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Lo que sucede en Moscú repercute en Bagdad. |
La audaz acción de la guerrilla chechena en el centro de la capital rusa puede modificar las prioridades de la política exterior de Rusia y la posición del gobierno de Vladimir Putin en relación a la inminente intervención militar norteamericana en Irak. |
El multitudinario secuestro colectivo protagonizado en Moscú por los guerrilleros secesionistas chechenos acaba de introducir un nuevo elemento en el escenario estratégico de la lucha global contra el terrorismo transnacional encarada por la comunidad internacional con el liderazgo de Estados Unidos, que cuenta para ello con el firme respaldo de Gran Bretaña y el acompañamiento, más o menos reticente según los casos, de los demás socios europeos de la OTAN.
Asi como los atentados terroristas de Manhattan y Washington convirtieron a la lucha global antiterrorista en una cuestión de seguridad nacional de los Estados Unidos y la elevaron a la categoría de máxima prioridad de la política exterior norteamericana, es muy probable que este espectacular secuestro en el centro de Moscú modifique también sustancialmente el orden de prioridades de la política exterior rusa.
La novedad es que la acción de los guerrilleros chechenos coloca en manos de Vladimir Putin un poderoso argumento político para volcar a la opinión pública de su país, y sobre todo a los militares rusos, en favor de su posición de participar activamente en la coalición internacional antiterrorista. Putin es un dirigente formado en la escuela de la antigua KGB soviética. Dimensiona acabadamente la importancia que adquiere la activa presencia de cuadros pertenecientes a la red de Al Quaeda, en particular de una brigada voluntarios ex-combatientes anti-soviéticos de la guerra de Afganistán, en la lucha emprendida por los musulmanes independentistas chechenos.
El categórico apoyo a las autoridades rusas que manifestó inmediatamente del hecho el presidente norteamericano Geoge W. Bush tiene una lectura inequívoca: Washington está dispuesto a no interponer trabas ni objeciones a una nueva acción militar rusa en Chechenia, siempre y cuando Rusia actúe en reciprocidad en relación a la inminente intervención de Estados Unidos en Irak.
No está demás recordar que Rusia ya exhibió anteriormente una actitud más que comprensiva de la reciente intervención norteamericana en Afganistan, un país fronterizo con su propio territorio. Bush y Putin acordaron entonces una muy estrecha cooperación entre la CIA y la KGB en materia de inteligencia en la lucha contra las organizaciones terroristas.
En el caso específico de Irak, esa colaboración entre ambos sistemas de inteligencia tiene una importancia muy especial. El régimen de Saddam Hussein mantuvo siempre estrechos vínculos con la antigua Unión Soviética. Y donde hubo fuego, cenizas quedan. Es muy posible que Rusia esté todavía en condiciones de proveer a Estados Unidos de lo que los norteamericanos más necesitan en estas circunstancias: un caudal de información de carácter vital, capaz de acotar y acortar la contienda que se avecina casi inevitablemente en el Golfo Pérsico.
Más aún: desde el punto de vista estadounidense, en la cruzada internacional antiterrorista liderada por la Casa Blanca, el aporte de Rusia resulta estratégicamente más significativo que el concurso de los aliados de la OTAN. Cabe prever que Putin, arquitecto político del renacimiento ruso, habrá de aprovechar esta oportunidad que tiene de utilizar el inapreciable auxilio de Estados Unidos para reinsertar nuevamente a su país en un lugar relevante de un escenario internacional del que virtualmente desapareciera en 1991, con la disolución de la Unión Soviética.
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Pascual Albanese , 29/10/2002 |
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