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La interna peronista y la gobernabilidad. |
La alquimia electoral que representa la aplicación de la "ley de lemas", en cualquiera de sus variantes, no constituye una coartada ingeniosa inventada para sacarse un problema de encima, sino una vía muerta que lleva al surgimiento de otro gobierno débil. |
Es altamente probable que el juicio histórico califique al gobierno de Fernando De la Rúa como a uno de los peores gobiernos constitucionales de toda la historia argentina. Pero ese juicio histórico sería sin duda incompleto y parcial si se circunscribiera únicamente a la personalidad política del ex-presidente, sin extenderse al análisis de las muy particulares e insalvables características de la coalición de fuerzas que lo catapultó a la primera magistratura.
Desde mucho antes de las elecciones presidenciales de octubre de 1999, era sabido que De la Rúa era el candidato de la Alianza pero de ninguna manera su jefe político. El acuerdo entre la UCR y el FREPASO llevó desde un principio el sello indeleble de Raúl Alfonsín y de Carlos "Chacho" Álvarez, hoy alineado con Elisa Carrió. La crisis de gobernabilidad que padece actualmente la Argentina empezó precisamente en octubre del 2000, con la renuncia de Álvarez a la vicepresidencia, que puso en blanco sobre negro la desintegración de la Alianza. Desde entonces, el respaldo a la gestión de De la Rúa quedó circunscripto al radicalismo, cuyo liderazgo político continuó en manos de Alfonsín. La posterior designación de Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía, avalada en su momento por el peronismo, no logró recomponer las bases de sustentación de un gobierno agonizante.
El resultado de esta congénita debilidad política fue que, por segunda vez desde el restablecimiento de la democracia en 1983, un presidente constitucional, elegido con más del 50% de los votos, se vio obligado a abandonar el gobierno, dos años antes de la expiración de su mandato legal, ante su absoluta incapacidad para controlar el curso de los acontecimientos. La razón no es que De la Rúa no haya sido capaz de resistir las embestidas de una "oposición salvaje", que nunca tuvo enfrente. La explicación es que De la Rúa nunca logró asumir el liderazgo de su propio partido ni, menos aun, de la Alianza. En términos políticos, no cayó por la acción de los otros, sino por la de los propios.
Esta lección adquiere hoy más vigencia que nunca. La reconstrucción del poder político en la Argentina, condición indispensable para enfrentar y resolver la crisis, requiere no sólo la asunción de un gobierno legítimo, surgido de la voluntad popular, sino también, y fundamentalmente, la existencia de una fuerza política cohesionada detrás de un sólido liderazgo.
En las actuales circunstancias, ante el vacío político generado por la disolución de la Alianza, constituye casi una obviedad aclarar que sólo el peronismo está en condiciones de hacerlo. De allí que la "interna" partidaria del justicialismo no sea simplemente el mecanismo democrático para la nominación de su candidatura presidencial. Es, ante todo y sobre todo, el camino necesario para la definición de un proyecto y de un liderazgo político que puedan dotar al futuro gobierno de una base de sustentación más sólida que la que tuvieron primero Fernando De la Rúa y luego Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde, durante sus breves y también interrumpidos mandatos constitucionales. En definitiva, es un paso político decisivo para el restablecimiento de la gobernabilidad del país.
La alquimia electoral que representa la aplicación de la "ley de lemas", en cualquiera de sus variantes, no constituye entonces una coartada ingeniosa inventada para sacarse un problema de encima, sino una vía muerta que lleva al surgimiento de otro gobierno débil. Su objetivo es impedir justamente la materialización del hecho político que más hace falta en la Argentina: la legitimación democrática de un gobierno con aptitud para gobernar. |
Jorge Castro , 08/09/2002 |
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