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Los desafíos de la gobernabilidad china. |
Porqué el Partido Comunista Chino se interesa en la experiencia del peronismo cuando reflexiona sobre los grandes cambios que se producirán en el país más poblado del planeta. |
Texto completo de la exposición de Jorge Castro en la Secretaría de Relaciones Internacionales del Partido Justicialista, el 10 de septiembre de 2002.
El costo laboral de la República Popular China, en condiciones similares de calificación y educación, es el 3 % del costo laboral de una fuerza de trabajo semejante en Japón y el 6 % del costo laboral de Taiwan y Corea del Sur. El resultado de este desnivel en la estructura de los costos de la producción de China y la de otros países del Asia-Pacífico es que prácticamente la totalidad de las empresas industriales de estos países, encabezadas por las de Japón, se han volcado a producir en China en los dos últimos años.
A fines del año 2002, el principal país exportador a Japón, ocupando el lugar que tuvo los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, será China. La razón fundamental de este fenómeno histórico es que todas las grandes y medianas empresas japonesas han comenzado a producir en territorio chino y reexportan parte de su producción al archipiélago, enviando el resto a los mercados mundiales.
Al concluir el 2002 se cumplirá el primer año del ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC). La novedad es que, por primera vez en los últimos veinte años, desde que con el liderazgo de Deng Xiaoping, el Partido Comunista Chino (PCC) abrió el país al sistema capitalista globalizado, la principal fuente de inversión en la República Popular China no fue la diáspora china, sino los países occidentales, incluyendo Japón.
China posee un mercado de 1.300 millones de habitantes que tiene un nivel de ingreso real per cápita promedio de 800 dólares - 2.800 en las provincias de la costa marítima situadas entre Hong Kong y Shanghai, y 400 dólares anuales en las diez provincias ubicadas en el este y norte del país. No obstante la magnitud del mercado interno y su extraordinario potencial de crecimiento, la fuerza de China, luego del ingreso a la OMC, reside en el hecho de que su estructura de costos es incomparable con la de cualquier otro país industrial del mundo. Como consecuencia de esto se prevé en los próximos años una aceleración fenomenal de lo que ya está ocurriendo: China tiende a atraer la masa de la IED de tipo industrial en toda la escala de la producción donde exista una ventaja comparativa en la fuerza de trabajo abundante, barata y crecientemente educada.
La tendencia no se limita al Asia-Pacífico aunque allí se expone con especial fuerza hoy. En el primer año del ingreso a la OMC, la República Popular China atrae más del doble de IED que recibe el resto del Asia-Pacifico, excepto Japón. Lo que está ocurriendo es que, crecientemente, la inversión industrial extranjera directa que se dirige a China no sólo proviene del Asia-Pacifico sino de todas partes del mundo. Por ejemplo, un 20 % aproximadamente de la maquila mexicana se ha retirado de ese país y se ha dirigido a China. Esto se debe a que, luego del ingreso de México al NAFTA, se ha producido un aumento significativo de los niveles salariales mexicanos, sobre todo en los Estados del Norte. Es el resultado directo de la mayor productividad que surge de su integración con los Estados Unidos. Esta situación ha llevado a un aumento de los costos salariales, que en la actualidad no tienen posibilidades de competir con los de China.
En este punto aparece un fenómeno de nuevo tipo y es que, dada la característica prácticamente inagotable de la fuerza de trabajo china, los niveles salariales en ese país se mantienen bajos de manera persistente, a pesar del extraordinario crecimiento económico de los últimos 20 años. Y aún más: los bajos niveles salariales están acompañados por un aumento sistemático en los niveles de consumo. Esto se debe, por un lado, al aumento incesante de la productividad por la ola de IED y el desarrollo de la infraestructura. Por otro, se relaciona con un fenómeno de deflación positiva, de caída de la estructura de precios debido principalmente al crecimiento económico, al aumento sistemático de la oferta y la notable mejora de la productividad. El resultado es que China ofrece una situación de baja persistente en los salarios, pero al mismo tiempo acompañada de altos y crecientes niveles de consumo.
En los últimos tres años, la economía china, después de haber crecido a una tasa anual promedio del 10 % anual acumulativo, ha visto disminuir de manera significativa pero persistente su nivel de crecimiento hasta acercarlo, en el transcurso de la crisis del sudeste asiático (que comenzó en julio-agosto de 1997), a un nivel del 7 % anual. Esto representa una disminución de casi 3 puntos respecto al fenomenal crecimiento que tuvo el país en las últimas dos décadas.
China enfrenta ahora el desafío de un nuevo ciclo de reformas, vinculada a su incorporación a la OMC y a la aceptación de las reglas de juego y funcionamiento del sistema institucional del capitalismo globalizado. El crecimiento que tuvo en los primeros 20 años posteriores al vuelco al capitalismo liderado por Deng Xiaoping, como continuador de la revolución de Mao, consistió básicamente en la decisión del Partido Comunista de levantar las restricciones a la acumulación privada establecidas por el Estado. Esto sucedió especialmente en el caso del campesinado y, luego, en las empresas estatales. Estas políticas permitieron la expansión en gran escala de un nuevo tipo de empresa industrial de carácter rural basada en un sistema de organización económica colectiva y una explosión de la producción agraria.
Los nuevos desafíos para China
En la actualidad, se inicia una etapa mucho más exigente debido a que el crecimiento chino no está vinculado ahora a la decisión política de levantar las restricciones al proceso de acumulación, sino que depende en gran parte de la mejora de la situación institucional del capitalismo de mercado. En este nuevo período, el desafío es crear las condiciones de una economía de mercado internacionalmente competitiva, para permitir el aumento de la productividad de todos los factores de producción, de la misma manera que en los países capitalistas avanzados.
Esta modificación de la naturaleza del crecimiento chino coincide no sólo con la incorporación a la OMC, sino que es el motivo fundamental de discusión y elaboración del XVI Congreso del Partido Comunista que va a reunirse en el mes de noviembre de 2002. Este congreso tiene dos características distintivas: es el primero que se realiza luego del ingreso de China a la OMC y el que inaugura el siglo XXI. Su objetivo principal es definir, con una perspectiva de 5 a 10 años, las líneas estratégicas fundamentales de la política china.
El Congreso definirá no sólo la estrategia de crecimiento para la economía china, sino fundamentalmente su vinculación con el sistema de poder internacional. El debate fundamental girará en torno a las extraordinarias transformaciones institucionales que quedan por realizar, no sólo en el campo sino también en las ciudades. En tal sentido, el gran desafío es la reforma de las empresas estatales y la creciente disparidad en los niveles de ingreso, no sólo en términos sociales sino también regionales. En esta discusión está en juego la estrategia de inserción china en el proceso de globalización del capitalismo y la irreversible descentralización política de un país donde la estructura de poder es hondamente centralizada a través del aparato político nacional del Partido Comunista Chino.
En los próximos 10 a 15 años China deberá producir una transformación que, en términos históricos, es todavía más exigente y ardua que la que tuvo lugar en los últimos 20 años cuando, con el liderazgo de Deng Xiaoping, se volcó al capitalismo y se integró en el proceso de globalización.
Por ello, el principal desafío que tiene hoy la República Popular es cómo asegurar las condiciones de gobernabilidad mientras la totalidad de las reformas pendientes implican la modificación de las últimas instituciones que quedan del periodo precapitalista. Pero suponen también la aceptación de las reglas de juego de una economía definitivamente integrada al sistema mundial del capitalismo globalizado.
En una perspectiva inmediata, el problema de la gobernabilidad en China está referido fundamentalmente a la modificación del status de las empresas estatales, y por lo tanto, la disminución significativa del empleo en las mismas. Esto se realiza a través de un proceso de privatización al estilo chino. Consiste en convertir a las empresas estatales en empresas publicas que colocan sus acciones en las bolsas de Hong Kong y Shanghai, integrándose así plenamente al sistema capitalista. La estimación del gobierno chino es que, en este momento, el nivel de desocupación en las ciudades es del orden del 3,6 a 4 % de la población económicamente activa (PEA). Y esperan en los próximos 10 años un crecimiento del desempleo en las ciudades del 15 % al 20 % de la PEA.
El problema fundamental que presenta esta situación en términos de gobernabilidad, y ante todo de seguridad pública, está centrado, en el corto plazo, en las grandes ciudades. Sin embargo, en una perspectiva más amplia, el principal desafío para la gobernabilidad está situado en el sector rural. Esto se debe a que, luego de la incorporación de China a la OMC, se está produciendo una gradual apertura del mercado de granos a la competencia extranjera. En tal sentido, es importante retener que los costos de producción de granos por el campesinado chino son entre un 15 % y un 20 % más altos que el promedio internacional.
Esto hay que ubicarlo en un contexto de orden estructural. Se refiere a que, desde el momento en que Deng Xiaoping abre la economía china en 1978 y se inicia el proceso de vuelco al capitalismo, la capacidad de producción de los 800 millones de campesinos está basada en unidades productivas muy limitadas que, en las zonas de mayor capacidad de producción de granos (trigo y soja), no tienen más de 15/20 acres por unidad de producción familiar.
Como consecuencia de esta estructura espacial, la posibilidad de aumentar los actuales niveles de productividad agrícola es muy limitada. La razón fundamental es que esa estructura de producción impide la utilización sistemática de la tecnología, sobre todo la maquinaria agrícola moderna.
Segunda Parte |
Jorge Castro , 04/10/2002 |
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