UNA TRIPLE PRESENTACIÓN

 

Texto completo de la exposición efectuada por Jorge Castro en la última reunión mensual del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar el martes 5 de noviembre en el Hotel Rochester, en la que se realizó la presentación simultánea de tres libros de reciente aparición: "HARVARD O BARRANCA YACO. El capitalismo de Cavallo,el federalismo de Menem y el anarquismo de Saúl Taborda", de Enrique N'Haux, " LA INEVITABLE VIGENCIA DEL 'INCOREGIBLE' PERONISMO DE SIEMPRE. Del menemismo utópico al menemismo científico", de Luis Calviño y Víctor Lapegna, y "UN LIBERALISMO CRIOLLO. De Perón a Menem", de Claudio Chaves
Sin conciencia histórica, no hay cultura política. En estos tres libros que presentamos hoy, que amalgaman con notable talento el rigor historiográfico con el compromiso político, Enrique N'Haux, Luis Calviño, Victor Lapegna y Claudio Chaves realizan un aporte fundamental al esclarecimiento del pasado y el presente de la Argentina.

En un siglo y medio de historia constitucional, hubo en la Argentina solo cuatro presidentes que fueron reelectos : Julio Argentino Roca, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Carlos Menem. No se trata de una mera curiosidad estadística: cada uno de ellos marcó una época histórica de grandes transformaciones en la vida política del país.

Roca, un líder militar del interior mediterráneo, esa cultura política que reivindica N' Haux en su libro y que tanto influyó a lo largo de toda la historia argentina, fue el artífice de la construcción efectiva del Estado Nacional. Esa gigantesca obra histórica se cimentó en la federalización de la ciudad de Buenos Aires, en la nacionalización de la renta de la Aduana porteña ( hasta entonces la base de sustentación económica del poder bonaerense), en la alfabetización masiva de la población, iniciada con la sanción de la ley 1420, y en la consolidación de un Ejército profesional, a partir de la implantación del servicio militar obligatorio. Significativamente, la figura de Roca fue subestimada por los historiadores liberales y denigrada por el revisionismo histórico. Jorge Abelardo Ramos, el fundador de la izquierda nacional, fue el primer historiador argentino que hizo justicia a su obra.

Con Roca, la Argentina se inserta exitosamente en un nuevo escenario mundial signado por lo que podría definirse como la "primera globalización" del capitalismo, un ciclo histórico de sesenta años de duración, que comenzó con la segunda revolución industrial, alrededor de 1870, y terminó con la crisis financiera internacional de 1929. Dicho ciclo estuvo caracterizado por una fuerte apertura externa de todas las economías nacionales, una incesante expansión del comercio mundial y un importante flujo de capitales entre las naciones de la Europa desarrollada, lideradas por Gran Bretaña, los Estados Unidos y un reducido puñado de países emergentes, entre ellos Canadá, Australia, Nueva Zelanda y la Argentina. El gran acierto estratégico de Roca fue haber impulsado deliberadamente esa inserción internacional, extremadamente ventajosa para el país. En relación al nivel de vida de su población, la Argentina del primer centenario estaba entre los diez principales países del mundo.

En términos históricos, la obra de Roca constituyó un hito decisivo en la materialización del ideario de su ilustre comprovinciano Juan Bautista Alberdi, el pensador político argentino más importante del siglo XIX, padre de la Constitución de 1853. Alberdi fue un intelectual de sólida formación liberal pero, a diferencia de la mayoría de sus congéneres, cegados por el iluminismo racionalista, supo comprender cabalmente las exigencias políticas propias de cada época y, por sobre todas las cosas, las particularidades históricas intransferibles de la Argentina como Nación.

Cabría decir que Alberdi fue el arquitecto intelectual de lo que Chaves llama un "liberalismo criollo", enraizado en la cultura y en la historia de la Argentina. De su extraordinaria capacidad de comprensión de las realidades políticas y del momento histórico, surgió su visión sobre la necesidad de iniciar la organización nacional con la construcción de la "República posible", para avanzar luego, en etapas sucesivas, hacia la edificación de la "República verdadera ". Alberdi se hubiera sentido muy cómodo coincidiendo con Perón en aquello de que "la única verdad es la realidad".

Yrigoyen, un caudillo popular bonaerense, protagonizó la democratización de esa Argentina del primer centenario, forjada por Roca y la generación del 80. Su ascenso al gobierno significó el acceso al poder político de la nueva clase media, surgida del aluvión inmigratorio generado por décadas de prosperidad económica, que había sido educada y nacionalizada a través de la ley 1420 y el servicio militar. Estos hijos de inmigrantes dejaron de considerarse simplemente habitantes para asumir sus derechos como ciudadanos. En esta pespectiva, el yrigoyenismo constituyó un hito fundamental en el camino de la edificación de esa "República verdadera" soñada por Alberdi.

El radicalismo careció siempre de un pensamiento económico propio. Entre 1916 y 1930, poco y nada innovó en la materia. Su obra democratizadora en el terreno político se dio en el marco de la continuidad del modelo económico y de inserción internacional basados en la complementación con Gran Bretaña diseñado por Roca y la generación del 80. Su ocaso y caída coinciden precisamente con la crisis internacional del 29, que cerró aquel ciclo de la "primera globalización" del capitalismo, iniciado a partir de 1870.

A partir de entonces, el mundo transita una larga etapa histórica signada por la irrupción de una tendencia generalizada hacia la autarquía económica y hacia un mayor intervencionismo estatal. Fue una era "keynesiana". Las previsiones sobre el estallido de una nueva guerra mundial incentivaban en todas partes la búsqueda de la autosuficiencia económica. Así ocurría tanto en los Estados Unidos con el New Deal, en los países democráticos de Europa Occidental, en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini y, por supuesto, en la Unión Soviética de Stalin. En la década del 30, la Argentina tuvo que adecuarse como pudo a esas nuevas circunstancias internacionales.

En contraposición a lo que suele sostenerse, tanto desde la historiografía liberal como desde el revisionismo histórico nacionalista, el intervencionismo estatal en la economía argentina no empezó con el advenimiento del peronismo. Muy por el contrario, tuvo sus inicios durante el gobierno de Agustín P. Justo, en particular a través de la acción de Federico Pinedo, quien fuera uno de los más prestigiosos e ideológicamente mejor formados dirigentes del Partido Socialista, desde el Ministerio de Economía, con la creación de las famosas "juntas reguladoras" para la producción agropecuaria y con la fundación del Banco Central.

El frustrado "Plan de Reactivación Económica", elaborado por Pinedo en 1940, como Ministro de Economía del presidente conservador Ramón Castillo, contenía ya algunos de los lineamientos básicos retomados por el primer peronismo desde el Consejo Nacional de Posguerra: medidas de respaldo a la industria nacional, negociación con Gran Bretaña para la nacionalización de los ferrocarriles, puesta en marcha de un ambicioso programa público para la construcción de viviendas populares y búsqueda de sendos tratados de unión aduanera con Brasil y Chile.

La visión estratégica de Pinedo le permitió prever, con varios años de anticipación, que la Argentina tendría que adecuarse al resultado de la segunda guerra mundial, que implicaba la declinación del imperio británico y el ascenso irrefrenable de los Estados Unidos. Lo que básicamente hizo el peronismo a partir de 1945 fue colocar ese intervencionismo económico, gestado en la década del 30, al servicio de una extraordinaria transformación social.

Perón, sin ninguna duda la personalidad histórica más importante de la Argentina del siglo XX, lideró una verdadera revolución social, que implicó la incorporación definitiva de los trabajadores y de la mujer al sistema de decisiones políticas del país. La consagración de su liderazgo político, nacido en la jornada del 17 de octubre del 45, fueron las elecciones presidenciales de febrero de 1946. En esa instancia, con una fuerza política apenas incipiente, derrotó a la totalidad de las estructuras partidarias tradicionales, nucleadas en la Unión Democrática. Con la irrupción del peronismo, la Argentina completa ese tránsito alberdiano entre la " República posible " y la "República verdadera". Esa transformación colosal alcanzó consecuencias históricamente irreversibles. Tal fue su profundidad que bien podría afirmarse que la Argentina previa al 17 de octubre de 1945 se encuentra mucho más cerca del país de la Primera Junta de mayo que de nuestros días.

A diferencia de Roca y de Yrigoyen, Perón no sólo fue el autor de una transformación revolucionaria de dimensiones históricas. Tal cual surge del análisis de Chaves, había sido el más brillante intelectual del Ejército argentino en la década del 30. A partir de esa formación militar, elaboró un pensamiento político original, que trascendió e lejos su época. Perón fue su propio Alberdi. Y ese gran legado doctrinario le permitió construir el movimiento popular más importante de la historia de América Latina, que a diferencia de muchos otros logró sobrevivir exitosamente a la desaparición física de su fundador.

Fue tan extraordinaria la obra histórica de Perón que su magnitud relegó a un segundo plano la profundidad de su pensamiento político. Es altamente probable que si Perón no hubiera sido el líder político más relevante de la historia argentina, artífice de una revolución social de envergadura mundial y fundador de un movimiento popular trascendente, si sólo hubiera sido el autor de una decena de libros memorables, hoy sería recordado como el pensador político argentino más significativo del siglo XX.

Pero Perón jamás consideró a la doctrina justicialista como un algo inmutable, como una obra acabada y completa. Todo lo contrario : en un discurso pronunciado en la inauguración de un curso de adoctrinamiento, en abril de 1974, señalaba : " No pensamos que las doctrinas sean permanentes, porque lo único permanente es la evolución y las doctrinas no son sino una montura que creamos para cabalgar esa evolución, sin caernos ". Para Perón, y lo repitió una y mil veces, la actualización doctrinaria fue siempre una de las funciones básicas y permanentes de la conducción política.

En el pensamiento estratégico de Perón, que iluminó inalterablemente su acción durante sus treinta años de presencia determinante en la vida política argentina, existen tres categorías fundamentales : la evolución histórica, la conducción política y la justicia concebida como un valor referencial permanente. La convergencia de estas tres categorías fundamentales de pensamiento permite entender cabalmente el sentido de lo que sucede en el mundo de hoy.

Para Perón, la característica central de la evolución histórica es la tendencia del hombre a agruparse en unidades geográficas y sociales cada vez mayores. Una y mil veces explica aquello de que " desde que el hombre comenzó a tener sentido como habitante de la Tierra, todas las evoluciones se han hecho hacia integraciones mayores : la primera fue la familia , a continuación vino el clan, la unión de varias familias , después vino la tribu, reunión mayor ; más tarde la ciudad ; después vino el estado feudal ; luego vino la nacionalidad, las naciones ; ahora vienen los continentes integrados, el continentalismo ; y es muy probable que, siguiendo esa escala de evoluciones, lleguemos pronto al universalismo, es decir a la integración total de los habitantes de la Tierra ".

Ese concepto de evolución histórica está cargado de una fuerte dosis de determinismo. En abril de 1974, Perón señalaba : " El mundo viene evolucionando y los hombres creen que son ellos los que lo hacen evolucionar. Son unos angelitos. Ellos son el producto de la evolución pero no la causa. El mundo evoluciona por factores de determinismo y fatalismo histórico ".

Se trata de un determinismo de raíz tecnológica. En un mensaje pronunciado en 1973, afirmaba : " Indudablemente, la evolución de la humanidad se acelera cada vez más. El medioevo, en la época de la carreta, duró cinco siglos. La etapa del demoliberalismo, de las nacionalidades, va durando dos siglos, pero ya es la época del automóvil. El continentalismo quién sabe si durará 25 o 30 años, en la época del jet, en la que se anda a mil kilómetros por hora y en que se va a llegar a superar la velocidad del sonido. Porque la evolución marcha con la velocidad de los medios que la impulsan". Esta visión le permite vaticinar, ya en 1973, con una clarividencia asombrosa, que " antes del año 2000 se va a tener que producir - indefectiblemente - la integración universal ".

Sin forzar ni alterar siquiera mínimamente esa línea de pensamiento sobre que la evolución histórica avanza con la velocidad de los medios técnicos que la impulsan, puede señalarse que hoy, en los inicios del siglo XXI, la revolución tecnológica de las comunicaciones, evidenciada en el vertiginoso despliegue del fenómeno de Internet, con la irrupción de la noción de "tiempo real", así como la consiguiente compresión del espacio geográfico, son las que marcan la aparición de esta nueva sociedad mundial que la formidable intuición estratégica de Perón anticipara hace treinta años cuando se refería al universalismo.

En contraposición con esta noción de la evolución histórica como resultado de un determinismo tecnológico, fuertemente fatalista y en lo esencial ajena a la voluntad del hombre, la idea de Perón acerca de la conducción política constituye, en cambio, una plena reivindicación de la esfera de la libertad humana. Por eso, la conducción política es un arte y su ejercicio es, ante todo, un acto de creación. En ese contexto, la misión de la conducción política consiste en "crear sistemas que nos permitan vivir en las distintas etapas de la evolución ". En otras palabras, "fabricar la montura propia para cabalgar la evolución ".

Continúa
Jorge Castro , 06/11/2002

 

 

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