercadas una de otra, como formando un solo país ".
Y, en la misma obra, profetiza: " Esa sociedad está en formación, y toda la labor en que consiste el desarrollo histórico de los progresos humanos no es otra cosa que la historia de este trabajo gradual, de que está encargada la naturaleza perfectible del hombre. Los gobiernos, los sabios, los acontecimientos de la historia, son instrumentos providenciales de la construcción secular de ese grande edificio del pueblo-mundo, que acabará por constituirse sobre las mismas bases, según las mismas leyes fundamentales de la naturaleza moral del hombre, en que reposa la constitución de cada estado separadamente ".
No hay en todo esto demasiada diferencia con lo que planteaba Perón : "El mundo, y sobre todo los grandes países, están pensando en que esta evolución que nosotros hemos presenciado va a desembocar, quizás antes de que comience el siglo XXI, en una organización universalista que reemplace al continentalismo actual. Y en esa organización universalista se llegará a establecer un sistema en que cada país tendrá sus obligaciones, vigiladas por los demás, y obligado a cumplirlas aunque no quiera, porque es la única manera en que la humanidad puede salvar su destino frente a la amenaza de la superpoblación y la destrucción ecológica del mundo. Es así que nosotros debemos comenzar a pensar, también, que ese universalismo ha de ser organizado por alguien y que si nosotros no nos disponemos también a intervenir en la organización de ese universalismo, todos nuestros años de lucha por liberarnos serán inútiles, porque si los imperialismos actuales imponen el ritmo de esa universalización, lo harán en su provecho, no en el nuestro ".
Pero esta formidable visión estratégica de Perón nunca fue suficientemente asumida por el conjunto del peronismo. Sobraron razones para que ello ocurriera. Después de la desaparición física de su fundador, el peronismo quedó sumido en un impiadoso enfrentamiento interno. Por razones obvias, la etapa del régimen militar tampoco fue propicia para realizar esa tarea. En consecuencia, en 1983 el peronismo se vio obligado a lanzarse al proceso electoral sin haber avanzado en aquella asignatura pendiente desde 1974. El resultado fue el triunfo de Raúl Alfonsín. Recién entonces, con la etapa de la "renovación", se abrió curso a un debate interno que culminó con las elecciones internas de 1988, que legitimaron el liderazgo de Menem y posibilitaron el retorno del peronismo al gobierno.
Sin embargo, en virtud de las circunstancias excepcionales que rodearon ese acceso al gobierno, en medio de la emergencia provocada por el colapso hiperinflacionario y el caos social que reinaban en la Argentina en julio de 1989, el peronismo se vio obligado a protagonizar una auténtica " revolución desde arriba ", realizada en democracia y en pleno respeto al Estado de Derecho, legitimada y ratificada por el voto popular, pero fundada casi exclusivamente en la visión estratégica y el liderazgo político de Menem.
Las urgencias impuestas por esa situación de emergencia tampoco permitieron crear las condiciones adecuadas para que durante esos años se diera un debate interno esclarecedor sobre los contenidos doctrinarios y programáticos de las reformas estructurales que se pusieron en marcha. Uno de los efectos de esa falencia fue que no llegara a construirse una fuerza política organizada que asumiera la responsabilidad de explicar y defender esa política, en tanto expresión del pensamiento de Perón actualizado a la actual etapa de la evolución histórica, en todos los ámbitos sociales y territoriales, para gravitar seriamente en la opinión pública y recrear los vínculos entre el peronismo y el conjunto de la sociedad argentina.
De allí que, en vísperas de la expiración del segundo mandato constitucional de Menem, el peronismo tampoco haya sabido enfrentar y resolver satisfactoriamente la sucesión presidencial. La consiguiente derrota electoral del 24 de octubre del 99 generó un estado de aguda horizontalización política, que por sus características también impidió esa discusión largamente postergada, a la que se refieren en su libro Calviño y Lapegna. El resultado fue que, a pesar de su abrumadora victoria en las elecciones legislativas de octubre del 2.001, el abrupto final del gobierno de la Alianza tampoco encontró al peronismo en las condiciones más adecuadas para reasumir el poder político.
La situación de hoy refleja el efecto acumulado de estas falencias políticas. Con una diferencia, en este caso favorable. Aquel debate político pendiente se está resolviendo aceleradamente en la práctica, no tanto a través de las palabras, sino mediante la cruda y brutal elocuencia de los hechos. Porque así como el monumental fracaso del gobierno de la Alianza puso de manifiesto que el peronismo es la única fuerza política capaz de gobernar la Argentina, la experiencia fracasada del actual gobierno de transición revela la absoluta inviabilidad de cualquier alternativa política que no asuma el rumbo estratégico y las transformaciones realizadas en la década del 90 como el punto de partida necesario para enfrentar y resolver la crisis.
El peronismo afronta nuevamente la responsabilidad de superarse a sí mismo. Está obligado a recrear su unidad de concepción alrededor de una clara visión estratégica y de una propuesta política sobre el presente y el futuro de la Argentina. Así como en 1989 no quedó aferrado nostálgicamente a lo que había hecho entre 1945 y 1955, ahora tampoco puede quedarse en la simple reivindicación de sus realizaciones en la década del 90.El mundo y la Argentina han vuelto a cambiar. Una vez más, como decía Perón, el peronismo tendrá que "fabricar la montura propia para cabalgar la evolución".
Hace ya más de treinta años, en su libro "La Hora de los Pueblos ", Perón señalaba que " la política puramente nacional es ya casi una cosa de provincias. Hoy, todo es política internacional, que se juega adentro o afuera de los países ". El desafío que plantea la construcción de la Argentina del segundo centenario, con una perspectiva estratégica orientada a colocar nuevamente al país en el pelotón de vanguardia de las naciones, como sucedía en aquel primer centenario de 1910, supone entonces, en primer lugar, la asunción plena de un activo protagonismo internacional para participar en la definición de las reglas de juego y el sistema de poder de esta sociedad mundial que emerge aceleradamente a escala planetaria.
La Argentina necesita construir poder en el plano internacional. Porque, como surge claramente de las enseñanzas de Perón, no existe ninguna causa, por justa que sea, que tenga relevancia verdadera en términos políticos si no está acompañada por una estructura de poder capaz de sustentarla. Y como resulta imposible construir poder al margen de las tendencias fundamentales de una época histórica determinada, es indispensable recuperar una participación protagónica de la Argentina en el actual proceso de globalización económica y de integración política de las naciones.
Se trata, nada más ni nada menos, de impulsar un "universalismo de raíz nacional", igualmente alejado del nacionalismo reaccionario, sea de izquierda o de derecha, y del cosmopolitismo internacionalista, ajeno a la identidad cultural de los pueblos. Como bien lo explican Calviño, Lapegna y Chaves, en estos dos libros que presentamos hoy, volver a encarnar esta vasta tarea, iniciada pero aún inconclusa, significa retomar un mandato que surge de lo más hondo de nuestra historia y que constituye el núcleo de la encrucijada política que afrontan hoy el peronismo y la Argentina.
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Jorge Castro , 28/11/2002 |
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