El camino del resurgimiento historico argentino

 

Texto de la exposicion realizada por Pascual Albanese en la reunión del centro de reflexión política Segundo Centenario, llevada a cabo el día 1° de Octubre de 2002, en el Hotel Rochester, Esmeralda 546.
No importa demasiado que Hans Tietmeyer, ex presidente del Banco Central alemán y titular de la Comisión de Notables enviada hace pocas semanas a la Argentina para asesorar sobre la política monetaria, ignore las realidades particulares de nuestro país, la naturaleza del país, las características de la Argentina. Lo que sí resulta verdaderamente grave es que a veces parezcan ignorarlas las propias autoridades argentinas.

Decimos esto porque la más elemental función de un liderazgo político, en cualquier país y en cualquier época histórica, es suscitar la confianza colectiva en el porvenir. La patética precariedad de la respuesta oficial ante las resonantes declaraciones de Tietmeyer acerca de que la Argentina habría caído para siempre en la "insignificancia", constituye una elocuente comprobación de la abdicación del poder en que ha quedado sumido el actual gobierno de transición en la Argentina.

No hace falta extremar demasiado la imaginación, ni incurrir en ningún delirio chauvinista, para reparar en algunos datos elementales, vinculados con las fortalezas estructurales de la Argentina, que en su conjunto constituyen la palanca para su recuperación económica.

En primer lugar, la Argentina es actualmente el quinto exportador mundial de alimentos, un rubro estratégico de creciente y sostenida demanda en el mercado internacional. Más aún: su potencialidad productiva en materia de producción agroalimentaria es, junto con la del Brasil, la más alta del mundo.

El segundo lugar, el país no sólo cuenta con autoabastecimiento energético, algo que no es tan común en el mundo, sino que es también el principal abastecedor de energía (petróleo y gas, electricidad) del MerCoSur. La economía chilena, por ejemplo, funciona cada vez más a partir del suministro energético proveniente de fuentes argentinas.

En tercer lugar, la abundancia de recursos naturales se traduce asimismo, entre otras cosas, en un extensísimo litoral marítimo que abre inmensas posibilidades en materia pesquera, en riquezas minerales con una potencialidad productiva similar a la de Chile y en un espacio inmenso para el desarrollo de la actividad turística, que es uno de los rubros de mayor dinamismo en la economía mundial.

En cuarto lugar, la infraestructura de la Argentina en materia de comunicaciones, que constituye el sector estratégicamente decisivo en el sistema productivo propio de la nueva economía del conocimiento y de la información, se encuentra entre las más avanzadas tecnológicamente del mundo, como resultado de las gigantescas inversiones realizadas en la década del 90.

En quinto lugar, en materia de capital humano, y a pesar del apreciable deterioro experimentado en los últimos tiempos, la población argentina tiene todavía el mejor nivel educativo de América Latina, que se exhibe en su producción cultural y en la aún relativamente alta calificación profesional de su fuerza de trabajo.

En sexto lugar, el grado de organización comunitaria de la Argentina, lo que hoy se ha dado en llamar capital social, expresado a través de la notoria pujanza de su sociedad civil, que se evidencia en la existencia de decenas de miles de organizaciones no gubernamentales, revelan una riqueza y un capital social que tiene muy pocos equivalentes en todo el mundo.

La pregunta , entonces , es la siguiente: ¿Puede considerarse "insignificante para siempre" a un país que es uno de los pocos en el mundo que, a la vez, es un importante exportador de alimentos a nivel mundial y de energía a nivel regional, que cuenta con semejantes características productivas y que tiene ese grado de desarrollo en materia de capital humano y de capital social? La respuesta salta a la vista.

En la coyuntura actual , en relación a esta crisis tremenda que está padeciendo el país, tenemos encima , hay otro punto de arranque muy concreto. Hace más de dos meses, en la tapa del diario Clarín, se difundía un informe del Ministerio de Economía que revelaba que en la Argentina , en los colchones y en las cajas de seguridad, no dentro del sistema financiero, ni tampoco depositados en el exterior sino adentro del país, hay aproximadamente U$S 28.000 millones. Una cifra extraordinaria, medida en relación a lo que es hoy el producto bruto interno argentino, y que revela exactamente cuál es la inmensa capacidad ociosa que está detrás de semejante acumulación hoy desperdiciada por la falta de confianza.

Capacidad ociosa importante en el sistema productivo, que probablemente pueda reactivarse rápidamente sin mayores inversiones adicionales en un primer momento, demanda deprimida de toda la población por este período que estamos padeciendo, sobre todo desde diciembre del año pasado, y proyectos de inversión paralizados desde hace aproximadamente dos años configuran una plataforma de relanzamiento económico que la Argentina tiene de aprovechar.

Una cosa sí está absolutamente clara: la "insignificancia" a la que aludió Tietmeyer es una caracterización directamente referida a los dos años de total parálisis gubernamental que padeció el país durante el período de Fernando De la Rúa, a las tremendas consecuencias del "default" proclamado durante el efímero mandato de Adolfo Rodríguez Sáa y a la devaluación monetaria, la pesificación asimétrica y demás erráticas alternativas implementadas por el actual gobierno de transición para enfrentar e intentar superar la crisis.

Hace muchos años, cuando empezaba la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de los Estados Unidos a Bill Clinton, que competía con George Bush padre, Clinton había puesto en su despacho, como una manera de mantener la atención centrada en un solo punto de la contienda, un cartelito que decía: "Es la economía, estúpido!!". En la situación de la Argentina de hoy, es probable que tengamos que colocar un cartelito que diga: "Es la política , estúpido!". Porque la primera condición para salir de esta situación de emergencia es precisamente la legimitación de un liderazgo político sólido, que sea capaz de recrear, adentro y afuera del país, esa confianza perdida en las enormes posibilidades de la Argentina, que no surgen de ninguna retórica nacionalista inflamada, sino de un frío y desapasionado análisis de los números y de los hechos.

Es altamente probable que el juicio histórico califique al gobierno de Fernando De la Rúa como a uno de los peores gobiernos constitucionales de toda la historia argentina. Pero ese juicio histórico sería sin duda incompleto y parcial si se circunscribiera únicamente a la personalidad política del ex-presidente, sin extenderse al análisis de las muy particulares e insalvables características de la coalición de fuerzas que lo catapultó a la primera magistratura en diciembre de 1999.

Desde mucho antes de las elecciones presidenciales de octubre de 1999, era sabido que De la Rúa era el candidato de la Alianza pero de ninguna manera su jefe político. El acuerdo entre la UCR y el FREPASO llevó desde un principio el sello indeleble de Raúl Alfonsín y de Carlos "Chacho" Álvarez, hoy alineado con Elisa Carrió. La crisis de gobernabilidad que padece actualmente la Argentina empezó precisamente en octubre del 2000, con la renuncia de Álvarez a la vicepresidencia, que puso en blanco sobre negro la desintegración política de la Alianza. Desde entonces, el respaldo a la gestión de De la Rúa quedó circunscripto y por ahí nomás, al radicalismo, cuyo liderazgo político continuó en manos de Alfonsín. La posterior designación de Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía, avalada en su momento por el peronismo, no logró recomponer las bases de sustentación política de un gobierno agonizante.

El resultado de esta congénita debilidad política fue que, por segunda vez desde el restablecimiento de la democracia en 1983, un presidente constitucional, elegido con más del 50% de los votos, se vio obligado a abandonar el gobierno, dos años antes de la expiración de su mandato legal, ante su absoluta incapacidad para controlar el curso de los acontecimientos. La razón no es que De la Rúa no haya sido capaz de resistir las embestidas de una "oposición salvaje", que nunca tuvo enfrente. La explicación es que De la Rúa nunca logró asumir el liderazgo de su propio partido ni, menos aun, de la Alianza. En términos políticos, no cayó por la acción de los otros, sino por la de los propios.

Eso hizo que se suscitara un fenómeno que seguramente aparecerá en los libros Guiness en los próximos años : que en las elecciones presidenciales de 1999, compitieran tres candidatos, De la Rúa, Eduardo Duhalde y Domingo Cavallo, y que en menos de cuatro años , dos de esos candidatos, los dos primeros en la contienda electoral, hayan ocupado la presidencia de la Nación y no hayan podido completar, ni siquiera los dos juntos, ese mandato, mientras que el tercero en esa elección haya sido el "hombre fuerte" de la primera etapa de ese mismo mandato interrumpido.

Esta lección adquiere hoy más vigencia que nunca. La reconstrucción del poder político en la Argentina es la condición indispensable para enfrentar y resolver la crisis, requiere no sólo la asunción de un gobierno legítimo, surgido de la voluntad popular, sino también, y fundamentalmente, la existencia de una fuerza política cohesionada detrás de un sólido liderazgo nacional.

En las actuales circunstancias, ante el vacío político generado por la disolución de la Alianza, constituye casi una obviedad aclarar que sólo el peronismo está en condiciones de hacerlo. De allí que la "interna" partidaria del justicialismo no sea simplemente el mecanismo democrático para la nominación de su candidatura presidencial. Es, ante todo y sobre todo, el camino necesario para la definición de un proyecto y de un liderazgo político que puedan dotar al futuro gobierno de una base de sustentación más sólida que la que tuvieron primero Fernando De la Rúa y luego Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde, durante sus breves y también interrumpidos mandatos constitucionales. En definitiva, la interna del justicialismo es un paso político decisivo para el camino del restablecimiento de la gobernabilidad en la Argentina.

Por eso pensamos que esa alquimia electoral que representa la aplicación de la "ley de lemas", en cualquiera de sus variantes, no constituye entonces una coartada ingeniosa inventada para sacarse un problema de encima, sino una vía muerta que lleva al surgimiento de otro gobierno débil. Su objetivo es impedir justamente la materialización del hecho político que más hace falta en la Argentina: la legitimación democrática de un gobierno con aptitud para gobernar.

Es cierto que la aceleración de la crisis no se compadece con los tiempos del calendario electoral. La consecuencia inmediata de esta situación es la prolongación del aislamiento externo de la Argentina, el fin de la llamada "meseta" y la proximidad de un nuevo punto de inflexión descendente en la situación económica y social.

En este contexto, es más que evidente que la actual administración no está en condiciones de garantizar la culminación exitosa de la transición institucional. La ilusoria alternativa de seguir el supuesto camino "independiente" del FMI adoptado por Malasia en 1997, barajada semanas atrás por ciertos sectores del gobierno, se parece más a un chiste de mal gusto que a una opción concreta de política económica. Resulta probable, antes aún de las próximas elecciones, que sea necesario impulsar una recomposición del poder político, basado en un consenso del justicialismo, que bien puede tener como base ese programa de 14 puntos que acordó el conjunto de gobernadores peronistas en abril de este año y que en realidad supone , una explicita reivindicación de las transformaciones estructurales realizadas en Argentina en la década del noventa , concebidas como una nueva etapa de crecimiento para el país.

En este contexto, es que entramos en semanas decisivas para la política argentina de los próximos años, podemos decir que está en juego , acá sí, la creación de esas condiciones políticas que permitan desplegar esas fortalezas estructurales que necesitan liderazgo y poder político para ponerse en marcha.

No es la primera vez que esto ocurre en la Argentina. En el año 1996, la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los países más desarrollados de este planeta , elaboró un informe que tenía un título revelador: "Argentina en la década: Crónica de un crecimiento anunciado". Lo que decía aquel informe es que lo que debería ser un tema de análisis no era el espectacular crecimiento que la Argentina había tenido a partir de 1990. Lo que verdaderamente llamaba la atención era lo que había sucedido antes de 1990, para que esas fortalezas estructurales de Argentina no pudieran plasmarse en un proceso económico de largo plazo. Lo que está en juego políticamente hoy en la Argentina de las próximas semanas y de los próximos meses es si habrá o no en los próximos años un nuevo libro de la OCDE sobre el éxito de la Argentina.

Pascual Albanese , 28/10/2002

 

 

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