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DEFENSA Y SEGURIDAD EN EL SIGLO XXI . |
La distinción clásica entre los conceptos tradicionales de Defensa y Seguridad está sujeta a revisión en el mundo entero. La reunión de la OTAN en Praga, la conferencia de Ministros de Defensa americanos en Chile y la creación del Departamento de Seguridad Interior en Estados Unidos son parte de un replanteo al que no puede permanecer ajeno la Argentina. |
La reestructuración de la OTAN, consagrada en la reunión de Praga, con la asistencia del presidente norteamericano George W. Bush, constituye un hito trascendente en la reformulación integral del sistema de seguridad global impulsada por los Estados Unidos a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre.
La resolución más importante no fue la ampliación de la organización hacia el Este europeo, materializada a través de la incorporación de siete países (Estonia, Lituania, Letonia, Rumania, Bulgaria, Eslovenia y Eslovaquia), que siguen los pasos de otros tres ex-integrantes del Pacto de Varsovia, Polonia, Hungría y la República Checa, socios de la coalición desde 1999, sino la redefinición de la misión de la alianza atlántica, cuya propia razón de ser había quedado cuestionada luego de la desaparición de la Unión Soviética.
Esa adecuación de la OTAN a los nuevos conflictos propios de la era post-guerra fría había comenzado en 1999, con la conferencia de Washington, convocada con motivo de cumplirse el quincuagésimo aniversario de su fundación, y con la intervención militar conjunta en la guerra civil desatada en la antigua Yugoeslavia, que requirió una modificación en la doctrina tradicional de la organización.
En aquella oportunidad, quedó convalidado definitivamente el hecho de que, una vez eclipsada la amenaza soviética, los principales conflictos de esta nueva época histórica ya no son los conflictos interestatales, que enfrentan a dos o más estados nacionales soberanos. La acción militar en Kosovo fue la primera participación de la OTAN en un conflicto de carácter intraestatal, cuya intensidad provocaba una violación generalizada de los derechos humanos de las poblaciones civiles afectadas, tal cual ocurre frecuentemente en diversos países africanos y, en el caso de América Latina, sucede también en Colombia.
Pero la dinámica desatada por los atentados del 11 de septiembre obligaron a una nueva vuelta de tuerca en ese replanteo doctrinario de la OTAN. Ya no se trata solamente de los conflictos interestatales, sino del hecho de la aparición de actores internacionales no estatales, como el terrorismo transnacional, que son organizaciones caracterizadas por la ausencia de un asentamiento territorial determinado, articuladas en forma de redes, que configuran una amenza de nuevo tipo a la seguridad mundial.
De allí la resolución adoptada por la OTAN de encarar la preparación de una Fuerza de Despliegue Rápido de 20.000 efectivos, con capacidad de acción inmediata no sólo en el territorio continental europeo sino en cualquier punto del planeta y con posibilidad de actuar frente a esas amenazas de manera preventiva.
Lo cierto es que, más que una importancia en el terreno militar, este giro estratégico tiene una formidable dimensión política. Porque, en términos estrictamente militares, la actual supremacia mundial de los Estados Unidos, que no tiene virtualmente antecedentes en la historia universal, hace casi irrelevante la colaboración de sus países aliados.
El presupuesto de defensa estadounidense es de alrededor de 370.000 millones de dólares. Para entender cabalmente lo que esto significa, bastaría señalar que esa cifra equivale al total de los presupuestos de defensa de los dieciseis países que le siguen a Estados Unidos en orden de importancia. El segundo presupuesto de defensa a nivel mundial es el de Gran Bretaña. Alcanza aproximadamente a la décima parte del norteamericano: 37.000 millones de dólares.
Importa también un agregado significativo: en términos proporcionales, el gasto de defensa norteamericano, aún con el refuerzo otorgado por el gobierno de Bush, es relativamente bajo. Representa el 3% del producto bruto interno, un porcentaje sensiblemente inferior al de la mayoría de los países. Durante la guerra de Vieltnam, había llegado a ser del 9% de ese producto bruto interno.
Pero más que lo cuantitativo interesa aquí lo cualitativo. El 10% de ese gigantesco gasto de defensa está consagrado al rubro de investigación y desarrollo, en particular referido a la aplicación bélica de las nuevas tecnologías de la información. Estados Unidos invierte entonces solo en este campo una cifra similar a la totalidad del presupuesto militar británico.
Esas monumentales inversiones suponen réditos muy importantes en el corto y mediano plazo. El gobierno norteamericano acaba de suscribir con IBM un contrato de 290 millones de dólares para la provisión de dos nuevas supercomputadoras. La primera, capaz de realizar nada menos que 360 billones de operaciones por segundo, es diez veces más veloz que la mayor de las supercomputadoras actualmente en funcionamiento, una japonesa fabricada por NEC. La segunda será aún más veloz que la anterior. Cuando ambas máquinas estén funcionando a pleno, en el 2005, tendrán una capacidad teórica pico mayor que toda la lista de 500 supercomputadoras más rápidas que hoy existen en todo el mundo.
No puede extrañar demasiado entonces que los analistas militares norteamericanos estimen que en el probablemente inminente conflicto con Irak, los Estados Unidos están en condiciones de emplear un inédito arsenal bélico, de altísima sofisticación tecnológica, capaz de destruir en un muy corto lapso la totalidad de la infraestructura y del sistema de comunicaciones del régimen de Saddam Hussein.
Resulta sugestivo que la principal preocupación estadounidense en relación a sus aliados de la OTAN es que el retraso tecnológico de sus fuerzas militares dificulta severamente la coordinación de las operaciones conjuntas. El británico George Robertson, secretario general de la OTAN, se ha volcado a buscar compromisos entre los miembros de la organización para reducir las limitaciones existentes en varios campos fundamentales, en especial comunicaciones, transporte estratégico y munición de precisión. Un solo ejemplo: en materia de transporte estratégico, los aliados europeos requerirán, al menos de aquí a seis años, un centenar de aviones cisterna, una cifra muy modesta si se la compara con los 250 que dispone actualmente Estados Unidos.
Lo verdaderamente importante para Estados Unidos no es el concurso militar de sus aliados de la OTAN. El auténtico aporte es el acompañamiento político de los países de la Unión Europea para avanzar en la guerra sin fronteras contra el terrorismo transnacional. En ese sentido, la reunión de Praga constituye un avance hacia la posible transformación de la OTAN en el virtual núcleo operativo de un nuevo sistema de seguridad global de carácter cooperativo.
Este cambio cualitativo registrado en la naturaleza de la alianza atlántica adquiere una extraordinaria relevancia estratégica para la Argentina, que desde 1998 reviste la categoría de único aliado extra-OTAN de Estados Unidos en América Latina y que ya en 1999, cuando estalló el conflicto de Kosovo, había puesto en marcha una inciativa resueltamente orientada hacia su integración con la OTAN.
No casualmente la reunión de la OTAN en Praga coincidió con la conferencia de Ministros de Defensa del continente americano, celebrada en Santiago de Chile, con la participación del Secretario de Defensa estadounidense, Ronald Rumsfeld, en la que se examinaron los mecanismos de cooperación hemisférica en la guerra contra el terrorismo transnacional, a nivel regional, continental y global. Quedó absolutamente en claro que, en el terreno regional, las prioridades estratégicas son la Triple Frontera y el conflicto de Colombia.
Está demás decir que, desde esta nueva perspectiva mundial, la distinción clásica entre los conceptos tradicionales de Defensa y de Seguridad requiere una redefinición. La decisión del Congreso estadounidense de aprobar la iniciativa de la administración republicana sobre la creación de un Departamento de Seguridad Interior, que coordinará la actividad de 47 agencias y organismo del gobierno federal, es una elocuente demostración del rumbo que habrá de adquirir esta tendencia de carácter mundial.
Conviene inscribir en este contexto la polémica desatada en torno a la iniciativa lanzada por Carlos Menem de articular la acción de las Fuerzas Armadas con el despliegue de las fuerzas de seguridad para la imprescindible tarea de restablecer, dentro del marco de la ley, la seguridad pública en la Argentina. Llegó el momento de plantearse seriamente la constitución de un Ministerio de Defensa y Seguridad para afrontar ese desafío.
Hace más de treinta años, Perón decía que "en el mundo de hoy, la política puramente nacional es una cosa casi de provincias. Hoy todo es política internacional, que se juega adentro o afuera de los países". Esa afirmación tiene hoy más vigencia que nunca. Y en el terreno de la defensa y la seguridad es, además, una definición de rigurosa actualidad. Sin ir más lejos, hay un invisible hilo conductor que une la lucha para erradicar el narcotráfico en Colombia con el restablecimiento de la seguridad pública en el conurbano bonaerense.
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Jorge Castro , 25/11/2002 |
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