Aunque diste de haber resultado una sorpresa, el triunfo de Lula representa un hecho mayor en la historia del Brasil. Un ex obrero metalúrgico está en vísperas de ganar la presidencia en un país de dimensiones colosales que constituye una las diez mayores potencias industriales del mundo. |
Esta novedad histórica significa la quiebra de un sistema político tradicionalmente fundado en la distribución del poder mediante sucesivos acuerdos entre las elites políticas y económicas regionales, instrumentados a través de distintas alianzas electorales y arduos consensos parlamentarios.
Sin embargo, esa ruptura con la tradición institucional brasileña, que en términos políticos es sin duda un hecho de naturaleza revolucionaria, no implica de ninguna manera un giro de carácter ideológico. Hay que descartar por completo la posibilidad de que un gobierno de Lula suponga la irrupción de una opción izquierdista. Hace rato que el PT y su líder abandonaron ciertas veleidades que acompañaron su nacimiento político.
Esa trabajosa adaptación a los nuevos tiempos protagonizada por Lula en los últimos años le valió esta vez el activo respaldo de un sector importante de la burguesía paulista y es precisamente la causa decisiva de su amplia victoria electoral, luego de haber sufrido tres derrotas consecutivas en las anteriores elecciones presidenciales a manos de la hoy disgregada coalición oficialista.
En lo sustancial, cabe entonces prever que el futuro gobierno no introducirá modificaciones de fondo en la línea económica seguida durante la década de Fernando Henrique Cardoso ni en la política exterior brasileña, orientada por el clásico realismo que caracteriza a la diplomacia de Itamarati. En las actuales circunstancias, Lula expresa básicamente la continuidad del proyecto industrial brasileño, iniciado en la década del 30 por Getulio Vargas y mantenido con admirable coherencia por los sucesivos gobiernos civiles y militares desde entonces hasta hoy.
Ese proyecto industrialista, cuyo núcleo de poder reside actualmente en el poderoso empresariado de San Pablo, está fuertemente orientado hacia el mercado interno, tiene un marcado tinte proteccionista y tiende a subsidiar a determinados sectores económicos a través del mecanismo de los créditos diferenciales.
El problema, para Lula como para cualquier otro presidente brasileño, es que ese modelo exhibe visibles síntomas de agotamiento. En los últimos quince años, el producto bruto per cápita está virtualmente estancado. El fenómeno se agudizó en los últimos cinco años. A pesar de la constante devaluación del real, que empezó en enero de 1999, las exportaciones industriales brasileñas no han aumentado significativamente. Este año el producto bruto interno crecerá sólo un 0,6 %, un índice que está muy por debajo del promedio mundial y que implica un retroceso en el ingreso per cápita de la población.
Esa debilidad estructural está detrás del sideral incremento de la deuda pública, que alcanza ya al 65 % del producto bruto interno, y de la escalada experimentada por la tasa riesgo país, que ya supera los 2.000 puntos, con el consiguiente encarecimiento del crédito interno. De allí que los mercados financieros internacionales hayan frenado el flujo de financiamiento externo. Esta situación, más que la incertidumbre política, es la que hizo que el fantasma de la cesación de pagos o de una reestructuración forzosa de la deuda externa asomara durante los últimos meses en el horizonte.
En este contexto, más allá del ascenso de Lula, lo que está en juego es la adecuación estratégica de Brasil a las brutales exigencias de competitividad internacional que plantea la lógica estructural de la globalización económica. La cuestión de fondo es cómo hacer para que Brasil vuelva a crecer en forma sostenida y sustentable. Y la respuesta a ese interrogante es un tema vital para la Argentina y para el futuro del MERCOSUR. Porque Brasil no es para nosotros sólo un pueblo hermano, un país amigo y un aliado estratégico de primerísima importancia. Es también nuestro principal socio comercial. La recuperación económica brasileña es una condición fundamental para el indispensable incremento de las exportaciones argentinas.
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Jorge Castro , 07/10/2002 |
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