Lavagna y el calendario

 

El ministro de Economía viajó a Washington y volvió, una vez más, sin un acuerdo con el Fondo. Lavagna se asombró de que sus interlocutores lo interrogaran sobre la situación política: ¿suspenderán las primarias peronistas?, ¿cumplirá Duhalde el cronograma electoral al que se comprometió? Si bien se mira, no hay motivo para sorprenderse.
Mientras el jefe de gabinete, Alfredo Atanasof, reiteraba la última semana el pronóstico de un inminente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, el ministro de Economía, Roberto Lavagna, partía rumbo a Washington con vaticinios menos optimistas: -No viajo a firmar nada-, aclaraba, procurando encoger las expectativas infundadas de su colega.

Tuvo razón Lavagna: su viaje circular fue más rápido que fructífero. En la sede del FMI y en sus charlas con funcionarios de la administración Bush no sólo debió esgrimir cifras y argumentos económicos, sino que tuvo que responder a insistentes preguntas sobre la situación política argentina: ¿cuándo se vota?, ¿es cierto que Duhade pretende permanecer en el gobierno hasta diciembre?, ¿piensan eliminar las elecciones primarias (internas) del peronismo?

-Les expliqué que el cronograma electoral no se modificó-, narraría más tarde el ministro a los corresponsales argentinos en Washington, poco antes de inquirir, asombrado: -¿Cuándo se ha visto que el Fondo se preocupe por la situación interna de un partido?-.

En rigor, no había por qué sorprenderse. No debería ser un secreto para nadie que el respirador artificial que busca Lavagna en el FMI (un acuerdo mínimo que evite el default con los organismos internacionales a partir del 14 de noviembre) requiere, entre otros condicionamientos, que el gobierno de Eduardo Duhalde cumpla con su compromiso de entregar el poder el 25 de mayo de 2003 a un presidente electo. Los organismos de crédito, los acreedores de Argentina, los inversores y las democracias desarrolladas ansían que más temprano que tarde se siente en la Casa Rosada un presidente votado, representativo y fuerte, un interlocutor válido con el que negociar. Y lo cierto es que el gobierno ha exhibido en las últimas semanas un marcado divorcio entre palabras, gestos y actos en todo lo que se relaciona con el proceso electoral.

El lunes 28 de octubre trascendió, por caso, una reunión del Presidente con algunas de sus primeras espadas (el senador gastronómico Luis Barrionuevo, el intendente metalúrgico Hugo Curto, el secretario general de la Presidencia, entre otros) en la que Barrionuevo, ante el silencio aprobatorio del Duhalde, predicaba: -Nuestra estrategia no reside en prepararnos para salir, sino en prepararnos para quedarnos-. Ese mismo día, Duhalde firmaba como presidente del Congreso Nacional del PJ más de 900 telegramas destinados a citar a una convención partidaria en el predio de Parque Norte, en la Capital Federal. Aunque desconocida por la Justicia, esa reunión se produjo y resolvió modificar la fecha de la interna peronista oportunamente decretada por el propio Duhalde (15 de diciembre) por otra posterior, también imaginada por el Presidente: 19 de enero. Para reforzar esa decisión, el propio Duhalde (que el jueves 31 le negó a la jueza María Servini de Cubría ser autoridad del Congreso del PJ) firmó el viernes 1 de noviembre otros 900 telegramas, convocando a una nueva convención para el martes 5. El primer magistrado dedica sus mayores esfuerzos a postergar la elección primaria de su partido; no es raro, pues, que los funcionarios del FMI se pregunten por qué lo hace.

Hay, además, otros signos inquietantes. Quince días atrás, Duhalde llevó personalmente al Palacio del Congreso un proyecto de Ley por el cuál se propone la aprobación de su renuncia anticipada a la Presidencia (el 25 de mayo de 2003) y la ratificación del cronograma electoral. Me gustaría ver aprobado este proyecto en una semana, se ufanó el presidente transitorio ante las cámaras de televisión. Sin embargo, ese deseo ha sido desobedecido por sus propios seguidores en la Cámara de Diputados: los legisladores duhaldistas no sólo no apuraron esa ratificación, sino que han demorado el tratamiento del proyecto, que tampoco estará en el orden del día de la Cámara la semana que se inicia. Ante esa voluntad remisa, no es extraño que en el exterior (no hablemos ya de las sospechas interiores) se pregunten si el cronograma va a ser cumplido o si lo que está en marcha es el plan quedantista esbozado por el senador Barrionuevo.

Si bien se mira, la principal dificultad política que enfrenta Duhalde es la ausencia de una fórmula viable a la cual respaldar en la interna peronista para enfrentar al ascendente binomio Carlos Saúl Menem-Juan Carlos Romero. Las maniobras destinadas a postergar (y eventualmente elminar) las primarias del PJ, más allá de los sueños de permanencia, se fundan antes que nada en esa notoria escasez de candidatos competitivos del lado del duhaldismo. No sólo los que aparecen como preferidos de la Casa Rosada (Néstor Kirchner y José Manuel De la Sota) lucen en las encuestas muy por debajo de Carlos Menem y del puntano Adolfo Rodríguez Saa, sino que tampoco está dispuestos a convertirse en un binomio: ninguno de ambos quiere ser segundo del otro. Demorar las internas por un mes no parece, entonces, ninguna solución de fondo para el dilema de Duhalde. Si no es el 15 de diciembre, 34 días después chocará contra a misma pared: no podrá provocar la derrota de Menem en la interna si no tiene un candidato viable para enfrentarlo. He aquí otra razón por la cual son muchos los que opinan que, finalmente, Duhalde provocará (a través de su hegemonía en el aparato partidario, por vía judicial o a través de cualquier otro expediente) la eliminación total de las elecciones internas del PJ.

El contexto político, como ha verificado Lavagna en Washington, incide fuertemente sobre la posibilidad de cerrar los acuerdos con el Fondo. También influye, obviamente, la capacidad de exhibir un programa coherente y sustentable para afrontar los últimos meses de la transición: qué hacer, por caso, en relación con los acreedores externos sacudidos por el default, qué respuesta dar al atraso de las tarifas públicas determinado por la devaluación-pesificación, con qué armas impulsar un superávit fiscal primario más alto que el ya previsto.

Las próximas gestiones del ministro de Economía estarán acotadas por esa agenda. Pero el tema fundamental será el calendario.

Jorge Raventos , 05/11/2002

 

 

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