La mano y el codo.

 

La Argentina necesita reconstruir rápidamente su sistema de poder y debe hacerlo apelando a la fuente de la soberanía: el pueblo, los ciudadanos. Retrasar u obstaculizar ese proceso sólo promete más crisis, más división, más inseguridad, menos confianza internacional.
Todavía estaba fresca la tinta de la firma con que Eduardo Duhalde decretó un nuevo cronograma electoral (comicios internos el 15 de diciembre) y reglas de juego finalmente ajustadas a la Ley de Reforma Política, cuando el propio presidente se lanzó a trabajar para desbaratarlo. Imposible no evocar la remanida frase sobre escribir con la mano y borrar con el codo.

Estas danzas y contradanzas llevan siempre al mismo lugar: el gobierno se desvela por cerrar el camino a Carlos Menem y no encuentra la forma. Las encuestas que encargó le confirman que Menem se impondría en las internas con buena ventaja sobre Rodríguez Saa y con un De la Sota que no consigue despegar.

El gobierno sabe que las internas son el terreno de mayor fortaleza de Menem, y que la victoria en ellas le asegura el liderazgo del PJ. Por eso quiere sacarlo de ese terreno y obligarlo a dar pelear en algún escenario en el que pueda aislarlo.

Las vías elegidas actualmente por el gobierno pasan por una fuerte presión sobre los gobernadores peronistas destinada a "consensuar" alguna solución cupular que excluya definitivamente las internas o las postergue (junto con todo el cronograma electoral).

Para eliminar las internas cuenta con dos propuestas alternativas: la primera es el proyecto legislativo presentado por el diputado Gerardo Conte Grand (un cordobés amigo de Duhalde, José Manuel De la Sota y Gustavo Béliz), que es una variante de la llamada ley de lemas. A diferencia de la versión pura, en este caso la suma de votos de las candidaturas cobijadas por el mismo lema sólo cuenta para definir qué fuerzas participarán en la segunda vuelta o ballotage, pero éste se transforma un paso obligado ya que, para eludirlo, haría falta que un candidato individual sacara más del 45 por ciento de los votos o mantuviera una diferencia del 10 por ciento sobre su seguidor inmediato, condiciones casi imposibles de cumplir. Un ejemplo: si bajo el "lema" Partido Justicialista se presentan cinco candidaturas (como hoy parece el caso), la suma de votos de todas ellas, así fuera del 50 o el 60 por ciento, no serviría para evitar el ballotage. Y de la segunda vuelta participaría el candidato más votado de ese "lema", enfrentado al candidato más votado del segundo "lema" más votado. Para la aprobación de este complejo sistema - que modifica hábitos y normas electorales nacionales - se requiere una mayoría especial del Congreso.

El segundo instrumento que analiza Duhalde - la propuesta del salteño Juan Carlos Romero de que todos los precandidatos peronistas se presenten por separado en la elección general sin sumar sus votos - no requiere una ley, sino un decreto (algo que está a tiro del presidente), pero necesita sobre todo consenso interno en el justicialismo y decisiones de sus cuerpos orgánicos (el Consejo Nacional y el Congreso partidarios).

Para engrosar los desvelos de Duhalde, la ley Conte Grand es de muy improbable aprobación, porque buena parte del radicalismo se opone al método de lemas por considerar que debilita la unidad de los partidos políticos. Para diluir esa resistencia Duhalde está ofreciendo a sus interlocutores de la UCR aplicar este sistema "por única vez" al tiempo que les señala que para esta ocasión podría representar un salvavidas para los radicales, ya que el proyecto le garantiza a los adversarios del peronismo (sea la izquierda, con Carrió a la cabeza, sea la UCR) un lugar en el ballotage para enfrentar al candidato más votado del PJ. Además - les advierte Duhalde a sus amigos de la UCR bonaerense - el radicalismo podría cosechar más votos (y hasta eventualmente superar a Elisa Carrió) presentando varios candidatos, y abriendo así distintas ventanillas para distintos públicos: Rodolfo Terragno para captar independientes, el chaqueño Rozas para atraer votantes populistas provincianos y Leopoldo Moreau para mantener estructurado el aparato alfonsinista nacional con eje bonaerense.

Justamente Moreau pareció insinuar el jueves en "La Nación" cierta predisposición a "resignarse" al proyecto de Conte Grand: Duhalde tiene en Moreau su aliado radical más confiable. Para el duhaldismo, la belleza del proyecto Conte Grand reside en la esperanza de que, ante el posible paso de Menem a la segunda vuelta, todos los aparatos antimenemistas puedan volcarse a favor de quienquiera que sea su rival en el ballotage.

Ahora bien, a las voces radicales que desconfían de la metodología de los lemas seguramente se sumarán otras - no sólo menemistas - del PJ. Es que el sistema deja sin cumplir la misión de reagrupamiento peronista y legitimación del liderazgo partidario que la interna sí permite. Las diferencias partidarias se cristalizan sin resolverse y así siguen medrando los "aparatos", sobre todo el más fuerte: el bonaerense, en un paisaje general de debilitamiento y división.

Son muchos los peronistas que temen esos peligros y también otro, que sería una consecuencia: el estímulo a una centrifugación política del país y, a la larga, de proyectos secesionistas como los que pintó esta semana "The New York Times".

Mirada desde esta perspectiva, la otra propuesta que le agrada a Duhalde, la de Juan Carlos Romero, para el peronismo agrega a los defectos del sistema de lemas un perjuicio más: le quita al PJ toda posibilidad de capitalizar su superioridad numérica, pues divide los votos entre candidatos individuales. Así, podría darse el caso de que lleguen al ballotage dos candidatos antiperonistas aunque la suma de los votos justicialistas fuera abrumadoramente mayoritaria.

El lado oscuro que, de todos modos, la adopción de cualquiera de estas vías le presentaría a Duhalde reside en que, si se omiten las internas, el gobierno tiene menos justificativos para una retirada tan tardía como la que le da el actual cronograma (mayo del 2003) y su posición se volvería más vulnerable a los pedidos de adelantamiento, tanto de los comicios como del traspaso del poder, algo a lo que Duhalde se resiste.

Así, el gobierno dedica buena parte de su tiempo en urdir estrategias electorales que le permitan anular a Menem y permanecer en el poder, pero entretanto el ejercicio de la administración y la pura lógica de las cosas van destejiendo esa trama. Con claridad y sin tapujos, el Fondo Monetario Internacional señaló esta semana que no hay posibilidad de llegar a un acuerdo con el gobierno transitorio. Ergo: la Argentina necesita cuanto antes un poder fuerte y legitimado en las urnas. La crisis de la seguridad, entretanto, vuelve a manifestarse, principalmente en el asentamiento del aparato duhaldista, la provincia de Buenos Aires, mientras la administración nacional y la provincial tensan la cuerda de sus divergencias internistas. Resulta transparente que Argentina necesita reconstruir rápidamente su sistema de poder y que debe hacerlo apelando a la fuente de la soberanía: el pueblo, los ciudadanos.

Retrasar u obstaculizar ese proceso sólo promete más crisis, más división, más inseguridad, menos confianza internacional.
Jorge Raventos , 02/09/2002

 

 

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