Las marchas y contramarchas del gobierno de Duhalde imaginan posible la coexistencia armónica de políticas aislacionistas con los beneficios del asociacionismo internacional. La realidad no suele visitar esas ilusiones. |
Se ha dicho que la política decisiva es aquélla que se proyecta en (y desde) el escenario mundial y que eludir esa perspectiva es sumirse en una visión minúscula, de campanario.
Seguramente hay que aplicar tal parámetro para encontrar la lógica de la política doméstica, que a menudo se esconde, en las crónicas impresionistas, tras una descripción de danzas y contradanzas, amores y odios personales más propios de las telenovelas que de las cuestiones de Estado.
Si bien se mira, en la política argentina pueden distinguirse hoy dos actitudes básicas frente a las relaciones de Argentina con el mundo: una, que en rasgos generales reconoce el hecho fáctico de la globalización, el proceso de rediseño de la red de vínculos transnacionales que hicieron posible las nuevas tecnologías y que se aceleró tras la disolución de la Unión Soviética. Desde esa visión, cualquier política que divorcie al país de las redes mundiales y del
sistema de poder que se construye a través de ellas, condena a la Argentina a la irrelevancia, la decadencia y la exclusión.
La actitud contrapuesta identifica a la globalización con el Mal y prefiere reivindicar frente a ella una postura aislacionista: cerrar las fronteras, vivir con lo nuestro, tomar distancia de los "problemas ajenos".
En la práctica, sólo algunos líderes y corrientes manifiestan esas actitudes de una manera pura o explícita. Muchos políticos (y con ellos amplios sectores de la opinión pública) navegan entre una y otra, en la búsqueda dudosa del justo medio o ejercitando el doble discurso, un eclecticismo de oportunidad. Pero más allá de los comportamientos o intenciones individuales, las políticas son expresiones quintaesenciadas de aquellas concepciones. La convertibilidad, la apertura económica, el respeto de los contratos son funcionales a la visión integradora. El default, la devaluación y la pesificación asimétrica, la proliferación de monedas provinciales son coherentes con el aislacionismo y provocan efectos que refuerzan esa tendencia.
El eclecticismo de campanario imagina posible la coexistencia armónica de políticas aislacionistas (el corte de manga a los acreedores, el cambio de reglas de juego a las inversiones externas) con los beneficios del asociacionismo internacional (ayuda de los organismos multilaterales, créditos, inversiones). La realidad no suele visitar esas ilusiones.
Las marchas y contramarchas del gobierno de Duhalde se explican en buena
medida por ese desencuentro entre decisiones y consecuencias. El peso de los hechos termina colocando al gobierno - tarde y mal - en lugares a los que no había imaginado llegar. El discurso que el canciller Carlos Ruckauf pronunció el jueves ante la Asamblea General de la ONU, por caso, lo aproximó a una posición que su gobierno suele despreciar en las declaraciones. El propio ministro consideró necesario puntualizar que esas definiciones no tienen "nada que ver con las relaciones carnales" (la designación despectiva con que la izquierda se acostumbró a definir la alianza con Estados Unidos vigente durante el gobierno de Carlos Menem). Sin embargo, así sea con aire tímido o vergonzante, el gobierno contrarió sus concepciones íntimas y, empujado por los hechos, comenzó a avanzar por un sendero que lo aproxima a apoyar a Washington en su previsible guerra con el gobierno de Saddam Hussein.
Para las concepciones aislacionistas con las que el gobierno coquetea, Argentina debería mantener la neutralidad en ese enfrentamiento. O, a lo sumo, debería limitarse a emitir algunos cautelosos párrafos de apoyo moral.
La opción, desde la óptica integradora y asociativa, es otra. Como la acaba de describir en un agudo artículo Pascual Albanese: "La condición de aliado extra-OTAN de los Estados Unidos, adquirida en 1997, nos convierte en un caso único en América Latina, que configura un ingrediente fundamental a tener en cuenta a la hora de adoptar una decisión. Desde esta perspectiva, el alineamiento de la Argentina en esta guerra mundial de nuevo tipo contra el terrorismo transnacional, que es por definición una guerra sin fronteras, constituye la condición necesaria para tornarse en un país políticamente relevante. En ese sentido, puede decirse que la Argentina tiene por delante una gran oportunidad, casi irrepetible, para transformarse en el principal aliado
estratégico de los Estados Unidos en el Cono Sur de América."
Por cierto, aunque este no sea el factor exclusivo, hay una relación estrecha entre esta oportunidad y la posibilidad de contar con respaldo de los países de la alianza occidental a la hora de discutir los problemas de la economía argentina.
Sumido en sus vacilaciones, el gobierno de Duhalde recomienda un día "no
escuchar tanto al FMI" para afirmar al día siguiente que "el acuerdo con el Fondo es imprescindible"; vota por la mañana junto a Washington y abjura por la tarde de lo que llama "relaciones carnales". Voltea a izquierda y derecha para permanecer, impotente, en el mismo sitio.
Las tácticas domésticas del oficialismo reflejan esas incertidumbres monumentales y esa imposibilidad de avanzar. Después de fracasar en la seducción de Carlos Reutemann y de lanzar a José Manuel De la Sota a un vuelo de baja altura, el duhaldismo sopesa ahora si inclinará su aparato hacia una alianza con Adolfo Rodríguez Saa o si será más prudente impulsar algún acuerdo con Carlos Menem: otra manera de dudar entre aislamiento o integración. Como en otros asuntos, será la realidad la que termine decidiendo por el gobierno. |
Jorge Raventos , 15/09/2002 |
|
|