Mayoría propia en ambas cámaras del Congreso más la gobernación de la mayoría de los estados configura la ecuación de poder más fuerte edificada por un presidente norteamericano desde los ya lejanos tiempos de Franklin Roosevelt. |
Con los resultados electorales obtenidos en esta elección de medio término, George W. Bush tiene abierto el camino para su reelección en el 2004 y, antes que eso, un amplio margen de maniobra política para los próximos dos años de administración.
No se trata de una apreciación excesiva. En los últimos 132 años, es la primera vez que un mandatario republicano gana en los comicios de renovación parlamentaria posteriores a su ascenso a la Casa Blanca. Hasta ahora, los dos antecedentes en esta materia correspondían a sendos presidentes demócratas: Roosevelt en 1934, en medio de la crisis del 30, y Bill Clinton en 1998, montado en el extraordinario crecimiento económico de la década del 90. Ni siquiera tuvo la misma suerte Roosevelt en 1942, en plena segunda guerra mundial. Tampoco lo pudo conseguir Ronald Reagan en 1982.
En el plano simbólico, la elección de gobernadores tuvo dos resultados elocuentes. El primero fue la holgada victoria de Jeb Bush en Florida, que había sido la piedra del escándalo en la contienda presidencial de noviembre del 2000. El segundo, el triunfo republicano en Texas, un estado de enorme importancia donde los demócratas habían concentrado sus esfuerzos. El tercero, la derrota sufrida en Maryland por la candidata demócrata, Kathleen Kennedy, hija del desaparecido Roberto Kennedy, quien durante los últimos ocho años había sido la vicegobernadora de ese estado, cuyo control pasó a manos republicanas.
En el terreno estrictamente político-institucional, el cambio de la mayoría en el poderoso Senado estadounidense devuelve a los republicanos el control de todas las presidencias de las influyentes comisiones de este cuerpo legislativo, empezando por la estratégica Comisión de Relaciones Exteriores. En términos prácticos, representa también una mayor libertad de acción en la designación de embajadores más identificados políticamente con la orientación de la Casa Blanca y de magistrados judiciales afines al credo neoconservador. Es altamente probable, por ejemplo, que este nuevo escenario implique que el nuevo embajador norteamericano en la Argentina, que habrá de reemplazar a James Walsh, pertenezca al riñón republicano.
Es cierto que la naturaleza extraordinariamente descentralizada del sistema político estadounidense hace que en cada caso haya explicaciones puntuales válidas para entender estos resultados electorales. Pero en ese análisis es imposible obviar el impresionante despliegue de energías proselitistas realizado por Bush, quien durante la campaña electoral visitó personalmente cuarenta de los cincuenta estados norteamericanos.
Existe otro dato que no conviene subestimar: después de Bush, el segundo personaje de la campaña republicana en el orden nacional fue Rudolph Giuliani, inventor político del sistema de "tolerancia cero" frente al delito y alcalde de Nueva York en la aciaga jornada del 11 de septiembre del año pasado. Giuliani es ahora el más probable compañero de fórmula de Bush para el 2004.
Entre las múltiples consecuencias que cabe extraer de este nuevo escenario, hay dos que importan especialmente a la Argentina. Una tiene que ver con la cuestión de la seguridad internacional. Es el obvio fortalecimiento de la cruzada mundial antiterrorista, que en lo inmediato supone la inminencia de la intervención militar norteamericana en Irak. La otra es de índole política y económica. Es la aceleración del ritmo de las negociaciones tendientes a la conformación del ALCA.
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Pascual Albanese , 06/11/2002 |
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