La meseta y el abismo.

 

Algunos hechos ocurridos en la semana que termina han trastornado centralmente la reconfortante conciencia amesetada del oficialismo.
BRUTO: ...Para nosotros, en nuestra

cima, sólo queda esperar el declive...

William Shakespeare, "Julio César"



En las reuniones del gabinete de Eduardo Duhalde venía reinando, en las últimas semanas, una burbujeante, temprana, precipitada sensación de éxito. No es que los ministros o el propio presidente padecieran de alucinaciones o ignoraran los rasgos fundamentales de la crisis que transitan. Se trata, más bien, de que juzgaban con extremado optimismo el resultado de los modestos objetivos a los que están resignados. Sin que el orden sea necesariamente éste, esas metas pueden enumerarse así: haber estirado la transición (es decir, el manejo del gobierno) hasta mediados del 2003, resistiendo la opinión extendida (particularmente entre los gobernadores justicialistas) de que sería conveniente anticipar los tiempos y contar con un presidente democráticamente electo mucho antes, en enero del año próximo; tener en marcha un acuerdo (módico pero simbólico) con el Fondo Monetario Internacional; mantener relativamente quieta la cotización del dólar, así ésta sea dos veces y media más elevada que la que el propio gobierno fijó siete meses atrás; contener la inflación de precios bastante más abajo que el incremento alcanzado por el dólar; establecer reglas electorales destinadas, principalmente, a dañar las posibilidades del precandidato peronista que obsesiona al Presidente, cuyas señas de identidad son obvias.

El gobierno parecía experimentar una tranquilizadora levedad traqueteando lo que sus voceros definían, orgullosos, como "una meseta". Se trataba, claro está, de una mirada embellecedora de la realidad porque esa meseta se veía, en rigor, perforada por hondos cráteres. Las cifras sobre pobreza e indigencia que se conocieron esta semana son un testimonio de esas profundidades y muestran el grado de celeridad con que la devaluación y la pesificación compulsiva deprimieron la economía y la condición social de los argentinos. Otro sobresalto: las encuestas (inclusive las solicitadas por la Casa Rosada) muestran que el candidato imaginado como continuista se mantiene muy lejos de la delantera y ésta constatación es olfateada por el aparato duhaldista bonaerense que comienza a dar señales de rebeldía.

En cualquier caso, algunos hechos ocurridos en la semana que termina fueron más allá de esos detalles y han trastornado centralmente la reconfortante conciencia amesetada del oficialismo.

El fallo de la Corte Suprema que ordenó devolver a empleados públicos y jubilados el descuento del 13 por ciento que venía imponiéndoseles a sus haberes provocó la primera depresión en el terreno que el gobierno creía estar pisando. La necesidad de cumplir con la orden de la Justicia (por ahora en un caso testigo, pero de inmediato en los cientos de miles que caerán en cascada) obliga al Gobierno a achicar otros segmentos del gasto público que inclusive estaba incrementando (el presupuesto destinado a prensa y propaganda acaba de ser sugestivamente cuadruplicado en relación al que se aprobó originalmente) o a incurrir en peligrosos abismos de emisión. En todo caso, el FMI ha profundizado sus propias dudas sobre las promesas fiscales dibujadas por el gobierno, posterga una vez más las negociaciones y obligará al gobierno a pagar las obligaciones con organismos internacionales que vencen en septiembre apelando a las menguadas reservas del Banco Central (poquito más de 9.000 millones de dólares, de los cuales 5.000 son del Fondo y, por ende, indisponibles).

La sentencia del tribunal superior inclinó notablemente la meseta oficialista y puso en discusión varias de las metas que el gobierno estimaba casi alcanzadas.

En lo que hace a la inflación de precios, las cosas no pintan mucho mejor. En principio, los promedios de alza del costo de vida que mes a mes difunde el INDEC son poco representativos: consideran una composición del gasto de las familias que no toma en cuenta los cambios en el consumo provocados por el empobrecimiento general. En los hechos, la incidencia de alimentos y transportes sobre el total del gasto es hoy mucho mayor que dos años atrás, por la sencilla razón de que los ingresos se han encogido para la mayoría. Y es precisamente en el rubro de los alimentos donde se experimentan las subas más notorias: aceite, arroz, carne, polenta se han visto incrementados en porcentajes que van del 80 al 180 por ciento. Ahora viene, además, el alza de las tarifas de servicios públicos, artificialmente congeladas hasta ahora. Y en noviembre, la aplicación acumulada del CER (el coeficiente de indexación) que afectará a deudas y alquileres. La retención política de esos aumentos provocados por la devaluación terminará estallando en las manos del gobierno, así sea unos días antes de los comicios internos previstos para noviembre.

El tema de las internas constituye otra acentuación del ángulo de declive que va adquiriendo la meseta oficialista. El fallo del juez federal Abel Cornejo, de Salta, conocido el viernes puso en negro sobre blanco la realidad que otros ya venían señalándole a los decretos presidenciales que reglamentaron los comicios internos. El magistrado señaló que esos decretos desvirtúan la ley dictada por el Congreso y la misma "voluntad del legislador", que estableció que en cada partido podrían votar sus afiliados y los ciudadanos independientes, no los afiliados a otros partidos como decidió Duhalde. El juez salteño suspendió el cronograma de las elecciones internas hasta tanto el gobierno corrija esa tergiversación de la ley. La terca oposición del oficialismo a admitir esa situación irritante deberá ceder. La obstinación oficialista - incomprensible, si no se toma en cuenta la fría pasión con que Duhalde se empeña en promover la derrota de Carlos Menem - termina convirtiéndose en una derrota. Un nuevo declive.

De aquellas metas enumeradas arriba sólo va quedando el punto final del cronograma duhaldista: comicios generales en marzo, entrega del gobierno el 25 de mayo. Sin embargo, la crisis, como los terremotos, es una gran inclinadora de mesetas.
Jorge Raventos , 26/08/2002

 

 

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