Con el paso del tiempo, los problemas de Argentina se profundizan.

 

La editora de la sección "The Americas" en "The Wall Street Jornal" considera que el gobierno argentino cree que está "para usar los beneficios del paso del tiempo".
La carnicería en las acciones este verano ha sido un hermoso y vívido ejemplo de cómo se aclaran los mercados: rápidamente, sin piedad, sin gobierno. Para el momento en que pueda implementarse la nueva legislación, la guillotina ya habrá rebanado la burbuja de [la relación] precios-dividendos, despellejado a muchísimos ejecutivos influyentes y chequeado los libros abiertos. La riqueza de papel será demolida, inocentes serán dañados y los críticos lo llamarán salvaje. Pero los mercados habrán impuesto una disciplina renovada sobre todos los jugadores.

La única cosa que queda para preocuparse son las consecuencias no planeadas de más regulación, pero aún el recientemente aprobado proyecto de ley Sarbanes fue relativamente moderado comparado con lo que pudo haber sucedido. Antes que la excitación de las multitudes y la creatividad de los deshonestos ofrezcan nuevos excesos, los norteamericanos probablemente disfrutarán un campo limpio de racionalidad, motivada por la competencia por el capital y las ganancias.

Compare esta destrucción creativa con la prolongada agonía de la crisis argentina. Más de siete meses después que el gobierno anunció un congelamiento en las cuentas bancarias, una confiscación de los depósitos en dólares, el default de la deuda soberana y una dolorosa devaluación, los mercados argentinos no pueden estar libres de la incertidumbre. La razón es simple. La diferencia entre una rápida y tajante racionalización de los precios en el mercado de Estados Unidos y la parálisis en que está Argentina es la capacidad para distribuir los costos, rápida y eficientemente, en el medio de la debacle.

En un mercado, el ajuste de los costos cae como una guillotina a través de la mesa, rápida, impersonal y automáticamente, penalizando en diversos grados a los accionistas, los acreedores, los empleados, los jubilados y la gerencia. En el caso de la crisis de Argentina, inducida y gerenciada por el Estado, los costos tienen que ser distribuidos mediante el proceso político y los políticos deben soportar la responsabilidad de imponerlos.

Los incentivos para no hacerlo son poderosos. Considere el consejo dado en un libro llamado "Ricordi" por el estadista del siglo XVI Francesco Guicciardini, un amigo y contemporáneo de Maquiavelo: "Cuando usted está amenazado por cualquier cosa que no le guste, trate de ponerla lo más lejos que pueda. Porque vemos a cada hora que el tiempo ofrece eventos que pueden librarlo de sus problemas. Y este es el significado del proverbio, que los sabios dicen tener siempre en sus labios, que estamos para usar los beneficios del tiempo".

Un adecuado consejo político, seguramente, pero no muy productivo en una crisis financiera de hoy. "Aquí el tiempo es el enemigo", dice Adam Lerrick, director del Gailliot Center en Carnegie Mellon. "Más larga la postergación, mayores los costos".

No obstante esto, sorprendentemente, los políticos argentinos parecen haber adoptado la sabiduría de Guicciardini, postergando, evadiendo y, cuando es necesario, retrocediendo sobre cada decisión necesaria para asignar los costos y dejar que los mercados se aclaren. Una reacción popular y de intereses especiales contra la clase política ha sido indudablemente un factor importante en el congelamiento de la política argentina. Pero también hay otro motivo, la expectativa de que el Fondo Monetario Internacional "pueda librarlos de sus problemas".

Difícilmente pueda haber una persona pensante sobre el planeta Tierra que no haya comprendido, ahora, de que éste es un problema político doméstico que debe ser enfrentado como tal. Pero esto no ha detenido a la burocracia del FMI, perpetuamente en búsqueda de propósitos, de ofrecer confort y consejo a Buenos Aires, manteniendo vivas las esperanzas de los políticos locales. Esta semana el FMI envió cuatro expertos monetarios - John Crow de Canadá, Hans Tietmeyer de Alemania, Luis Rojo de España y el titular del Banco Internacional de Pagos, Andrew Crockett - a sentarse con los banqueros centrales de Argentina para tratar de "ayudar" con el problema de cómo levantar el congelamiento en los bancos sin una corrida o hiperinflación.

Predeciblemente, los "cuatro hombres sabios", como fueron apodados en Argentina, fueron incapaces de resolver el problema. Ayer, el ministro de Economía Roberto Lavagna anunció que el congelamiento sobre los retiros de los depósitos bancarios permanecería más allá del fin del año.

"Lo que el gobierno ha estado haciendo durante estos meses es tratando de resolver quién va a pagar por el mal manejo", dice Lerrick. En los primeros días después del default de la deuda soberana, señaló, trató de colocar la presión sobre los extranjeros. Las compañías petroleras extranjeras fueron apuntadas con tasas confiscatorias de impuestos a la exportación, las concesiones de servicios en manos de extranjeros fueron drásticamente alteradas y los bancos extranjeros fueron acusados de vaciar sus tesoros. El Congreso argentino aplaudió cuando el gobierno anunció que dejaría de pagar su deuda externa. Esperaban que el Banco Mundial y el FMI - léase los contribuyentes de los países del G-7 - llegaran con otros 20.000 millones de dólares.

Después de advertencias desde España y los Estados Unidos, las amenazas contra las compañías petroleras fueron levantadas y los fondos del FMI no se materializaron, pero la mayoría de lo demás permanece. Hasta ahora, capturar a los extranjeros se probó insuficiente para hacer solvente al gobierno y dar liquidez a los bancos. El gobierno ha tratado desde entonces dos veces hacer pagar al público en su conjunto, forzando a los depositantes a tomar bonos del gobierno en lugar de los depósitos líquidos de los bancos. En ambas ocasiones encontró tal resistencia que el plan tuvo que ser retirado. Un canje voluntario de depósitos por bonos completado la semana pasada fue muy parecido a un fracaso, ya que solo fueron cambiados el 15 % del total de los depósitos.

Pablo Guidotti, director de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella en Buenos Aires, fue una vez un defensor de la dolarización. Pero ahora dice "es difícil pensar acerca de un ancla monetaria sin haber resuelto el problema de la deuda y el problema de la banca". Y esto, dice, se ha vuelto crecientemente difícil pues el gobierno se ha rendido a la presión política.

Hay una forma de limpiar los mercados argentinos. Requiere riesgo político, la involucración del sector privado y una ausencia del FMI. Más que forzar a los depositantes a aceptar deuda del gobierno de largo plazo - una recomendación del FMI - muchos defensores del mercado prefieren una solución que permitiera a los bancos acordar con sus depositantes directamente y sin la intervención del gobierno. Dice Allan Meltzer, que presidió una comisión legislativa especial sobre instituciones financieras internacionales en el 2000, que el único rol que el FMI podría tener es proveer un piso al precio, por debajo del actual mercado sin liquidez, para la deuda en manos de extranjeros, que permita a estos acreedores aclarar sus libros. El resto, dice, es una cuestión política interna.

"Este es un gobierno de transición que no ha tenido la voluntad de aceptar los costos políticos de tomar decisiones", dice Martín Krause, decano de la Escuela de Postgrado de Negocios ESEADE en Buenos Aires. "Esto significa que el próximo gobierno tendrá que ser una transición". Y esto significa que el sufrimiento sólo se arrastrará.
Mary Anastasia O'Grady , 29/07/2002

 

 

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