Lo que queda.

 

La propuesta aislacionista pura siempre tienta a Duhalde, que la practica sin embargo en versión ecléctica. El gobierno señala en muchas direcciones pero no opta por ningún rumbo para salir de su atolladero.
"...como una lluvia de cenizas y fatigas..."

Homero Manzi, "Fuimos" (tango)



Es probable que en la semana que comienza el gobierno obtenga de la Justicia Electoral la satisfacción de uno de sus mayores deseos: la postergación o suspensión del proceso de comicios internos partidarios. Hombres de Eduardo Duhalde han mantenido contacto frecuente con una magistrada para conseguir ese objetivo, en cierta medida profetizado el miércoles último por el vicejefe de Gabinete, Eduardo Amadeo, quien arriesgó que "las elecciones internas no son todavía nada seguro".

Hay también otro recurso presentado ante la Justicia cuyos pasos son monitoreados con atención desde la Casa Rosada: esa acción pide que se declare ilegal la convocatoria a elecciones generales con el argumento de que Duhalde no puede alargar ni acortar su mandato y que, por lo tanto, debe gobernar hasta el 10 de diciembre de 2003.

Ambas jugadas tribunalicias marchan en el sentido ansiado por el presidente: la primera tiende a impedir que en la interna Justicialista se consagre el liderazgo y la candidatura partidaria del dirigente que más obsesiona a la familia Duhalde. La segunda, a ganar tiempo y retener el gobierno tanto como sea posible, de modo de tratar de incidir más eficazmente sobre su sucesión y de maniobrar para asegurar al duhaldismo bonaerense el control de la provincia por un nuevo perìodo.

Claro está que, si la fecha prevista en el cronograma político vigente para el cambio de gobierno (25 de mayo de 2003) ya parece infinitamente lejana, una postergación podría volverse intolerable. La producción está parada, nadie invierte en las actuales condiciones de transitoriedad e imprevisibilidad y desde el mundo llega el mensaje inequívoco de que Argentina no obtendrá ayuda con el actual gobierno. El país está condenado a seguir deslizándose por la pendiente de la crisis y el achicamiento mientras no consiga establecer un nuevo poder, legitimado y fortalecido a través de la selección democrática y capaz de liderar la aplicación de un plan sustentable que revincule a Argentina con el mundo y recupere la confianza interna e internacional.

Después de prometer todos los meses,desde enero , que un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional - considerado ineludible por todos los grandes países amigos - se conseguiría "en pocas semanas", las palabras emitidas en los últimos días por el secretario del Tesoro de Estados Unidos, por su segundo y por el número uno del FMI cerraron el espacio para más promesas increíbles. El gobierno vaciló, como habitualmente. "No escuchen tanto al FMI", aconsejó Duhalde primero, con tono vagamente solipsista. De inmediato, abrió sus oídos a Daniel Carbonetto, un economista próximo a Adolfo Rodríguez Saá y muy atendido por sectores del duhaldismo, quien suele esgrimir siempre la misma receta: olvidemos al Fondo y vivamos con lo nuestro. La propuesta aislacionista pura siempre tienta a Duhalde, que la practica sin embargo en versión ecléctica. La presión del ministerio de Economía y del Banco Central (a menudo peleados entre sí, pero unidos esta vez por el espanto ante los reflejos aislacionistas del duhaldismo) consiguió el viernes una declaración presidencial de aproximación al FMI, que volvió a desconcertar y a mostrar que el gobierno señala en muchas direcciones pero no opta por ningún rumbo para salir de su atolladero.

En octubre deberá afrontar obligaciones con los organismos internacionales por cerca de 900 millones de dólares, que esta vez no podrán ser postergadas ni obtendrán refinanciación: ¿Pagará el gobierno con reservas o caerá en default también con esos organismos?

El quedantismo vacilante del gobierno transitorio empuja los problemas hacia delante, pero algunas de esas cuestiones van adquiriendo carácter explosivo al mantenerse irresueltas. En rigor, es improbable que puedan resolverse mientras se prolongue la transitoriedad. Sin un shock de confianza no volverá la inversión; ergo, no mejorará la situación del empleo y se volverán más dramáticos los índices de pobreza, que ya marcan más del 53 por ciento y el dudoso record de la creación de un nuevo pobre cada tres segundos. La caída en picada de las ventas de alimentos y el alza de precios de la canasta básica están íntimamente vinculadas con esos índices.

Tampoco mejorarán los niveles de seguridad pública inventando nuevas comisiones ("la mejor manera de dejar las cosas como están es crear una comisión", advertía Juan Perón) y sin tomar el toro por las astas. El núcleo de la inseguridad se encuentra en el Gran Buenos Aires y muchos (inclusive algunos altos funcionarios con sede en La Plata) han advertido que hay vínculos entre sectores delictivos, policías desviados y "cajeros" de los grandes aparatos políticos del distrito. ¿Va a investigar esas sospechas la comisión establecida por el gobierno? ¿O también en este campo el show mediático será una vía de bicicletear las cuestiones y alimentar la inercia del quedantismo?

La población no pide espectáculo. Reclama soluciones. Lo hizo el viernes, durante los tres minutos en que cantidades de argentinos se hicieron oir en esa demanda. Quienes tienen que dar respuesta son los que asumen la responsabilidad de gobernar. Si no es para eso, ¿para qué llegar? ¿Para qué quedarse?
Jorge Raventos , 08/09/2002

 

 

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