El proceso político argentino tiene la forma de un embudo. A medida que el líquido se va acercando al pico, las alternativas se van reduciendo y los diferentes actores, sometidos a la implacable lógica de los acontecimientos, se ven compelidos al duro y difícil ejercicio de la opción. |
Las intenciones de los protagonistas empiezan a ceder terreno ante el rostro, a veces molesto pero siempre implacable, de la realidad. Y quienes se resisten a aceptarla corren el serio riesgo de quedar condenados a la irrelevancia, que es la modalidad política del infierno.
Esto y no otra cosa es precisamente lo que sucede en la Argentina de hoy a partir del mismo punto y momento en que el Consejo Nacional del Partido Justicialista y el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical coincidieron en convocar a elecciones internas abiertas para el próximo 15 de diciembre para elegir a sus respectivas fórmulas presidenciales.
Desde entonces, los tiempos se aceleran. El gobierno de transición, fracasado en sus sucesivos intentos por fabricar un candidato propio, parece encerrado entre sus empecinados esfuerzos por "patear el tablero" de la convocatoria electoral y el riesgo cierto de desatar una crisis de gobernabilidad de dimensiones verdaderamente imprevisibles.
Los precandidatos presidenciales del justicialismo también ven llegar inexorablemente la hora de la verdad. Juan Carlos Romero, autor intelectual del documento de catorce puntos suscripto meses atrás por la mayoría de los gobernadores peronistas, retira su postulación para integrar la fórmula encabezada por Carlos Menem, único binomio oficializado hasta ahora para la contienda que se avecina. José Manuel De la Sota tomó una decisión trascendente: apostar a la unidad del peronismo y asumir el compromiso de respaldar al candidato que resulte ganador en la "interna" partidaria.
La posición de Romero y la actitud asumida por De la Sota, unidas a la asunción de la conducción partidaria por Rubén Marín, en una reunión que contó con la significativa presencia, entre otros, de Felipe Solá y de los principales dirigentes del peronismo santafecino, quienes llevaron la representación de Carlos Reutemann, generan dentro de la estructura institucional del peronismo una "masa crítica" suficiente para neutralizar las embestidas del oficialismo.
En cambio, Adolfo Rodríguez Sáa y Néstor Kitchner tienen todavía que definir, en un plazo extremadamente breve, una determinación estratégica que habrá de signar sus respectivos destinos: participar en las elecciones presidenciales por adentro o por afuera del Partido Justicialista. Es naturalmente una encrucijada políticamente difícil. En términos estrictamente electorales, la adopción de cualquiera de ambas opciones implicará más pérdidas que adhesiones.
En una perspectiva más amplia, la opción de competir dentro del peronismo supone, más allá de los resultados, la seguridad de construir un espacio de poder con vistas al futuro. La alternativa de ir por afuera del Partido Justicialista es el equivalente de lo que, en términos del argot porteño, constituye apostar a "la gloria o Devoto". Impone la disyuntiva entre la obligación de tener éxito en una aventura incierta y el serio peligro de verse impelidos a emprender el camino descendente de un regreso sin gloria, como ocurrió con José Octavio Bordón, o de quedar confinado al ostracismo político, como sucedió con Carlos "Chacho" Alvarez, los dos integrantes de aquel binomio presidencial del FREPASO que en mayo de 1995 ensayó ir por afuera del justicialismo con el malogrado propósito de impedir la reelección de Menem.
Nunca como en estos días estará tan en juego la inteligencia política dentro del peronismo. Como ocurre en un partido semifinal, el hecho de acertar en la decisión no garantiza la victoria final, pero equivocarse implica la posibilidad de quedar eliminado para siempre. |
Pascual Albanese , 17/10/2002 |
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