11 de Septiembre: Occidente dividido.

 

Estados Unidos es único en su atractivo como blanco para los ataques terroristas, porque es la nación más poderosa de la tierra. Y por este hecho inevitable, el enemigo común revelado el 11 de Septiembre ha dividido, más que unificado, a los países occidentales.
El 11 de Septiembre dividió el mundo en "nosotros" y "ellos", para nosotros y para ellos. Fue tanto una catástrofe como un momento de afirmación. Después del evento supimos quiénes éramos nosotros y supimos quiénes eran ellos, el enemigo. O así lo pensamos.

Un año después, quiénes somos nosotros no está muy claro. Europa y los Estados Unidos ya no comprenden más el acontecimiento de la misma forma. Un ataque que parecía dirigido a la misma civilización occidental, al sistema capitalista y a sus valores, ha sido lentamente transformado, al menos en Europa, en un ataque a Estados Unidos solo. En el primer aniversario de un día de infamia los estadounidenses podrían haber esperado tener más amigos que en cualquier momento. La sorpresa es que tienen menos.

En la secuela inmediata del 11 de Septiembre, Europa y otras sociedades con recuerdos positivos del poder y la influencia de los Estados Unidos sintieron más que simpatía. Sintieron el escalofrío de la identificación: podríamos haber sido nosotros. El ataque, fue dicho ampliamente, no era sólo a Estados Unidos sino a la misma civilización. La villanía de Osama bin Laden inicialmente reforzó las identidades compartidas de Occidente.

La invocación del Artículo 5 de la OTAN corporizó este sentido de una identidad transatlántica común bajo ataque. En un sentido amplio, el "nosotros" compartido significó el mundo capitalista. Después del 11 de Septiembre, el World Trade Center adquirió una identidad póstuma como la sede central simbólica de este mundo. De esta forma, al principio, el "nosotros" comprendió el escenario militar completo del capitalismo global.

Inmediatamente después del 11 de Septiembre, "ellos" pareció igualmente claro: Un comando mortal de nihilistas apocalípticos, ligados a una red global de 10.000 activistas conocida como al-Qaeda. Pero, con el paso del tiempo, la identidad del enemigo comenzó a ampliarse alarmantemente. Las demostraciones de simpatía en Palestina, seguidas por los ataques a occidentales en Pakistán, sugirieron que "ellos" tenían más simpatizantes en el mundo musulmán que lo que nosotros supusimos.

Un año después, todavía no sabemos cuántas divisiones comanda el enemigo. Sus apologistas claman que representan las masas sin voz de las calles árabes y el mundo musulmán, pero cuánto apoyo tiene realmente permanece como una pregunta no respondida y, posiblemente, sin respuesta. Igualmente continúa incierto cuánta asistencia recibe el terror de los estados reluctantes, entre ellos, principalmente, el Iraq de Saddam Hussein.

Si la cuestión política de la hora es atacar Iraq y derribar el régimen, la pregunta mayor continúa: ¿Quién es el enemigo? ¿Y el cambio de régimen en Iraq le dará un golpe mortal? Un año después del 11 de Septiembre, el problema que enfrenta una administración de Estados Unidos conduciendo una guerra contra el terror es convencer a su propia gente, y a sus aliados, que sabe con precisión quiénes son "ellos" y dónde están.

Si "ellos" continúa nebuloso, "nosotros" no estamos ya seguros de quiénes somos. En cuanto se terminó el pánico inmediato de los ataques, se desvanecieron las patéticas imágenes desde Ground Zero y los Estados Unidos lanzaron ataques aéreos contra el Talibán y al-Qaeda, el sentimiento de que el mundo civilizado estaba unido contra una amenaza común fue lentamente reemplazado, especialmente en Europa, por el sentimiento de que fueron los estadounidenses los que habían sido atacados y de que eran los estadounidenses quienes estaban ahora devolviendo el golpe.

Hacia noviembre y diciembre, la izquierda europea había encontrado su voz. Los ataques de al-Qaeda eran indefendibles, se dijo, pero ellos representaban a los palestinos, los desposeídos del Tercer Mundo y las víctimas del imperialismo de Estados Unidos en cualquier lugar. Enfrentada con el terrorismo, la izquierda europea simplemente cambió de tema. En vez de cazar a al-Qaeda, deberíamos cancelar la deuda del Tercer Mundo y detener las múltiples injusticias de un orden global construido sobre el libre comercio. Sólo una minoría de la opinión pública europea presta apoyo a estos sentimientos, pero la minoría tiene bastante voz para dar a los estadounidenses el sentimiento de que están más solos que lo que pensaron.

El aislamiento estadounidense fue entonces agravado por el unilateralismo de la administración Bush: relegando a los aliados al asiento trasero en las operaciones militares en Afghanistán, rechazando levantar la pena de muerte en los casos de extradición de terroristas y rehusando firmar la Corte Criminal Internacional.

La corte podría haber sido un tema lateral en la guerra contra el terrorismo, pero fue uno que iluminó una vez más, al menos en lo que concierne a los europeos, que el imperio estadounidense no quería estar atado, como Gulliver, por miles de cuerdas de obligación multilateral.

El 11 de Septiembre ha destacado la extensión en la cual Estados Unidos continúa como la última de las grandes naciones estado marciales, una que define su soberanía en términos absolutos y la defiende con la fuerza de las armas. Los estados europeos piensan que ellos están más allá de esa etapa adolescente en el desarrollo de las naciones. Creen que ellos representan el futuro: soberanía compartida, presupuestos militares reducidos, política exterior como una rama del trabajo social humanitario. Los estadounidenses creen con igual firmeza que los europeos viven en un mundo soñado, hecho posible por la protección norteamericana.

De esta manera un año después, con todas estas grietas aflorando, el 11 de Septiembre ha mostrado la extensión en la cual Occidente mismo - esa identidad imaginativa forjada desde el derecho romano, el cristianismo y el iluminismo - es menos sólido que los intereses nacionales de los estados en los que se divide. Estados Unidos enfrenta la amenaza del terrorismo musulmán por sí mismo. Por supuesto, sus aliados hacen el alboroto adecuado, pero los estadounidenses ahora sienten que están con las carretas en círculo, en medio de la lucha, solos.

Algo de esto podría haberse evitado con una política estadounidense menos intransigente en temas marginales, como Guantánamo o las convenciones de Ginebra, y con menos alcahueteo de los gobiernos europeos hacia los prejuicios de la izquierda moderada de la generación de la guerra de Vietnam, que hoy son funcionarios en todas partes.

Pero estos errores aparte, la desunión de Occidente es simplemente inevitable. Los europeos pueden beneficiarse de un orden global pero serían menos que humanos si no quisieran disociarse a sí mismos para condenarlo por sus injusticias. La batalla entre nosotros y ellos es también, después de todo, una batalla entre dos concepciones del mal.

Es mucho más fácil detectar el mal el 11 de Septiembre que comprender que Estados Unidos y su civilización son vistos en gran medida en Medio Oriente como la única fuente de todos los males que atormentan al mundo islámico: La existencia de Israel, el despojo de los palestinos, la presencia militar de Estados Unidos en los lugares sagrados. Como la fuente de todos los males, los Estados Unidos se transforman, entonces, en el único objetivo que importa. Los aliados de Estados Unidos pueden decir que todos ellos son objetivos ahora. Pero ellos esperan y creen que, en la globalización del terrorismo como espectáculo, el Big Ben, la Torre Eiffel, el Reichstag o San Pedro en Roma continuarán siendo sólo atractivos turísticos, no objetivos militares para los asesinos de al-Qaeda.

En la óptica de los asesinos el mundo está divido en objetivos estadounidenses de gran valor y otros objetivos, todos segundos mejores. Esto no puede decirse fuerte, por temor que fracture las apariencias de la solidaridad, pero es un hecho que se deriva inevitablemente de la hegemonía de Estados Unidos. Los Estados Unidos están solos en su atractivo como objetivo porque es la nación más poderosa de la tierra. Como resultado, es el blanco que la furia, los celos y la amargura sienten que es el más valioso para atacar.

A diferencia de la Guerra Fría, donde un enemigo común creó una solidaridad duradera, el enemigo común revelado por el 11 de Septiembre ha dividido más que unificado a Occidente. Sería bueno si los europeos, especialmente la izquierda, despierta a la realidad de que están defendidos por los estadounidenses, que sus valores centrales de libertad son prácticamente idénticos - pena de muerte aparte - y que no está en sus intereses ni es acorde con sus valores dejar que Occidente se fragmente en dos campos, los estadounidenses versus cualesquiera sean los otros. Los estadounidenses deberían evitar ese reflejo equivocado, de alguna manera común entre la gente que ha sido mortalmente atacada: la creencia de que ellos pueden confiar para ayuda solamente en sí mismos.

El autor es director del Carr Center de la Kennedy School of Government, Harvard University.

Articulo publicado originalmente en "Financial Times".
Michael Ignatieff , 08/09/2002

 

 

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