Si el gobierno, tal como lo anunció la semana pasada, optara por el default ante los organismos internacionales, esto equivaldría a remachar el aislamiento de la Argentina y a agravar su ya dramática situación en materia de financiamiento. |
"Cuando el espíritu está en la duda, muy
poco esfuerzo basta para impulsarlo en las
más opuestas direcciones"
Terencio, "Andrea" (Acto I, escena VI)
Entre octubre de 2002 y enero de 2003 Argentina deberá afrontar vencimientos de
su deuda con los organismos multilaterales de crédito (FMI, Banco Mundial, BID)
por casi 3.000 millones de dòlares (2.888 millones para ponerlo con precisión),
virtualmente un tercio de las actuales reservas del Banco Central, que se han
encogido, de los 34.000 millones que había en diciembre de 1999 a los poco más
de 9.000 actuales.
Eduardo Duhalde no ha logrado el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional
que anunció como inminente desde que la Asamblea Legislativa lo ungió como
presidente transitorio, es seguro que no lo conseguirá antes del primer
vencimiento (octubre) y es improbable que lo obtenga después: el FMI no confía
en un gobierno débil, que tiene los días contados, que no parece en condiciones
de garantizar sus compromisos y que ni siquiera ha iniciado conversaciones con
los acreedores externos tras la cesación de pagos declarada en diciembre pasado
bajo el fugaz mandato de Adolfo Rodríguez Saa.
Sin ese acuerdo (que podría habilitarlo para bicicletear la deuda), el gobierno
tiene como opción de hierro pagar con reservas del Banco Central o caer en un
segundo default, ahora con los organismos multilaterales.
El gobierno ha declarado esta semana que, al contrario de lo que sí hizo un mes
y medio atrás, esta vez no empleará reservas para pagar. Es decir, que optará
por el default. Esto equivaldría a remachar el aislamiento de Argentina y a
agravar su ya dramática situación en materia de financiamiento: los organismos
disponen castigos para los países que incumplen (un año sin créditos a partir
del momento en que comienzan a pagar) y, más allá de ellos, el sector financiero
mundial dispondría aun más restricciones a un país que transgrede hasta ese
límite los usos y costumbres. El comercio exterior argentino indudablemente
sentirá el golpe.
Del otro lado, girar pagos con reservas también representa un trago amargo.
Perder un tercio de los dólares que permanecen en el Central debilita al Estado
y le quita al gobierno el instrumento de intervención con el que ha venido
sosteniendo una relativa estabilidad en la cotización de la divisa americana.
Un salto arriba del dólar se reflejaría fatalmente en incrementos de precios
aun más abruptos que los sufridos en estos meses. El congelamiento político de
las tarifas de servicios públicos (y las próximas negociaciones para
actualizarlas) se volvería insostenible.
Atenazado por esa opción de hierro, el gobierno encuentra un nuevo límite. Según
el cronograma oficial que rige el proceso político, la transición recién expira
el 25 de mayo del año próximo: ocho meses que parecen una eternidad. No es
sorprendente, ante tal panorama, que los vaticinios sobre un anticipo de los
tiempos políticos, que hasta hace poco circulaban sólo en sectores del
empresariado o en algunos corrillos opositores, empiecen a convertirse en un
tema de análisis en las propias filas oficialistas.
Pero al mirar en esa dirección, los estrategas del gobierno se topan con otros
obstáculos. Un adelantamiento de los comicios proyectado a partir del actual
paisaje político concluiría casi seguramente, de acuerdo a las cifras que
manejan, en un ballotage entre Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saa (a quien
atribuyen la decisión de presentarse por fuera del Partido Justicialista). Las
encuestas con que cuenta el gobierno pintan un empate técnico entre el riojano
y el puntano, pero los actos públicos realizados en la última semana por Menem
(La Matanza, en el Gran Buenos Aires; Córdoba Capital; Rosario, y Victoria,
Entre Ríos) contaron con audiencias masivas (más de 60.000 personas en total, un
número desusado para estos tiempos) que preocuparon al duhaldismo.
Seguramente por este motivo, los hombres del gobierno vuelven a presionar a
Carlos Reutemann para que abandone su mirador santafesino y postule su
candidatura. Un argumento que esgrimen ante El Lole es que, si él se decide, la
mayoría de los gobernadores lo respaldará y que, con esa fuerza, será posible un
acuerdo entre Duhalde y Menem y una abdicación de éste. Saben que Reutemann
podría animarse a enfrentar a Rodríguez Saa, pero no quiere estar en la vereda
de enfrente del riojano. Si el cuadro que pintan los mensajeros oficialistas
fuera cierto, podría ser eficaz para sus objetivos. Se trata, sin embargo, de una descripción inverosímil. Como si respondiera a esas narraciones, Menem
advirtió en Rosario: "No crean a quienes afirman que me voy a bajar de mi
candidatura. ¡Minga, me voy a bajar!". Duhalde, con todo, insistirá ante
Reutemann esta semana, durante el viaje de ambos a Brasil, donde se verán con
Fernando Henrique Cardoso. El presidente quiere vencer las vacilaciones del
gobernador santafesino para afrontar, después, sus propias dudas.
|
Jorge Raventos , 23/09/2002 |
|
|